EL PURGATORIO O PURIFICACIÓN FINAL




PLANTEAMIENTO

  •  El Purgatorio es una realidad contenida en la verdad sobre “La Vida Eterna”
  • Cuando alguien muere sin perder la amistad con Dios, pero sin purificarse totalmente de la pena temporal, no puede entrar al Cielo inmediatamente.
  • Existe comunión entre la Iglesia militante, purgante y triunfante.
  •  La comunión eclesial está íntimamente vinculada con la virtud teologal de la esperanza, que nos invita a ofrecer sufragios por los difuntos.

OBJECIONES PROTESTANTES

  1. En la Biblia no aparece el término “Purgatorio”.
  2. Martín Lutero negaba la purificación personal pues así se negaría la eficacia de la expiación universal de la muerte de Cristo.

RESPUESTAS CATÓLICAS      
Sí existe una alusión a la purificación de los difuntos en 2M, pero los protestantes niegan la canonicidad de este Libro.
La opinión de Martín Lutero fue refutada por el Concilio de Trento, teniendo como fundamento la S. E. y la Patrística (DS 1820). La pena temporal se debe purificar en esta vida o en el Purgatorio antes de gozar de la visión beatífica.

TEXTOS BÍBLICOS EMPLEADOS EN EL CEC

(El p. A. Guevara coincide con 2M 12,46; Mt 12,31; después aporta argumentos de conveniencia).

38 Luego Judas reunió al ejército y se dirigió hacia la ciudad de Odolám. Como estaba ya próximo el séptimo día de la semana, se purificaron con los ritos de costumbre y celebraron el sábado en aquel lugar. 39 Los hombres de Judas fueron al día siguiente –dado que el tiempo urgía– a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes, en los sepulcros familiares. 40 Entonces encontraron debajo de las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Iamnia, que la Ley prohibe tener a los judíos. Así se puso en evidencia para todos que esa era la causa por la que habían caído. 41 Todos bendijeron el proceder del Señor, el justo Juez, que pone de manifiesto las cosas ocultas, 42 e hicieron rogativas pidiendo que el pecado cometido quedara completamente borrado. El noble Judas exhortó a la multitud a que se abstuvieran del pecado, ya que ellos habían visto con sus propios ojos lo que había sucedido a los caídos en el combate a causa de su pecado. 43 Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Él realizó este hermoso y noble gesto con el pensamiento puesto en la resurrección, 44 porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos. 45 Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. 46 Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados (2M 12,38-46)

10 Según la gracia que Dios me ha dado, yo puse los cimientos como lo hace un buen arquitecto, y otro edifica encima. Que cada cual se fije bien de qué manera construye. 11 El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. 12 Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera, pasto o paja: 13 la obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. 14 Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; 15 si la obra es consumida, se perderá. Sin embargo, su autor se salvará, como quien se libra del fuego.
16 ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? 17 Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo (1Co 3,10-17)

3 Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, 4 a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. 5 Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. 6 Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: 7 así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. 8 Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, 9 seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación (1P 1,3-9)

30 El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. 31 Por eso les digo que todo pecado o blasfemia se les perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. 32 Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro (Mt 12,30-32).

Expresiones empleadas para aludir a los sufragios: una colecta, oraciones, sacrificio de expiación. El contexto del libro de 2M plantea la creencia en la resurrección de los muertos, lo que le da sentido a los sufragios.
Hay pecados que se perdonan en el mundo futuro, después de la muerte, para los que mueren piadosamente. La blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdona ni en el presente ni el mundo futuro.
Mientras vivimos en el presente las pruebas sufridas purifican al creyente como el oro se purifica en el fuego, sostenido por la esperanza de alcanzar la salvación.
En el Juicio nuestras obras se probarán con el fuego, levantadas sobre el fundamento que es Cristo. Es un fuego que prueba la comunión de nuestro obrar con la voluntad de Dios.

