VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO T O (C)




MONICION AMBIENTAL
M. El banquete de la Palabra de este domingo nos habla del valor de la fe. La fe, don sobrenatural que recibimos en el bautismo, nos conduce más allá de nosotros mismos, nos conduce a Dios, para que vivamos según la verdad que el Señor nos ha revelado. Hemos de servir en la Iglesia como podamos y hasta donde Dios nos permita, agradecidos por la gracia de poder servir en su Reino.
ORACION COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos conceda aun aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El profeta Habacuc recoge un gran principio para el creyente: el justo vive de la fe. La fe fundará al pueblo de la nueva y eterna alianza.
Lectura de la profecía de Habacuc 1, 2-3;2,2-4.
¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?
¿Te gritaré: « Violencia», sin que me salves?
¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así:
«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea corrido.
La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;  si tarda, espera, porque ha llegado sin retrasarse.
El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal 94, 6-7. 8-9   (R.:8)
M. El salmista nos invita a escuchar la voz del Señor, nos pide abrir nuestro corazón a su amor. Digamos: R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que el guía. R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»

Ojala escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»  R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»

SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo exhorta al obispo Timoteo a vivir con fe y amor, trabajando por el Evangelio, reavivando el don que recibió a través del sacramento del orden sacerdotal.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14
Querido hermano:
Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús.
Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo  que habita en nosotros.
Palabra de Dios.

M. San Lucas recoge la petición de los apóstoles para que el Señor les aumente la fe. El Señor los invita a crecer en ella y confiar en la acción Providente de Él, que da crecimiento y perfección a su Reino.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya 1P 1,25
La palabra del Señor permanece para siempre; y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 5-10.

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
« Auméntanos la fe.»
El Señor contestó:
« Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar.”
Y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”»
Palabra del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 153-165, 2087-2089: la fe
CEC 84: el depósito de la fe confiado a la Iglesia
CEC 91-93: el sentido sobrenatural de la fe
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (MT 16,17 cf. Ga 1,15 MT 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).

La fe es un acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El.

155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s.th. II-II 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).

La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (ibid. , DS  DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20 AC 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).

157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s.th. II-II 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H. Newman, apol.).

158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (EP 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para creer mejor".

159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nuca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son" (GS 36,2).

La libertad de la fe
160 "El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10 cf.   CIC,  CIC 748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).

La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16 JN 3,36 JN 6,40 e.a.). "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (HE 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (MT 10,22 MT 24,13), obtendrá la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012 cf. Cc. de Trento: DS 1532).

La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1TM 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (cf. Mc 9,24 LC 17,5 LC 22,32); debe "actuar por la caridad" (GA 5,6 cf. Jc 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1CO 13,12), "tal cual es" (1JN 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día (S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. II-II 4,1).

164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la visión" (2CO 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta" (1CO 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.

165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (RM 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R MT 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (HE 12,1-2).
HERMENÉUTICA DE LA FE
En la primera idea del evangelio “el Señor compara la fe perfecta al grano de mostaza porque en su aspecto es humilde, pero ardiente en lo interior” (Beda). El mismo Jesús enseña que “aquello que es pequeño y escondido a los ojos de los hombres, gracias a la intervención omnipotente de Dios, puede obtener resultados inesperados” (San Juan Pablo II). La fe está íntimamente unida a la oración cristiana que es “la disponibilidad interior y exterior, la voluntad de abrirse a la acción transformante de la gracia” (San Juan Pablo II). Es la fe en el Dios Uno y Trino, fe “en su amor y en su poder redentor, que obra en el mundo” (San Juan Pablo II).

La fe nos trasciende, “es siempre exigente, porque nos conduce más allá de nosotros mismos. Nos conduce directamente a Dios. La fe además confiere una visión del objeto de la vida y nos exhorta a la acción” (San Juan Pablo II). “La fe —fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas— hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad” (Benedicto XVI). Los discípulos de Cristo solamente piden crecer en la fe, “los discípulos no piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, incluso los de la valentía, el amor y la esperanza” (Benedicto XVI).

Esta comunión con el Señor mediante la oración permite madurar y superar los propios límites humanos, “en la medida en que crece nuestra unión con el Señor y se intensifica nuestra oración, también nosotros vamos a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, de nuestras capacidades, el que realiza el reino de Dios, sino que es Dios quien obra maravillas precisamente a través de nuestra debilidad, de nuestra inadecuación al encargo” (Benedicto XVI).

En cuanto a ser siervos inútiles, segunda idea del evangelio, “servir a Dios es confesar que no se tiene valor para nada sin el auxilio de su divina gracia. Como diciendo: Después que yo me he complacido por medio de tu predicación y cuando me halle alimentado en los convites del arrepentimiento, tú pasarás y te alimentarás eternamente con los manjares de mi eterna sabiduría” (Beda). No podemos jactarnos de nuestro servicio al Señor porque “has hecho lo que debías hacer. Le adora el sol, le obedece la luna, le sirven los ángeles y nosotros no debemos alabarnos porque también le servimos” (San Ambrosio). Es por misericordia divina que el Señor premia nuestro humilde servicio.

El servicio en la fe se acrisola en las pruebas: “Las dificultades internas y externas no deben hacernos pesimistas o inactivos. Lo que cuenta —aquí como en todo sector de la vida cristiana— es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu” (San Juan Pablo II). Esta conciencia de ser instrumentos en las manos del Señor, permite al servidor hacer “con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas” (DCE 35).

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)

PRIMER DOMINGO CUARESMA (B)

DOMINGO XXX T O (A)