AMORIS LAETITIA Crecimiento, purificación y transformación del amor conyugal




“CRECER EN LA CARIDAD CONYUGAL”
  La gracia sacramental santifica, enriquece e ilumina el amor conyugal. Es una unión que supone la ternura de la amistad y la pasión pero subsiste cuando se debilitan los sentimientos y la pasión (cfr. AL 120).
   El matrimonio es imagen del ágape y de la comunión de Dios Uno y Trino. El sacramento inviste de una auténtica misión para saber amar a través de las cosas ordinarias cotidianas (cfr. AL 121).
El matrimonio como signo de la comunión Cristo-Iglesia “implica «un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios»” (AL 122).

Toda la vida, todo en común
Es la máxima amistad después de la comunión con Dios porque busca el bien del otro, es recíproco, tierno, estable, se construye mutuamente, pero añade la indisolubilidad exclusiva. Además comporta apertura a lo definitivo y para los católicos es una alianza ante Dios (cfr. AL 123).
  Prometer un amor para siempre solamente se da cuando se descubre que el plan de Dios sostiene y permite la entrega conyugal, supone la gracia que fortalece y eleva (cfr. AL 124).
   Esta amistad exclusiva y peculiar incluye la pasión orientada a la comunión más firme e intensa, totalizante, fiel y abierta a la generación. Este amor conduce al don libre y mutuo de los cónyuges, expresado en sentimientos y actos de ternura (cfr. AL 125).

Alegría y belleza
Conviene cuidar la alegría conyugal porque amplía la capacidad de gozo y permite saborear diversas realidades, aun cuando el placer se apague (cfr. AL 126).
  El amor de amistad se convierte en ágape cuando se capta y aprecia el alto valor del otro, que no corresponde con su atractivo físico o psicológico, gustando su valor sagrado sin necesidad de poseerlo (cfr. AL 127).
   La experiencia estética del amor se palpa al contemplar al otro como un fin en sí mismo, a pesar de su enfermedad, vejez o carente de atractivo físico. El amor ve más allá de todo (cfr. AL 128).
  Esta experiencia gozosa de amor contemplativo debe cultivarse porque la mayor alegría es el bien compartido, es complacerse en el bien del ser amado que se derrama fuera de sí y se vuelve fecundo en el amante (cfr. AL 129).
   La alegría se renueva en el dolor, superados el sufrimiento y la lucha de ambos, los cónyuges saben que valió la pena porque conquistaron lo bueno, aprendieron y valoran mejor lo que tienen (cfr. AL 130).

Casarse por amor
  Cuando el amor es la causa del matrimonio, éste permite su estabilidad y crecimiento, superando cualquier moda pasajera. Las obligaciones que comporta el matrimonio brotan del amor decidido y generoso, capaz de arriesgar el futuro (cfr. AL 131).
La opción matrimonial asumida de este modo expresa la decisión real y efectiva de comunión, superando todo. Asumir así el matrimonio con todos sus compromisos supone un sí sin reservas ni restricciones (cfr. AL 132).

Amor que se manifiesta y crece
  Este amor de amistad unifica e impulsa la vida familiar, por esto deben cultivarse los gestos de amor como dar gracias, pedir permiso y perdón, las palabras adecuadas en el momento justo. Esto protege y alimenta el amor cotidiano (cfr. AL 133).
  El amor se realiza en un constante crecimiento y maduración porque participa del ágape infinito, del Espíritu Santo. Este crecimiento aumenta la capacidad para amar y esto solamente se da respondiendo a la gracia divina con constantes actos de amor, tanto con la familia como para con Dios (cfr. AL 134).
El verdadero amor es el que madura con el tiempo, por contraste con la fantasía de una familia perfecta que impide crecer. El ágape supera los desafíos, la imperfección y cultiva la comunión a pesar de todo (cfr. AL 135).

Diálogo
  El diálogo es indispensable para vivir, expresar y madurar el ágape conyugal y familiar, pero requiere un largo aprendizaje (cfr. AL 136).
  El tiempo de calidad supone escuchar con paciencia y atención todo lo que el otro necesita expresar (desilusión, miedo, pena, ira, esperanza, sueño), empezar a hablar en el momento adecuado o simplemente escuchar (cfr. AL 137).
  Una verdadera valoración del otro como persona comporta el hábito de darle importancia real, reconocer su derecho a existir, a pensar autónomamente, ser feliz (cfr. AL 138).
Se requiere amplitud de mente, no fijarse en pocas ideas, flexibilidad para modificar y completar las propias opiniones. Se trata de aspirar a una unidad en la diversidad, o a una diversidad reconciliada. Hay que expresar lo que uno siente sin lastimar al otro, un lenguaje y modo de hablar tolerable, reclamar sin ira, evitar agredir, ironizar, culpar o herir con el propio lenguaje (cfr. AL 139).
  Los gestos y demostraciones de afecto hacia el otro superan barreras. La propia seguridad se debe fundar en opciones, convicciones y valores y no en ganar una discusión (cfr. AL 140).
  La riqueza de la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad permiten un diálogo que vale la pena (cfr. AL 141).