HERMENÉUTICA DE LA FE
Sobre 2M 12,46
Esta grandiosa y penetrante visión profética se refiere a la restauración mesiánica de Israel tras el exilio, anunciada por Dios después del largo sufrimiento (cf. Ez 37,11-14). Es el mismo anuncio de continuación y de nueva vida dado por Oseas (cf. 6, 2; 13, 14) y por Isaías (26, 19). Pero el simbolismo usado por el profeta infundía en el alma de Israel la aspiración hacia la idea de una resurrección individual, tal vez ya entrevista por Job (cf. 19, 25). Esa idea habría madurado sucesivamente, como lo atestiguan otros pasos del Antiguo Testamento (cf.  Dn  12,2 2M 7,9-14 2M 7,23-36 2M 12,43-46) y del Nuevo (Mt 22,29-32 1Co 15). Pero en aquella idea estaba la preparación para el concepto de la “vida nueva”, que se revelará en la resurrección de Cristo y por obra del Espíritu Santo descenderá sobre los que creerán. Por lo tanto, también en el texto de Ezequiel podemos leer, nosotros los creyentes en Cristo, una cierta analogía pascual” (San Juan Pablo II, audiencias 1989).
La Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos [152] y ofreció sufragios por ellos, «porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2M 12,46). Siempre creyó la Iglesia que los Apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre, nos están más íntimamente unidos en Cristo; les profesó especial veneración junto con la Bienaventurada Virgen y los santos ángeles [153] e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos pronto fueron agregados también quienes habían imitado más de cerca la virginidad y pobreza de Cristo [154] y, finalmente, todos los demás, cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas [155] y cuyos carismas divinos los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles (LG 50).
Sobre este punto hay que mencionar aún un aspecto, porque es importante para la praxis de la esperanza cristiana. El judaísmo antiguo piensa también que se puede ayudar a los difuntos en su condición intermedia por medio de la oración (cf. por ejemplo 2M 12,38-45: siglo I a. C.). La respectiva praxis ha sido adoptada por los cristianos con mucha naturalidad y es común tanto en la Iglesia oriental como en la occidental. El Oriente no conoce un sufrimiento purificador y expiatorio de las almas en el « más allá », pero conoce ciertamente diversos grados de bienaventuranza, como también de padecimiento en la condición intermedia. Sin embargo, se puede dar a las almas de los difuntos « consuelo y alivio » por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna. Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia consoladora. ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón? Ahora nos podríamos hacer una pregunta más: si el « purgatorio » es simplemente el ser purificado mediante el fuego en el encuentro con el Señor, Juez y Salvador, ¿cómo puede intervenir una tercera persona, por más que sea cercana a la otra? Cuando planteamos una cuestión similar, deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal (SS 48).
DS 856 Y si verdaderamente arrepentidos murieren en caridad antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de la muerte con penas purgatorias o catarterias, como nos lo ha explicado Fray Juan (1); y para alivio de esas penas les aprovechan los sufragios, de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que, según las instituciones de la Iglesia, unos fieles acostumbran hacer en favor de otros.

Hermenéutica de la fe sobre 2M 12,46:
En el s. II A. C. ya percibimos una idea de la resurrección individual, que posteriormente maduraría, como se atestigua tanto en el AT como en el NT. En la idea de la resurrección individual, poco a poco madurada en el AT, se prepara la concepción de una vida nueva, revelada en Cristo. El judaísmo antiguo ofrecía la oración, la limosna y los sacrificios como sufragios por los difuntos.
Esta praxis judía fue adoptada tanto por la Iglesia oriental como occidental. Aunque la Iglesia oriental no hable de Purgatorio al mismo tiempo que la Iglesia Occidental, sin embargo, habla de diversos grados de bienaventuranza y de padecimientos intermedios antes de la visión beatífica que se alivian con sufragios.
El amor y la comunión con los difuntos llega al más allá, por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna en su favor. Simultáneamente, por ésta profunda comunión, los que aún peregrinamos somos conscientes que también recibimos otros bienes de los difuntos, pues nadie se salva solo.
La comunión eclesial me permite saber que mi intercesión traspasa el tiempo, llega al mundo futuro. La Iglesia peregrinante en virtud de la comunión de los santos, ofreció desde el cristianismo naciente sufragios por los difuntos. Estos vínculos de comunión conectan con el concepto cristiano de esperanza.
Las comisiones y omisiones insatisfechas en esta vida, conducen a padecer penas purgatorias o catarterias. Estas penas se alivian con sufragios: el sacrificio de la misa, oraciones, limosnas y otros actos de piedad.

