DOMINGO DE RAMOS (C)




PRIMERA LECTURA
4 El mismo Señor me ha dado
una lengua de discípulo,
para que yo sepa reconfortar al fatigado
con una palabra de aliento.
Cada mañana, él despierta mi oído
para que yo escuche como un discípulo.
5 El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
6 Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
7 Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado. (Is 50,4-7).

SALMO RESPONSORIAL 21,8-9.17-20.23-24
8 los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
9 “Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto”.
R/ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

17 Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies
16c y me hunden en el polvo de la muerte.
18 Yo puedo contar todos mis huesos;
R/ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

ellos me miran con aire de triunfo,
19 se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
 20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme.
R/ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

23 Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
24 “Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.
R/ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

SEGUNDA LECTURA
6 Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
7 al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
8 se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
9 Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
10 para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor» (Flp 2,6-11).

LECTURA DEL EVANGELIO

En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos iba camino de Jerusalén, 29 Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: 30 «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; 31 y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “El Señor lo necesita”». 32 Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. 33 Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?». 34 Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita».
35 Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. 36 Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. 37 Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. 38 Y decían:
«¡Bendito sea el Rey que viene
  en nombre del Señor!
¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!».
39 Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». 40 Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras»” (Lc 19,28-40).

CITAS DEL CEC
CEC 602-618: la Pasión de Cristo
602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1,18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,12 1CO 15,56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf.  Flp  PH 2,7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8,3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2CO 5,21).

603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8,46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (MC 15,34 PS 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (RM 8,32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (RM 5,10).

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1JN 4,10 cf. 1JN 4,19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (RM 5,8).

605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (MT 18,14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (MT 20,28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5,18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2CO 5,15 1JN 2,2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).

606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (JN 6,38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (HE 10,5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (JN 4,34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1JN 2,2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (JN 10,17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (JN 14,31).

607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50 LC 22,15 MT 16,21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (JN 12,27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (JN 18,11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (JN 19,30), dice: "Tengo sed" (JN 19,28).

608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3,21 MT 3,14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (JN 1,29 cf. Jn 1,36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (IS 53,7 cf. Jr 11,19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53,12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (EX 12,3-14 ;cf .Jn 19,36 1CO 5,7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (MC 10,45).

609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (JN 13,1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (JN 15,13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. He 2,10 He 2,17-18 HE 4,15 HE 5,7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (JN 10,18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18,4-6 MT 26,53).

610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf MT 26,20), en "la noche en que fue entregado" (1CO 11,23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1CO 5,7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (LC 22,19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (MT 26,28).

611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1CO 11,25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22,19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (JN 17,19 cf. Cc Trento: DS 1752,1764).

612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22,20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. MT 26,42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (PH 2,8 cf. He 5,7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz .." (MT 26,39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. He 4,15) que es la causa de la muerte (cf. RM 5,12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (AC 3,15), de "el que vive" (AP 1,18 cf. Jn 1,4 JN 5,26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26,42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2,24).

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1CO 5,7 JN 8,34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (JN 1,29 cf. 1P 1,19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1CO 11,25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24,8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (MT 26, 28;cf.  Lv  LV 16,15-16).

614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. He 10,10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4,10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15,13), ofrece su vida (cf. Jn 10,17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. He 9,14), para reparar nuestra desobediencia.

615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (RM 5,19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (IS 53,10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).

616 El "amor hasta el extremo"(JN 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2,20 EP 5,2 EP 5,25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2CO 5,14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (HE 5,9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").

