SEGUNDO DOMINGO PASCUA (C)
MONICION AMBIENTAL:
Este segundo
domingo de pascua escucharemos las apariciones de Jesucristo resucitado a los
apóstoles para suscitar en ellos la fe, así como la comunicación a los
apóstoles su Espíritu Santo, para que puedan perdonar los pecados a los
hombres. El pecado obstaculiza la relación vivificante con Jesucristo y con
Dios Padre, por eso estamos invitados a confesarnos, a luchar para convertirnos
y purificarnos.
ORACION COLECTA
Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo
con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones
de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo
que nos ha purificado, del espíritu que nos hecho renacer y de la sangre que
nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. San Lucas
relata los signos y prodigios que obraban los apóstoles en Israel,
acrecentándose el número de cristianos. De un modo destacado aparece Pedro, cuya
sombra curaba a todos.
Lectura del
libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16
Los apóstoles
hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de
común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntársele, aunque
la gente hablaba de ellos de forma elogiosa; más aún, crecía el número de los
creyentes, hombres y mujeres que se adherían al Señor.
La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y
camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos callera sobre
alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando a enfermos y
poseídos de espíritus inmundos, y todos
se curaban.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27ª (R.:1)
M. El salmo
117 alaba la misericordia del Señor, alaba el día del Señor, y pide salvación y
prosperidad. Digamos también nosotros:
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia.
Diga la casa
de Israel: eterna es su misericordia; diga la casa de Aarón: eterna es su
misericordia; digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha
hecho, es un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra
alegría y nuestro gozo. R/. Dad gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
Señor, danos
la salvación; Señor danos prosperidad. Bendito el que viene en nombre del
Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina.
R/. Dad gracias al Señor porque es
bueno, porque es eterna su misericordia
SEGUNDA LECTURA
M. San Juan
relata su visión sobre Cristo Cordero, que vive para siempre y que tiene las
llaves de la muerte y del abismo. Esta visión acaeció el día del Señor o
domingo.
Lectura del
libro del apocalipsis 1,9-11ª.12-13.17-19
Yo, Juan,
vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia
en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la
palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y
oí a mis espaldas una voz potente que decía: –“Lo que veas escríbelo en un
libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia.” Me volví a ver quién me
hablaba, y al volver, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una
figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del
pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y
dijo: –“No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba
muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la
muerte y el abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que
ha de suceder más tarde”
Palabra de Dios
M. San Juan
nos relata dos apariciones de Cristo resucitado: el domingo de resurrección y
ocho días después. Jesucristo nos invita a creer en El para participar de su
vida divina.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Jn 20,29
Porque me has visto, Tomás, has creído -- dice el Señor--. Dichosos los que crean sin haber visto.
EVANGELIO
+ Lectura
del Santo evangelio según san Juan 20,19-31
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en eso entro Jesús, se
puso en medio y les dijo: –“Paz a vosotros.” Y diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús
repitió:
–“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–“Recibid
el Espíritu Santo; a quien les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quien se los retengáis, les quedan retenidos.”
Tomás
uno de los doce, llamado el mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: –“Hemos visto al Señor.” Pero él les contesto: –“Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de
los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo,”
A los
ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: –“Paz a
vosotros.” Luego dijo a Tomás: –“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, si no creyente.” Contesto Tomás:
–“¡Señor
mío y Dios mío!” Jesús le dijo:
–“¿Por
qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.” Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra
del Señor.
CITAS
DEL CEC
CEC 448, 641-646: las
apariciones de Cristo resucitado
CEC 1084-1089: la
presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342:
la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988:
nuestro nacimiento a una nueva vida en la Resurrección de Cristo
CEC 926-984,
1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329,
1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
CEC 612, 625, 635, 2854: Cristo, “el Viviente”
posee las llaves de la muerte
LA PRESENCIA SANTIFICANTE DE CRISTO RESUCITADO EN
LA LITURGIA
1084 "Sentado
a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que
es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por
él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y
acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la
gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del
Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza
principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba
con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó
su Hora (cf JN 13,1 JN 17,1), vivió el único acontecimiento de la
historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos
y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (RM 6,10 HE
7,27 HE 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia,
pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y
luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por
el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por
los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y
en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y
de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
1086 "Por esta razón,
como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles,
llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda
criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha
liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del
Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban
mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la
vida litúrgica" (SC 6).
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los
Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf JN 20,21-23); se
convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu
Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica"
estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental,
transmitida por el sacramento del Orden.
1088 "Para llevar a cabo
una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de
salvación - "Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en
los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la
persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el
mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las
especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo
que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su
palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos,
el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos' (MT 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es
perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre
consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde
culto al Padre Eterno" (SC 7).
HERMENÉUTICA DE LA FE
El Señor resucitado prepara a los apóstoles con el anuncio dado
por las mujeres, seguidamente “no dejó el Señor pasar ni un solo día. Pues como
ellos sabían que había resucitado y ansiaban verle, aunque estaban dominados
del miedo, a la caída de la tarde El mismo se les presentó” (San Juan
Crisóstomo), además de mostrarles su cuerpo con las llagas y permitirles
tocarle para palpar la realidad de su corporeidad resucitada. A esto se suma el
testimonio de los discípulos de Emaús. “Todos estos acontecimientos alentaban
una firmísima fe en el corazón de los discípulos. Y porque habían de sostener
una guerra implacable de parte de los judíos, otra vez les anuncia la paz” (San
Gregorio).
El apóstol Tomás en su incredulidad también es preparado por los
demás apóstoles antes de tocar las llagas del Señor. “No se le aparece al
momento, sino pasados ocho días, para que, advertido entre tanto por los
discípulos, se inflamara más su deseo y fuera más fiel en adelante... Presentose,
pues, Jesús y no esperó a que Tomás preguntase, sino que para hacerle ver que
cuando hablaba a sus condiscípulos le estaba oyendo, usa de sus mismas
palabras, y en primer lugar lo reprende y lo corrige” (San Juan Crisóstomo).
El cuerpo glorificado de Jesús se pone de manifiesto al
atravesar las paredes, “las puertas cerradas no podían impedir el paso a un
cuerpo en quien habitaba la Divinidad, y así pudo penetrar las puertas El, que
al nacer dejó inmaculada a su Madre” (San Agustín). Después del saludo de paz y
del envío misionero, todos los apóstoles recibieron de Jesucristo la potestad
divina de perdonar los pecados mediante el soplo de su boca, aplicando los
frutos de su Pasión y Muerte, cuyo fin es restablecer la amistad con Dios y la
vida eterna. “A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se
convierte en la misión de la Iglesia” (CEC 730).
El pecado ofende a Dios pero también hiere a la Iglesia, “el
mal cometido por uno va contra la perfección a la que todos tienden. Si cada
alma que se eleva levanta al mundo entero…, también es verdad que todo acto de
traición al amor divino perjudica a la condición humana y empobrece a la
Iglesia” (San Juan Pablo II). Por esto, “quienes se acercan al sacramento
de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa
hecha a él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron
pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las
oraciones” (LG 11).
La oración de la Iglesia que pide siempre por el pecador,
manifiesta la dimensión comunitaria de misericordia y perdón. “El cristiano nunca
queda solo, ni siquiera cuando se halla en estado de pecado: siempre forma
parte de la «comunidad sacerdotal», que lo sostiene con la solidaridad de la
caridad, la fraternidad y la oración, para obtenerle la reintegración en la
amistad de Dios… La Iglesia, comunidad de los santos, en el sacramento de la
penitencia se manifiesta y actúa como comunidad sacerdotal de misericordia y
perdón” (San Juan Pablo II).
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