PATRÍSTICA
  • Año 211. Tertuliano: "Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos..."
  • Año 307. Lactancio: "El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)..."
  • Año 386. Juan Crisóstomo: "No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo...".
  • Año 580. Gregorio Magno: "Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador...". (Cfr. Martín Zavala)
Los Santos Padres que hacen alusiones a los sufragios por los difuntos son Tertuliano (año 211), San Juan Crisóstomo (año 388).
San Gregorio Magno (año 580) y Lactancio (año 307) hablan de un fuego purificador respecto a los pecados veniales.

I Concilio de Lyon (año 1245)
Finalmente, afirmando la Verdad en el Evangelio que si alguno dijere blasfemia contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni el futuro (+Mt 12,32), por lo que se da a entender que unas culpas se perdonan en el siglo presente y otras en el futuro, y como quiera que también dice el Apóstol que el fuego probará cómo sea la obra de cada uno; y: Aquel cuya obra ardiere sufrirá daño; él, empero, se salvará; pero como quien pasa por el fuego (+1Co 3,13 3,15); y como los mismos griegos se dice que creen y afirman verdadera e indubitablemente que las almas de aquellos que mueren, recibida la penitencia, pero sin cumplirla; o sin pecado mortal, pero sí veniales y menudos, son purificados después de la muerte y pueden ser ayudados por los sufragios de la Iglesia; puesto que dicen que el lugar de esta purgación no les ha sido indicado por sus doctores con nombre cierto y propio, nosotros que, de acuerdo con las tradiciones y autoridades de los Santos Padres lo llamamos purgatorio, queremos que en adelante se llame con este nombre también entre ellos. Porque con aquel fuego transitorio se purgan ciertamente los pecados, no los criminales o capitales, que no hubieren antes sido perdonados por la penitencia, sino los pequeños y menudos, que aun después de la muerte pesan, si bien fueron perdonados en vida.

II Concilio de Lyon
(Año 1274: Profesión de fe de Miguel Paléologo)
DS 856 Y si verdaderamente arrepentidos murieren en caridad antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de la muerte con penas purgatorias o catarterias, como nos lo ha explicado Fray Juan (1); y para alivio de esas penas les aprovechan los sufragios, de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que, según las instituciones de la Iglesia, unos fieles acostumbran hacer en favor de otros.

Concilio de Florencia
(6 de julio de 1439: Decreto para los griegos)
DS 1304 Dz 693 [Sobre los novísimos (2)] Asimismo, si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas con penas purificatorias después de la muerte, y para ser aliviadas de esas penas, les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, tales como el sacrificio de la misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los fieles acostumbran practicar por los otros fieles, según las instituciones de la Iglesia.

Concilio de Trento
(13 enero de 1547: cánones sobre la justificación)
DS 1580 Dz 840 Can. 30. Si alguno dijere que después de recibida la gracia de la justificación, de tal manera se le perdona la culpa y se le borra el reato de la pena eterna a cualquier pecador arrepentido, que no queda reato alguno de pena temporal que haya de pagarse o en este mundo o en el otro en el purgatorio, antes de que pueda abrirse la entrada en el reino de los cielos, sea anatema.

(3 y 4 de diciembre de 1563: Decreto sobre el Purgatorio)
DS 1820 Dz 983 Puesto que la Iglesia Católica, ilustrada por el Espíritu Santo apoyada en las Sagradas Letras y en la antigua tradición de los Padres ha enseñado en los sagrados Concilios y últimamente en este ecuménico Concilio que existe el purgatorio [v. 840] y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar [v. 940 y 950]; manda el santo Concilio a los obispos que diligentemente se esfuercen para que la sana doctrina sobre el purgatorio, enseñada por los santos Padres y sagrados Concilios sea creída, mantenida, enseñada y en todas partes predicada por los fieles de Cristo. Delante, empero, del pueblo rudo, exclúyanse de las predicaciones populares las cuestiones demasiado difíciles y sutiles, y las que no contribuyen a la edificación (cf. 1Tm 1,4) y de las que la mayor parte de las veces no se sigue acrecentamiento alguno de piedad. Igualmente no permitan que sean divulgadas y tratadas las materias inciertas y que tienen apariencia de falsedad.
Aquellas, empero, que tocan a cierta curiosidad y superstición, o saben a torpe lucro, prohíbanlas como escándalos y piedras de tropiezo para los fieles...

