EL PERDÓN DE LOS PECADOS Una potestad dada a la Iglesia




PLANTEAMIENTO

  • Argumentos bíblicos: En el AT el perdón de los pecados está reservado a Yavé (cfr. Ne 9,17). En el NT Jesucristo como Juez y Salvador perdona los pecados (cfr. Mc 2,10), el poder de las llaves se lo promete a Pedro (cfr. Mt 16,19). Jesús después de resucitar comunica este poder a sus apóstoles  (cfr. Jn 10,30).
  • Argumento hermenéutico equivocado de los no católicos: parafraseando a los enemigos de Jesús dicen “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Mc 2, 7). Los escribas lo decían porque no creían que Jesús fuera Dios; los no católicos porque niegan toda mediación, particularmente la de la Iglesia.
  • Argumentos existenciales de los no católicos: el sacerdote es un hombre pecador; me confieso directamente con Dios, etc.
  • Argumento jurídico: No podemos ser simultáneamente juez, testigo y acusado. La absolución es un juicio objetivo que declara que el pecador está justificado. Como el ministro ordenado no puede leer el corazón del pecador, se requiere su confesión directa.
  • Argumentos para justificar la poca frecuencia del sacramento dentro de la Iglesia: el cansancio de pedir perdón y la vergüenza. 
EL PERDÓN DE LOS PECADOS COMO PARTE DE LA SALVACIÓN
La naturaleza humana está herida por el pecado original y personal. Por esto Dios en la historia de la salvación gradualmente nos revela su misericordia con los seres humanos que se acercan a Él movidos por la fe.
En el AT Yavé ofrece diferentes modos para que el pecador arrepentido obtenga el perdón cuando se lo suplica.
En el NT Jesucristo perdonaba los pecados de muchos que se acercaban a él, suplicando compasión y ser curados de diferentes males.
Después de la Resurrección Jesucristo confía a la Iglesia el poder de las llaves para que todos los hombres puedan acceder al Reino de los Cielos.

DIOS PERDONA LOS PECADOS
En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados estaba reservado exclusivamente a Yavé, como lo atestiguan los salmos y los profetas (Is 9,9; Dan 9,9; Ne 9,17; Sal 51,2).
Pero tú eres el Dios del perdón, compasivo y misericordioso, lento para enojarte y lleno de fidelidad; por eso, no los has abandonado” (Neh 9,17).

JESUCRISTO PERDONA LOS PECADOS
El poder divino que tiene Jesucristo para perdonar los pecados lo ejercita en su ministerio público:
Frente a un paralítico que deseaba ser curado dice: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: « Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor» (Lc 7, 47).
De modo contundente Jesús afirma: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados” (Mc 2, 10)
Los que escuchan que Jesús perdona pecados se escandalizan pues sabían que solamente Dios podía hacerlo. De hecho, sus enemigos afirmaban que Jesús blasfemaba. El problema de fondo es que veían al Señor solamente como un hombre, no como Dios.
A pesar de todas estas faltas de fe y blasfemias contra Jesucristo, una vez que resucitó, los apóstoles no dudan en anunciar a todos  el perdón de los pecados gracias a la Persona de Jesucristo: Hch 2,38; 5,31; 10,43; 13,38; 26,18; Ef 1,7; Col 1,14, dejando clara su naturaleza divina y presentando a la Iglesia católica como depositaria del poder de las llaves.

JESUCRISTO COMUNICA EL PODER DE PERDONAR LOS PECADOS A LOS APÓSTOLES
Sacramentalidad de la Iglesia
La voluntad de Jesucristo para hacer de su Iglesia mediadora del perdón divino aparece ya en Cesarea de Filipo, cuando promete a Pedro el poder de las llaves: “Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,19).

Hermenéutica de la fe de Mt 16,19 (cfr. San Juan Pablo II, Audiencias 25 de noviembre 1992).
·  Jesucristo es el Mesías, la verdadera puerta de la nueva Jerusalén, edificada con su Sacrificio pascual. Las llaves de esta puerta fueron confiadas por Jesús a Pedro, ministro de su poder salvador en la Iglesia.
·  Las llaves abren el reino de los cielos, porque bíblicamente las posee el Mesías. Abren ese reino nuevo, trascendente, anunciado y hecho realidad por medio de Jesucristo. Jesús abrió el Reino de los cielos con su Sacrificio pascual. Por esto, Pedro ejercerá este poder de las llaves en el nombre de Jesucristo, como mayordomo y jefe de la Iglesia.

