DOMINGO XXVIII T O (A)
En
aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “El reino de los cielos se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los
convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados,
encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros
y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda”. Los convidados no
hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les
echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en
cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego
a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados
no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que
encontréis, convidadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se
llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en
uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí
sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los
camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí
será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados y
pocos los escogidos” (Mt 22,1-14)
COMENTARIO
El
Señor describe el Reino de los Cielos con la parábola de un banquete de Bodas.
Estamos ante la esponsalidad de Cristo con su Esposa, la Iglesia. Ese banquete
nupcial fue instituido por Jesucristo en las vísperas de su Pascua, el jueves
santo. Es la herencia del memorial de su Pasión, muerte y Resurrección, que
mediante las especies del pan y del vino nos hace partícipes de su propio
Cuerpo y de su propia Sangre.
La
destrucción de la ciudad fue realizada por los ejércitos romanos, comandados
por Vespasiano y por Tito en el año 70 d. C. que además de destruir Judea,
después le prendieron fuego. Aquí se cumplió lo referido en el evangelio de
cómo el rey acabó con los homicidas y después prendió fuego a la ciudad.
Esta
parábola del banquete de bodas describe los destinatarios del Reino de los
Cielos: se invita a que participen del banquete tanto los malos como los
buenos. Lo determinante no es la valoración moral de estos destinatarios antes,
sino después de acoger la Buena Nueva, su conversión y su vida conformada al
mandamiento nuevo del Señor, a la caridad.
San
Mateo subraya lo de estar preparados con el traje de bodas para el banquete. El
traje de boda consiste en respetar las condiciones para participar en un
banquete tan singular. No basta solamente el pertenecer a la Iglesia, hace
falta la obediencia de la fe. Entendemos que esa preparación se refiere a
revestirse de Jesucristo, a la conversión permanente y a la vida de comunión,
que nos hace superar el egoísmo y la estrechez de corazón. La patrística
entiende que el traje se refiere a la caridad, al bien que hemos hecho, fruto
de una verdadera adhesión a la fe que nos transmite nuestra madre la Iglesia.
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