VIGÉSIMO SEPTIMO DOMINGO T O (A)
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
“Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con
una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a
unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió
sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían.
Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro,
y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e
hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose:
“Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:
“Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedaremos con su herencia”. Y,
agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva
el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Le contestaron: “Hará
morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores,
que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Y Jesús les dice: “¿No habéis leído
nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos”.
Palabra del Señor
(Mt 21,33-43).
COMENTARIO
Nuevamente el Señor nos presenta otra
parábola sobre un propietario que poseía una viña, pero a quienes había sido
confiada no produjeron los frutos deseados. Este es el drama de Israel, el
pueblo de la antigua alianza, quien representado en los sumos sacerdotes y en
las autoridades judías, con sus propias palabras se acusan a sí mismos al
contestar a Jesús que debía darse esa viña a otro pueblo que produjera frutos.
Aunque la parábola recoge un aspecto
dramático que conduce a la muerte del Hijo de Dios, paralelamente Dios abre a
la esperanza el desenlace de esta parábola, pues la muerte de Jesucristo
vencerá el pecado con el amor, Jesucristo resucitado será la roca, el cimiento
del nuevo Pueblo de Dios. Evidenciándose que Dios no fracasa, Dios es
omnipotente.
Además esta parábola encierra una
promesa del Señor: la viña no será destruida. Al derramar su sangre Cristo por
toda la humanidad y resucitar quedó constituido como piedra angular, brotando
de esta Pascua un nuevo edificio, una nueva viña con una nueva vida, donde
Cristo es la vid que alimenta a su nuevo pueblo con la sangre del verdadero
amor, se trata de una comunidad eucarística. Cristo, fundamento de la Iglesia,
le da solidez y cohesión a esta construcción de Dios.
La viña supone tanto la vid como los
sarmientos. Los sarmientos indican a los cristianos y la vid es Cristo mismo
que alimenta este edificio de Dios, la Iglesia, cuyas piedras vivas son todos
los bautizados que viven de su Señor. Para que seamos piedras vivas hemos de apoyarnos en el amor
sincero a Jesucristo, en la fe cristiana y en la doctrina apostólica. Como
afirma san Agustín “Piedras vivas, formadas por la fe, robustecidas con la
esperanza y unidas por la caridad” (Sermo 337,1)
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