618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1TM 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22,2), él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22,5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (MT 16,24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 2,21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10,39 JN 21,18-19 COL 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2,35):

Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de Lima, vida)

CEC 557-560: la entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 2816: el señorío de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068, 1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia

REFLEXIÓN
El contexto de la entrada mesiánica de Jesús descrita por san Lucas nos habla del monte de los Olivos como el entorno del que procede el asno que le sirve a Jesús para entrar en Jerusalén, mientras el Señor avanzaba, montado sobre el asno, la gente extendía sus mantos para que pasara el Señor, era un ambiente de alegría que suscita la alabanza en voz alta por todos los milagros que había obrado Jesús. “Los peregrinos ven en Jesús al Esperado, al que viene en nombre del Señor, más aún, según el Evangelio de san Lucas, introducen una palabra más: "Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor". Y prosiguen con una aclamación que recuerda el mensaje de los ángeles en Navidad, pero lo modifican de una manera que hace reflexionar. Los ángeles habían hablado de la gloria de Dios en las alturas y de la paz en la tierra para los hombres a los que Dios ama. Los peregrinos en la entrada de la ciudad santa dicen: "Paz en el cielo y gloria en las alturas". Saben muy bien que en la tierra no hay paz. Y saben que el lugar de la paz es el cielo; saben que ser lugar de paz forma parte de la esencia del cielo. Así, esta aclamación es expresión de una profunda pena y, a la vez, es oración de esperanza: que Aquel que viene en nombre del Señor traiga a la tierra lo que está en el cielo. Que su realeza se convierta en la realeza de Dios, presencia del cielo en la tierra. La Iglesia, antes de la consagración eucarística, canta las palabras del Salmo con las que se saluda a Jesús antes de su entrada en la ciudad santa: saluda a Jesús como el rey que, al venir de Dios, en nombre de Dios entra en medio de nosotros. Este saludo alegre sigue siendo también hoy súplica y esperanza. Pidamos al Señor que nos traiga el cielo: la gloria de Dios y la paz de los hombres.” (Benedicto XVI).

El Señor sabe que ha llegado su hora, “Jesús sabe que ha llegado el momento de que se deje oír este grito ante las puertas de Jerusalén. Sabe que ya ha “llegado su hora”.
Esta hora —su hora— está inscrita eternamente en la historia de Israel. Y está también inscrita en la historia de la humanidad, así como Israel está inscrito en esta historia: ¡El pueblo elegido!
“Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”.
Este pueblo ha fijado en su memoria el paso de Dios. Dios ha entrado en su historia, comenzando por los patriarcas, por Abraham. Y después a través de Moisés.
Dios ha entrado en la historia de Israel corno Aquel que “Es” (cf.  Ex 3,14).
“Es” en medio de todo lo que pasa. Y “Es” con el hombre. “Es” con el pueblo que ha elegido.
Yahvé —Aquel que “Es”— hizo salir a su pueblo de Egipto, de la casa de esclavitud y de opresión. Mostró de forma visible el invisible “poder de su derecha”.
No es sólo el Dios lejano de majestad infinita, Creador y Señor de todas las cosas. Se ha convertido en el Dios de la Alianza.
Los peregrinos que se dirigen a Jerusalén —y entre ellos Jesús de Nazaret— van allí para las fiestas pascuales. Para alabar a Dios por el milagro de la noche pascual en Egipto. Por la noche del éxodo.
El Señor pasó por Egipto e Israel salió de la casa de la esclavitud. Este es el Dios que libera, el Dios-Salvador” (San Juan Pablo II).

Sin embargo, esta exaltación mesiánica suscita nuevamente la envidia de los fariseos que piden que la muchedumbre calle, como sucederá efectivamente el viernes santo, “se acallarán los gritos de la muchedumbre del Domingo de Ramos. El mismo Hijo del hombre se verá obligado al silencio de la muerte. Y la víspera del sábado, lo bajarán de la cruz, lo depositarán en un sepulcro, pondrán una piedra a la entrada del mismo y sellarán la piedra.

Sin embargo, tres días más tarde esta piedra será removida. Y las mujeres que irán a la tumba, la encontrarán vacía. Igualmente los Apóstoles. Así, pues, esa “piedra removida” gritará, cuando todos callen. Gritará. Proclamará el misterio pascual de Jesucristo. Y de ella recogerán este misterio las mujeres y los apóstoles, que lo llevarán con sus labios por las calles de Jerusalén, y más adelante por los caminos del mundo de entonces. Y así, a través de las generaciones, “gritarán las piedras” (San Juan Pablo II).

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