· Jesús manifestó su voluntad de conferirle a Pedro este poder universal y completo, divino, por medio del cual debía tomar todas las medidas oportunas para la vida y desarrollo de su Iglesia. La finalidad de este poder de las llaves es abrir el reino de los cielos, haciéndolo accesible a los hombres.
La Iglesia es un misterio de Comunión de Jesucristo con todos los bautizados. Debido a que el pecado hiere y rompe la comunión con Dios y la Iglesia, el camino de reconciliación pasa también por la comunión eclesial, representada por los ministros ordenados. “Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (CEC 1445).
Se necesita de la Iglesia porque se requiere una voz autorizada por Cristo mismo, por otra parte, nadie puede ser al mismo tiempo juez, testigo y acusado. He aquí el sentido de la absolución sacramental: «Dios, Padre de misericordia, que ha reconciliado consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y ha infundido el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, mediante el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz».
La absolución dada por el obispo o sacerdote es un juicio objetivo que declara que el pecador ha sido justificado, que no existen más pecados en él. La certeza de este juicio objetivo y misericordioso es lo que produce la verdadera paz del alma.
La Iglesia afirma sobre la confesión sacramental: «es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo» (RP 31). Este camino ordinario es para la inmensa mayoría de fieles, entendiendo que el camino extraordinario de la contrición perfecta es para los muy santos o pecadores profundamente arrepentidos.

Jesucristo comunicó su poder a los apóstoles
Jesús resucitado comunicó a sus discípulos los dones del hombre nuevo: paz, alegría, perdón de los pecados, su Espíritu fuente de todos los dones. El domingo de Resurrección Jesús Mesías prolongó su obra redentora hasta el final de la historia, confiriendo a sus Apóstoles el poder de las llaves para que todos los hombres puedan tener acceso al Reino de los cielos.
22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan»” (Jn 20,22-23).

Hermenéutica de la fe de Jn 20,22-23
·      Jesucristo después de su Resurrección infundió en sus apóstoles el Don del Espíritu Santo en dos momentos sucesivos, primero para dar el poder de perdonar los pecados y después en Pentecostés, cuya fuerza divina le permite a la Iglesia organizarse y crecer teniendo como alma suya al Espíritu. “El Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado… El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia” (DCE 19).

·        La paz que comunica Jesucristo a sus discípulos es fruto de la reconciliación de los hombres con Dios y de su Amor, más fuerte que el pecado y la muerte. El Señor envía a su Iglesia para que evangelice, reconciliando a los hombres con Dios y para que vivan en comunión con Cristo, y en Cristo con la Trinidad. “Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres” (EN 75).

·      El Espíritu Santo convence al hombre de su pecado en su conciencia, lo hace conocer su mal y lo orienta hacia el bien (cfr. DEV 42). “En este «convencer en lo referente al pecado» descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención” (cfr. DEV 31). “Los apóstoles enriquecidos por Cristo con la efusión especial del Espíritu Santo (Ac 1,8;2,4; Jn 20,22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos transmitieron a sus colaboradores el don del Espíritu” (LG 21), de este modo, mediante el sacramento de la reconciliación el hombre recobra la amistad con Dios.

·        Mediante el sacramento del Orden sacerdotal, los apóstoles y sus sucesores los obispos, continúan la obra redentora del Señor reconciliando sacramentalmente a los hombres con Dios, “el Espíritu Santo se presenta como fuerza del perdón de los pecados, de renovación de nuestro corazón y de nuestra vida; así renueva la tierra y crea unidad donde había división” (Benedicto XVI). Es necesaria la confesión sacramental para el perdón de los pecados mortales, pero también quien recurre frecuentemente a este sacramento adquiere una conciencia más delicada, una más profunda purificación, recibe ayuda contra las tentaciones y para vivir más acordes con el amor divino (cfr. San Juan Pablo II).

