TERCER DOMINGO PASCUA (C)




MONICION AMBIENTAL
Jesús resucitado se aparece hoy a siete de sus discípulos en el lago de Tiberíades. Después de la pesca milagrosa los invita a comer. El Señor pregunta a Pedro tres veces sobre su amor hacia Él. Pedro repara afirmativamente y con humildad, Jesús le confía el gobierno de sus ovejas. De igual modo, Jesús nos llama a todos nosotros a imitar su vida, íntimamente unidos a Él por el amor. 

ORACION COLECTA:
Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
M. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pedro y los demás apóstoles dan un testimonio valiente de Cristo crucificado y resucitado ante la jerarquía sacerdotal judía

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41                        
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo:  –“¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado a Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.”  Pedro y los apóstoles replicaron:   –“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.”                     Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.                                                                                             
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal 29, 2.4.5.6.11.12ª.13b (R.: 2a)
M. El salmista ensalza al Señor porque lo ha librado de sus enemigos y del abismo de la muerte. También da gracias al Señor por su bondad. Unámonos diciendo:
R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana el júbilo. R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Escucha, Señor, y ten piedad de mi; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

SEGUNDA LECTURA
M.  Juan nos relata parte de su visión: una cantidad incontable de ángeles y de seres glorificados adoran y alaban a Cristo Cordero y a Dios Padre.

Lectura del libro del Apocalipsis 5,11-14                                                                  
Yo Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: “Digno es el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.” Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar –todo lo que hay en ellos–, que decían: “Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.” Y los cuatro vivientes respondían “Amén.” Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.             
Palabra de Dios.

M. San Juan relata una tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. Después de la pesca milagrosa interroga tres veces a Pedro sobre su amor hacia el Señor, invitándolo para que apaciente a sus ovejas a través del servicio y del sufrimiento por Cristo.
Aleluya                                                                                                                 
Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció del género humano.

EVANGELIO
+Lectura del santo evangelio según San Juan 21,1-19                                                                 
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Cana de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: –“Me voy a pescar.”  Ellos contestan: –“Vamos también nosotros contigo.” Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: –“Muchachos, ¿tenéis pescado?” Ellos contestaron: –“No.”                                            Él les dice: –“Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis.” La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: –“Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: –“Traed de los peces que acabáis de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: –“Vamos, almorzad.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor.  Jesús se acerca, toma el pan y se los da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
–“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”                                                        Él le contestó: –“Sí, Señor, tu sabes que te quiero.” Jesús le dice: –“Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: –“Simón, hijo de Juan ¿me amas?” Él le contesta: –“Si Señor, tu sabes que te quiero.” Él le dice: –“Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: –“Simón, hijo de Juan ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: –“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: –“Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba dar gloria a Dios.                          Dicho esto, añadió: –“Sígueme.”                                                                    
Palabra del Señor.

CITAS DEL CEC
CEC 642-644, 857, 995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección
CEC 553, 641, 881, 1429: Cristo resucitado y Pedro

553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (MT 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (JN 10,11) confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (JN 21,15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18,18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.

641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1 LC 24,1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19,31 Jn 19,42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28,9-10 ;Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24,9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1CO 15,5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (LC 24,34).

881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16,18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21,15-17). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.

1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (LC 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf JN 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (AP 2,5 AP 2,16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (EP 41,12).

CEC 1090, 1137-1139, 1326: la Liturgia celestial

HERMENÉUTICA DE LA FE
El evangelio de San Juan recoge otra aparición de Jesús resucitado en Galilea, a orillas del mar de Tiberíades, donde acontece otra pesca milagrosa, caracterizada por la participación en la vida divina de Jesús, quien invita a sus discípulos a echar las redes a la derecha, indicando que se trata de peces solamente “buenos, que conservará eternamente en el fin del mundo, después de la resurrección de los muertos” (San Agustín); la misma cantidad de peces significaría “la decena de la Ley el septenario del Espíritu Santo, resultan diez y siete, cuyo número, computado desde el uno hasta el mismo… asciende a ciento cincuenta y tres”… Respecto a Pentecostés “este número contiene tres veces el número cincuenta, y además sobre éste el tres, por el misterio de la Trinidad” (San Agustín). 

Al llegar a tierra los discípulos encuentran un signo también milagroso, “el pez asado, es Cristo crucificado. Este se dignó ocultarse en las aguas del humano linaje; quiso ser prendido en el lazo de nuestra muerte; y el que se hizo por nosotros pez por la humanidad, ha sido nuestro pan restaurador por su divinidad” (San Beda). Los discípulos, no preguntan nada sino que comen con el Señor. Este momento alcanza su cumbre con la reparación de Pedro.

Jesús invita a Pedro a que confiese su amor por Él, reparando de ese modo su triple negación. “El principal bien que nos resulta de este amor, es el de procurar la salvación del prójimo. Prescindiendo, pues, el Señor de los demás Apóstoles, dirige a Pedro estas promesas, porque Pedro era el primero de los Apóstoles, y la voz de los discípulos y la cabeza del colegio. Por esto, después que fue borrada su negación, le invistió como prelado de sus hermanos. No le echa en cara su negación, sino que le dice: Si me amas, preside a tus hermanos, y da testimonio ahora del amor que por todas partes demostraste, sacrificando por mis ovejas esa vida que dijiste que darías por mí” (San Juan Crisóstomo).

El Señor invita a Pedro a superar el miedo a la muerte mediante la confesión del amor, que se identifica con el estilo de vida del Señor y que vive constantemente en unión con Él. Pedro “en la muerte del Señor temió y negó, pero resucitando el Señor, le quita el miedo y le infunde el amor. Porque cuando negó, temió morir, mas resucitando el Señor, ¿qué había de temer, si veía en El muerta la muerte?... a fin de que la lengua no sirva menos al amor que lo que sirvió al temor, y que habló, más por conjurar la muerte que le amargaba, que por despreciar la vida presente… sea el ejercicio del amor el apacentar el rebaño del Señor, así como fue indicio de cobardía el negar al pastor” (San Agustín).

El pasaje de San Juan finaliza profetizándole a Pedro su muerte en Cruz, testimonio de su servicio como pastor y discípulo del Señor. “Este es el fin que encontró aquel que negó y amó, dando su vida con perfecto amor por aquel a quien había prometido en una precipitación culpable que daría su vida. Convenía, pues, que Cristo muriera por la salvación de Pedro, y que después Pedro muriera por la predicación de Cristo” (San Agustín). El martirio fue también el destino de los demás apóstoles. Nosotros también hemos de vivir en Cristo, esta relación consiste “en la obediencia a la ley de Dios, en la unión con Cristo y en la inhabitación del Espíritu en el alma del creyente” (Benedicto XVI).

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