DOMINGO DÉCIMO CUARTO T O (C)




MONICION AMBIENTAL

Hoy escucharemos en la Palabra del Señor cómo Jesús envía a sus discípulos para que lleven la Buena Nueva de su Reino de paz y de amor, un Reino capaz de salvar al hombre de su miseria y de su pecado, de todo aquello que le impide alcanzar la redención. El Señor envía a todo creyente como testigo de los valores espirituales, consciente que los bienes temporales no pueden ahogar la grandeza de ese Reino.


ORACIÓN COLECTA

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna.

Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA

M. El profeta Isaías nos invita a alegrarnos con Jerusalén porque de la ciudad santa deriva como un río la verdadera paz, manifestándose así la mano del Señor.



Lectura del profeta Isaías 66,10-14c

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto.

Mamareis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor:

“Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.

Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré  yo, y en Jerusalén seréis consolados.

Al verlo, se alegrará vuestros corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos.”

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL Sal 65,1-3a.4-5.16 y 20 (R.:1)

M. Con el salmo 65 aclamemos las obras del Señor, su dominio sobre todo lo creado, diciendo: R/. Aclamad al Señor, tierra entera.

Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre; cantad himnos a su gloria; decid a Dios: “¡Qué temibles son tus obras!!” R/. Aclamad al Señor, tierra entera.

Que se postre ante ti la tierra, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. R/. Aclamad al Señor, tierra entera.

Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente. R/. Aclamad al Señor, tierra entera.

Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor. R/. Aclamad al Señor, tierra entera.



SEGUNDA LECTURA

M. San Pablo, dirigiéndose a los Gálatas, se gloría en la cruz de Jesucristo, por la que el mundo está crucificado para el apóstol y el apóstol para el mundo.



Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 6,14-18

Hermanos:

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva.

La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén. Palabra de Dios.

M. San Lucas recoge el primer envío misionero de setenta y dos discípulos de Jesús. Fueron a anunciar la inminencia del Reino de los Cielos, recibiendo la potestad de predicar, de curar enfermos y de expulsar demonios.

ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO

Aleluya Col 3,15a. 16a

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestros corazones; la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.  

EVANGELIO

† Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,1-12.17-20

En aquel tiempo, designo el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

La mies es abundante los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a sus mies.

¡Poneos en camino! Mirad os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario.

No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios.”

Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo acudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.”

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.”

Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:

Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.”

Él les contesto:

Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: Os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.”

Palabra del Señor.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

CEC 541-546: el Reino de Dios está cerca

CEC 787, 858-859: los Apóstoles están asociados a la misión de Cristo

CEC 2122: “el operario tiene derecho a su salario”

CEC 2816-2821: “Venga tu Reino”

CEC 555, 1816, 2015: el camino para seguir a Cristo pasa por la cruz

541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (MC 1,15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).



542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (JN 12,32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (cf. LG 3).



543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10,5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8,11 MT 28,19).



Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).



544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (LC 4,18 cf. LC 7,22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (MT 5,3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11,25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2,23-26 MT 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7 JN 19,28) y la privación (cf. Lc 9,58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25,31-46).



545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (MC 2,17 cf. 1TM 1,15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15,11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (LC 15,7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (MT 26,28).



546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4,33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22,1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13,44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21,28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13,3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25,14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (MT 13,11). Para los que están "fuera" (MC 4,11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13,10-15).

HERMENÉUTICA DE LA FE

El Señor hace un envío misionero de sus discípulos, como un signo de lo que sería en el futuro la evangelización de todo el mundo, ello son portadores de un nuevo estilo de vida, “los setenta discípulos aprendieron de Cristo la erudición apostólica, la modestia, la inocencia, la equidad. Aprendieron a no preferir cosa alguna del mundo a las santas predicaciones y a aspirar de tal modo a la fortaleza del alma que no temiesen ningún terror, ni la misma muerte” (San Cirilo).


Jesús les comunica un poder divino para que su misión se vea confirmada: “El poder, por lo tanto, viene conferido dentro de un contexto misionero, no para exaltar sus personas, sino para confirmar la misión” (CDF). Por esto, su estilo de vida debe caracterizarse también por la pobreza, “sólo la pobreza asegura al sacerdote su disponibilidad a ser enviado allí donde su trabajo sea más útil y urgente, aunque comporte sacrificio personal. Ésta es una condición y una premisa indispensable a la docilidad que el apóstol ha de tener al Espíritu, el cual lo impulsa para «ir», sin lastres y sin ataduras, siguiendo sólo la voluntad del Maestro” (PDV 30).


Ellos anuncian la cercanía del Reino de Dios, basado en la fe, el amor y la verdad, “el reino de paz de Cristo no se extiende con el poder, con la fuerza, con la violencia, sino con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, incluso hacia los enemigos. Jesús no vence al mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la cruz, que es la verdadera garantía de la victoria” (Benedicto XVI). Se trata de comunicar la verdad del Señor como anuncio y acontecimiento, “llevar a los hombres la luz de la verdad, liberarlos de la pobreza de verdad, que es la verdadera tristeza y la verdadera pobreza del hombre. Llevarles la buena noticia que no es sólo palabra, sino también acontecimiento” (Benedicto XVI).


Entre otros bienes espirituales que comunican los evangelizadores está el don de la paz, “la paz que se ofrece por el predicador, o descansa en la casa, si en ella hay alguno que esté presto para oírla y sigue la palabra celestial que oye; o si ninguno quiere oírla, el predicador no quedará sin fruto, porque la paz volverá sobre él, como una recompensa que el Señor le da por el trabajo de su obra. Más si se recibe nuestra paz, entonces somos acreedores a que se nos recompense por aquéllos a quienes facilitamos el camino de la gloria” (San Gregorio).


El fruto de la misión de los discípulos es una alegría sobrenatural, no simplemente basada en lo grandioso y extraordinario, en lo sensacional, “el Señor reprendió admirablemente el orgullo en el corazón de sus discípulos, recordándoles la perdición del maestro de la soberbia, para que en el autor de la soberbia aprendiesen lo que debían temer de ese vicio” (San Gregorio). Los discípulos “constataron que, con el poder de la palabra de Jesús, los males del hombre son vencidos. Y Jesús comparte su satisfacción: «en aquella hora» (Lc 20,21), en aquel momento se llenó de alegría” (Benedicto XVI).

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