TRIGESIMO DOMINGO T O (A)




MONICIÓN AMBIENTAL
La liturgia de la palabra de este domingo nos presenta el núcleo del evangelio: el amor a Dios y el amor al prójimo. Cuando amamos al prójimo, cuando queremos y le hacemos el bien, honramos a Dios. El mandamiento del amor responde a la naturaleza íntima del ser humano: ha sido creado para amar y ser amado. El amor verdadero construye la comunión y permite establecer la vida de comunidad.

ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos.
Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
M. Moisés recoge unos de los mandatos del Señor: no oprimir al forastero, no explotar a viudas y huérfanos, no ser usurero con el pobre.
Lectura del libro del Éxodo 22,20-26
Así dice el Señor: No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, sino, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 17,2-3ª.3bc-4.47 y 51ab (R.: 2)
M. El salmista expresa el amor por el Señor y reconoce que en Dios se encuentra su fortaleza, digamos también nosotros: R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo ve en los Tesalonicenses una comunidad fiel a su ejemplo, acoge la Palabra con alegría y la comunica a los demás, sirviendo al Dios vivo y verdadero.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1,5c-10
Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.
Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.
Palabra de Dios.

M. San Mateo relata el momento cuando Jesús, interrogado por un experto de la Ley, afirma que el amor a Dios y al prójimo constituyen el fundamento de toda la Ley y de los profetas.
Aleluya Jn 14,23
El que me ama guardará mi palabra –dice el Señor–, y mi Padre lo amará, y vendremos a él.

EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: –Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?
Él le dijo: –Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
Palabra del Señor.

ORACIÓN DE LOS FIELES
Pidamos a Dios que nos enseñe a amar y presentémosle las intenciones de todos los hombres diciendo: Escucha, Señor nuestra oración.

  • Que el Evangelio se anuncie como Buena Noticia de salvación en todas las situaciones que atraviesan los hombres y mujeres del tercer milenio. Oremos.
  • Que nuestro amor a Dios se plasme en el amor a los hermanos. Oremos.
  • Que la justicia, la solidaridad y la paz, garanticen la convivencia fraterna de todos los hombres. Oremos.
  • Que los oprimidos, perseguidos, necesitados y marginados, encuentren quien los ayude y defienda. Oremos
  • Que los jóvenes y adolescentes abran sus ojos a los verdaderos valores, a la belleza, al bien y al amor puro. Oremos.
  • Para que al comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos comprometamos a vivir en el amor. Oremos.

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, ayúdanos a vivir el mandamiento del amor y danos fortaleza para no claudicar nunca de Ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Vuelve tu mirada, Señor, sobre las ofrendas que te presentamos, para que nuestra celebración sea para tu gloria y tu alabanza.
Por Jesucristo nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN   Ef 5,2
Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación de suave olor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que significan estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente cuanto celebramos ahora en estos ritos sagrados.
Por Jesucristo nuestro Señor.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 2052-2074: los Diez Mandamientos interpretados a través de un doble amor
CEC 2061-2063: la acción moral es la respuesta a la iniciativa del amor de Dios

La unidad del decálogo
2069 El Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las ‘diez palabras’ remite a cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf JC 2,10-11). No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo unifica la vida teologal y la vida social del hombre.

El Decálogo y la ley natural

2070 Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ‘ley natural’:

Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo. (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1).

2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:

En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y de la desviación de la voluntad. (S. Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).

Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la con ciencia moral.

La obligación del Decálogo

2072 Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves.Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.

2073 La obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve. Así, la injuria de palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo podría ser una falta grave en razón de las circunstancias o de la intención del que la profiere

“Sin mí no podéis hacer nada”

2074 Jesús dice: ‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada’ (JN 15,5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. ‘Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’ (JN 15,12).

HERMENÉUTICA DE LA FE
El amor es propio del ser personal. “Sólo la persona puede amar y sólo la persona puede ser amada. Esta es ante todo una afirmación de naturaleza ontológica, de la que surge una afirmación de naturaleza ética. El amor es una exigencia ontológica y ética de la persona. La persona debe ser amada ya que sólo el amor corresponde a lo que es la persona” (MD 29)

La finalidad de la formación discipular es la totalidad del ser humano, su perfección en el amor y que alcance la vida plena, donde se vinculan íntimamente el amor a Dios y a los hermanos. “Debe tenerse en cuenta que se ha de considerar como prójimo a todo hombre y que por lo tanto con nadie se debe obrar mal” (San Agustín). “El amor a Dios y a los hermanos es un dinamismo vigoroso que puede inspirar constantemente el camino de crecimiento y de fidelidad” (VC 71).

El amor auténtico armoniza la dimensión vertical con la horizontal del prójimo. “Cuando examinamos los principios de solidaridad y de subsidiariedad a la luz del Evangelio, comprendemos que no son simplemente "horizontales": ambos tienen una dimensión vertical esencial… la verdadera solidaridad —aunque comienza con un reconocimiento del valor igual del otro— sólo se realiza cuando pongo de buen grado mi vida al servicio de los demás (cf. Ef 6,21). Esta es la dimensión "vertical" de la solidaridad” (Benedicto XVI).

Por esto, cuando irrespetamos o atentamos contra la dignidad del prójimo, estamos atentando contra el mismo Dios. El pecado es social cuando atenta “contra el amor del prójimo, que viene a ser mucho más grave en la ley de Cristo porque está en juego el segundo mandamiento que es «semejante al primero»….contra la justicia en las relaciones tanto interpersonales como en las de la persona con la sociedad, y aun de la comunidad con la persona… contra los derechos de la persona humana” (REP 16).

También sabemos que este amor verdadero es el fundamento de la doctrina social de la Iglesia. “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad… no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (CV 2).

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