Vida nueva y naturaleza herida por el pecado
La vida nueva recibida en los sacramentos de iniciación cristiana puede ser debilitada o perdida por el pecado. La vida nueva o vida en Cristo no suprime la fragilidad y la debilidad del ser humano, tampoco suprime la concupiscencia, por esto se requiere por parte del cristiano una lucha apoyada por la gracia de Dios, una lucha de conversión para vivir en santidad (cfr. CEC 1420; 1425; 1426).

La condición pecadora del ministro de la confesión sacramental, sea obispo o presbítero, no quita el poder que tiene para perdonar los pecados por la eficacia misma del sacramento. Cristo mismo perdona, siendo el sacerdote instrumento del perdón divino. El ministro ordenado, herido también por el pecado, necesita acudir a la confesión sacramental.
En cuanto a la administración de este sacramento para que el sacerdote manifieste mejor la misericordia divina requiere un corazón en paz, benevolencia, que infunda esperanza y que sea consciente que los penitentes buscan a Jesús.

Jesús quiso la confesión después del bautismo
Jesucristo quiso que su Iglesia continuase la curación y salvación de los hombres, especialmente al interior de la Iglesia mediante el sacramento de la Penitencia y Unción de enfermos. Solamente cuando el católico se da cuenta de la grandeza del don de la vida en Cristo recibida en los sacramentos de iniciación cristiana, puede entender que el pecado no cabe en su propia vida. Por otra parte, ante la posible deformación de la conciencia y la llamada a tener una actitud permanente para perdonar a los hermanos, el católico necesita acudir al sacramento de la reconciliación.
Mediante el sacramento de la Reconciliación el bautizado recibe el perdón de sus pecados, que se cometen contra Dios y que ofenden a la Iglesia (cfr. CEC 1423-1424).

Bienes de la confesión sacramental
Entre los abundantes bienes que se derivan de este sacramento, baste considerar los nombres que recibe: Se llama sacramento de conversión porque supone una vuelta al Padre; sacramento de la Penitencia porque supone un proceso de conversión, arrepentimiento y reparación por los pecados;  sacramento de la confesión porque se declaran o manifiestan los pecados al sacerdote, también porque es una confesión que reconoce y alaba la santidad y la misericordia de Dios; sacramento del perdón porque por medio de la absolución sacramental se obtiene el perdón y la paz; sacramento de la reconciliación porque obtiene el amor y la reconciliación (cfr. CEC 1423-1424).
Uno de los efectos psicológicos de la absolución sacramental es que deja una profunda paz, fruto de un perdón objetivo, cotejado por el juicio autorizado del ministro que además de formar la conciencia contra cualquier subjetivismo, orienta el crecimiento de la vida interior del penitente.

CONCLUSIÓN
Jesucristo perdona los pecados de los hombres como parte de su obra redentora. El proceso por el cual el bautizado hace suya esta obra redentora, el sanar el misterio de iniquidad del corazón humano, requiere constantes y graduales momentos de conversión, de purificación interior y de formación de la conciencia.

Todas las objeciones que niegan la divinidad de Jesucristo y la mediación de la Iglesia, respecto al sacramento de la Reconciliación carecen de fundamento bíblico. Existe un abundante apoyo desde el AT. En el NT es contundente el argumento sobre el poder de las llaves que Jesucristo le comunicó a su Iglesia para que continuara su misión redentora. La Iglesia como misterio de Comunión es mediadora de la vida nueva que al no quitar la debilidad, fragilidad y concupiscencia de la naturaleza humana, requiere lucha personal y el auxilio de la gracia sacramental, tanto por parte del laico como del sacerdote.

Cualquier argumento existencial que descalifique al ministro ordenado en el fondo es una excusa para hacer un acto de profunda humildad, actitud fundamental de quien suplica el perdón objetivo de los propios pecados.

Al interior de la Iglesia hace falta una mayor catequesis, formación bíblica y dejarse convencer por el Espíritu de la Verdad para amar mejor este sacramento del perdón que conduce a la auténtica paz, a la paz mesiánica.

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