El Papa Juan Pablo II comenta al respecto: Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: DS 1304 concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820) (Audiencias 1999).

A partir del año 1245 en el I Concilio de Lyon se llamó Purgatorio a la purificación de los pecados veniales. El año 1274 en el II Concilio de Lyon se habló de la purificación de aquellos que mueren en amistad con Dios pero con reliquias de la pena temporal, aunque no se mencione expresamente el nombre de pena temporal. Esto fue confirmado en el Concilio de Florencia en el año 1439, especificando los sufragios de la Misa, oraciones, limosnas y otros oficios de piedad, sugeridos ya desde el II Concilio de Lyon.
El Concilio de Trento, entre los años 1547-1563, también sostuvo las afirmaciones Magisteriales anteriores, especificando lo de la pena temporal, pero sobre todo define el 4 de diciembre de 1563 la doctrina sobre el Purgatorio. Trento reitera que se ofrezcan sufragios por los difuntos, subrayando el sacrifico eucarístico.
El Purgatorio, como estado de vida del mundo o siglo futuro, elimina cualquier vestigio de inclinación al mal y corrige cualquier imperfección del alma; por esto la purificación tiene que ser completa antes de gozar de la visión beatífica.
Es evidente que tres siglos antes de Martín Lutero, la Iglesia Católica ya afirmaba la doctrina del Purgatorio, apoyada en el patrimonio judío de los sufragios y de la creencia en la resurrección de los muertos.

EL MAGISTERIO RECIENTE (CEC)
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820,1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1Co 3,15 1P 1,7) habla de un fuego purificador:

Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2M 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1,5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1Co, 41,5).

La doctrina Católica (cfr. CEC 1030-32) 

Quien muere en gracia y amistad con Dios pero sin la purificación debida, debe sufrir una purificación después de su muerte para poder entrar al Cielo.

El Purgatorio es la purificación final (fuego purificador) de los elegidos, totalmente distinta al castigo de los que están en el infierno.
Algunas faltas ligeras pueden ser perdonadas durante la vida terrena y otras después de la muerte (cfr. Mt 12,31).

La doctrina sobre el Purgatorio se apoya en los sufragios ofrecidos por los difuntos (cfr. 2M 12,46; Jb 1,5), como la Misa, las limosnas, indulgencias y obras de penitencia.


CONCLUSIÓN

El Purgatorio es un estado del alma en el mundo futuro para aquellos difuntos que, permaneciendo en amistad o comunión con Dios, no se han purificado totalmente de los pecados veniales para gozar de la visión beatífica. Esta doctrina fue definida en el siglo XVI en el Concilio de Trento, pero tal definición tiene un fuerte apoyo bíblico, patrístico y conciliar.

La doctrina de los Concilios ecuménicos, desde el siglo XIII D. C., se apoya en los indicios bíblicos de los sufragios ofrecidos desde el judaísmo y asumidos por el cristianismo naciente, además de la fe en la resurrección de los muertos, revelada plenamente en Cristo. La Patrística hasta el siglo VI D. C. ofrece argumentos en esa línea de interpretación del judaísmo y del cristianismo naciente, además de hablar del fuego purificador.

El difunto en ese estado de purificación final, previa al Juicio Final o Parusía, sufrirá así hasta quitar cualquier vestigio de apego al mal o imperfección del alma, es decir, cualquier reliquia de pena temporal, para que pueda entrar en plena comunión con el Dios Uno y Trino. La purificación que sufren los difuntos en el Purgatorio es distinta al castigo del Infierno. Es una purificación en el Fuego del Amor mismo de Dios, siendo conscientes los difuntos de llegar posteriormente a la plena comunión con Él.

Los que aún peregrinamos podemos ayudar a los difuntos, en virtud de la comunión de los santos, por medio de los sufragios: el sacrificio eucarístico, las oraciones, limosnas, penitencias, obras de misericordia, indulgencias, pues remiten la pena temporal de los pecados de ellos. Esto fortalece nuestra esperanza teologal que nos invita a ser solidarios aquí y en la vida eterna.

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