QUINTO DOMINGO CUARESMA (C)



MONICIÓN AMBIENTAL

La liturgia de la Palabra nos descubre el amor misericordioso de Dios, revelado en Jesucristo, para nuestra salvación. Dios siempre deja un espacio para la conversión y siempre respeta la dignidad de la persona humana, que no se pierde con el pecado. Jesucristo quiere que nuestra dignidad alcance su plenitud, invitándonos a vivir la vida plena que El trajo con su Resurrección.


ORACIÓN COLECTA

Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.

Por Jesucristo Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA

M. El profeta Isaías anuncia algo nuevo para el pueblo de Israel: un camino en el desierto y ríos en el yermo que apaguen la sed de ese pueblo.


Lectura de libro de Isaías 43,16-21

Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

Palabra de Dios.


Salmo responsorial Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6 (R.: 3)

M. El salmo 125 testimonia la grandeza de Dios con su pueblo, ésta es la causa de su alegría. Digamos también nosotros: R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Hasta los gentiles decían: “El Señor ha estado grande con ellos”. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.


SEGUNDA LECTURA

M. San Pablo, en la carta a los Filipenses, revela que todo lo perdió por ganar a Cristo y existir con él, gracias a la justicia de la fe en el Señor.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3,8-14

Hermanos:

Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.

Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Palabra de Dios


M. El evangelista san Juan recoge un pasaje donde el amor misericordioso de Jesús perdona el pecado de una mujer adúltera y la invita a no volver a pecar.


Versículo antes del evangelio Jl 2,12-13

Ahora –oráculo del Señor– convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso.


EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 8,1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

–“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

–“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

–“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”

Ella contestó:

–“Ninguno, Señor.”

Jesús dijo:

–“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

Palabra del Señor.


CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 430, 545, 589, 1846-1847: Jesús manifiesta la misericordia del Padre

CEC 133, 428, 648, 989, 1006: la sublime riqueza del conocimiento de Cristo


CEC 2475-2479: el juicio temerario

2475 Los discípulos de Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad’ (EP 4,24). ‘Desechando la mentira’ (EP 4,25), deben ‘rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias’ (1P 2,1).



2476 Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio (cf PR 19,9). Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado (cf PR 18,5); comprometen gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.





2477 El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf  CIC 220). Se hace culpable:



– de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;



– de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran;



– de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.





2478 Para evitar el juicio temerario, cada uno debe interpretar, en cuanto sea posible, en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su prójimo:



Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 22).



2479 La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad.


HERMENÉUTICA DE LA FE




El pasaje evangélico de san Juan nos presenta como los escribas y fariseos quieren poner a prueba la misericordia de Jesús, poniéndole frente al caso de una mujer sorprendida en adulterio, que según Lv 20,10 debía ser lapidada; ellos “conocen su misericordia y su amor a los pecadores, y sienten curiosidad por ver cómo resolverá este caso que, según la ley mosaica, no dejaba lugar a dudas” (Benedicto XVI). Después de la respuesta de Jesús a los acusadores, “que con sus palabras obliga a los acusadores a entrar en su interior y, mirándose a sí mismos, a descubrir que también ellos son pecadores” (Benedicto XVI), leemos el diálogo del Señor con la mujer a quien la invita a irse en paz y no volver a pecar.



Jesús “cuando hablaba, era conocida la verdad, como no se irritaba contra los enemigos, era alabada su mansedumbre. Por ello tentaron su justicia, poniendo a su vista un escándalo” (San Agustín). El Señor responde apelando a la conciencia de los acusadores, “el discernimiento del bien y del mal inscrito en las conciencias humanas puede demostrarse más profundo y más correcto que el contenido de una norma” (San Juan Pablo II). El juicio divino va más allá de las normas jurídicas y de la hipocresía humana. “Jesús obraba con el espíritu de un amor grande hacia el hombre, en virtud de la solidaridad profunda, que nutría en Sí mismo, con quien había sido creado por Dios a su imagen y semejanza” (San Juan Pablo II).



El amor solidario del Hijo de Dios con cada uno de los seres humanos está en el misterio de su encarnación y redención. Jesús comparte todo con la humanidad, por esto siempre sirvió, especialmente en la Cruz: “la vida entera de Jesús es una manifestación multiforme de su solidaridad con el hombre, sintetizada en estas palabras: "El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45)… Conoció también lo que a menudo acontece en la vida de los hombres llamados a una determinada misión: la incomprensión e incluso la traición de uno de los que Él había elegido como sus Apóstoles y continuadores” (San Juan Pablo II).



En Jesucristo se armonizan la Justicia y la Misericordia, “fíjense los que desean la mansedumbre en el Señor, y teman la fuerza de la verdad, porque el Señor es dulce y recto a la vez” (San Agustín). Jesucristo “es aquel que «sabe lo que hay en el hombre»… y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre, el valor que tiene a los ojos de Dios. El mismo Cristo es la confirmación definitiva de este valor.” (MD 13). Jesús respeta la Ley pero se compadece del dolor físico y moral, “es evidente que Jesús rechaza el mal, el pecado, no importa quién lo cometa; pero ¡cuánta comprensión muestra hacia la fragilidad humana y cuánta bondad hacia el que ya sufre a causa de su miseria espiritual y, más o menos conscientemente, busca en él al Salvador!” (San Juan Pablo II).



El Señor recuerda y renueva la dignidad de todo ser humano, particularmente de la mujer al perdonarla, invitándola a irse en paz y no volver a pecar. También nos recuerda que “el juicio pertenece sólo al Señor, nos revela la verdadera intención de la misericordia divina, que deja abierta la posibilidad del arrepentimiento, y muestra un gran respeto a la dignidad de la persona, que ni siquiera el pecado quita” (San Juan Pablo II), por otra parte, “aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y "no pecar más", para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza” (Benedicto XVI).

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