«AMOR APASIONADO» 142-164
El amor conyugal incluye las expresiones del cuerpo y del espíritu, el placer y la pasión (cfr. AL 142).

El mundo de las emociones
  Las pasiones (deseos, sentimientos, emociones) se producen cuando otro se manifiesta y está presente en la propia vida (cfr. AL 143).
  Jesucristo vivía también la emotividad, mostrando que su corazón estaba abierto a los otros (cfr. AL 144).
   La bondad o maldad de sentir o rechazar algo está en el acto que acompaña a la pasión, no en la sensación. La bondad no está en lo que sentimos, algunos se sienten con una gran capacidad de amar solamente porque tienen una gran necesidad de afecto pero no saben luchar por la felicidad de los demás (cfr. AL 145).
  El amor conyugal ha de procurar que la vida emotiva sirva al bien de la familia, a su vida en común (cfr. AL 146).

Dios ama el gozo de sus hijos
   La Iglesia no rechaza el eros sino que considera que su falsa divinización lo deshumaniza y priva de su dignidad divina (cfr. AL 147).
  Se requiere educar la propia emotividad y el instinto, poniendo límites al exceso, descontrol y obsesión pues dañan la vida familiar. Las pasiones se deben orientar hacia la autodonación y la plena realización de sí mismo que sí enriquece la vida familiar (cfr. AL 148).
  La Iglesia sostiene que el Señor ama el gozo del ser humano, alegrémonos por esta ternura divina hacia nuestro mundo emotivo. El deseo se dilata y perfecciona con la ampliación de la conciencia (cfr. AL 149).

Dimensión erótica del amor
  La sexualidad es un regalo maravilloso de Dios, se cultiva y controla para evitar su empobrecimiento como valor verdadero (cfr. AL 150).
Educar las pasiones y la sexualidad no perjudica la espontaneidad del amor sexuado, sino que supone una conquista conseguida por medio del aprendizaje del significado del propio cuerpo con perseverancia y coherencia. En el sano erotismo de la corporeidad se puede encontrar la fuente de la procreación sino también la capacidad para expresar el amor como don; la búsqueda de placer puede humanizar los impulsos porque supone admiración por el otro (cfr. AL 151)
  La dimensión erótica del amor es un don divino que embellece el encuentro conyugal. Se sublima esta pasión con la admiración de la dignidad del otro (cfr. AL 152)

Violencia y manipulación
  La sexualidad se despersonaliza y llena de patologías cuando se convierte en ocasión e instrumento para satisfacer egoístamente los propios deseos e instintos (cfr. AL 153).
Para evitar que la sexualidad matrimonial de lugar al sufrimiento y manipulación debemos afirmar que el acto conyugal no se puede imponer sin tomar en cuenta los deseos y situación del otro cónyuge, se debe conversar (cfr. AL 154).
La llamada a una unión cada vez más intensa, se arriesga cuando se cambia la comunión conyugal por el dominio, cambia esencialmente la estructura comunional conyugal pues se vive el sexo como evasión de sí mismo y se renuncia a la belleza de la unión (cfr. AL 155).
Se debe rechazar todo tipo de sometimiento fundado en el egoísmo ya que el matrimonio se basa en la recíproca donación y mutua sumisión, procurando la plenitud del otro (cfr. AL 156).
  Tanto en el dar como en el recibir amor como don (caricias, abrazos, besos y el acto conyugal), el equilibrio humano no pierde fragilidad por la naturaleza herida que tiende a resistirse, a desbocarse, al egoísmo (cfr. AL 157).

Matrimonio y virginidad
   “La virginidad es una forma de mar”. Es signo de la urgencia al servicio evangelizador. Es un estado de vida complementario del matrimonio, cada estado puede ser más perfecto en algún sentido (cfr. AL 19).
  No se trata de medir el valor de un estado solamente por la continencia sino por el conjunto de los consejos evangélicos, de hecho un casado también puede vivir el ágape en un altísimo grado (cfr. AL 160).
   La virginidad es un signo escatológico del Señor resucitado, el matrimonio es un signo histórico para los que peregrinamos. Ambas vocaciones son formas diferentes de amar (cfr. AL 161).
  Aquellos con vocación a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios ejemplo de la fidelidad de Dios a su Alianza, estimulando su propia oblatividad (cfr. AL 162)

“LA TRANSFORMACIÓN DEL AMOR”
  La esperanza de vida conyugal, entre 4 y 6 décadas, requiere volver a elegirse una y otra vez. El amor conyugal es una decisión superior a las pasiones, aunque las incluya, es una decisión para toda la existencia (cfr. AL 163).
  Si bien la apariencia física cambia, aunque siempre expresa la identidad personal, no se debe debilitar la atracción amorosa conyugal. Esto se logra gracias a la fuerza sobrenatural del Espíritu Santo, pidiéndole que su fuego divino fortalezca, oriente y transforme las diversas etapas del amor conyugal (cfr. AL 164).

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)

PRIMER DOMINGO CUARESMA (B)

DOMINGO XXX T O (A)