TERCER DOMINGO T O (C)



Excelentísimo Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y  todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor."
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír." (Lc 1,1-4; 4,14-21)

CONTEXTO LITÚRGICO

Neh 8,2-6.8-10; Sal 18,8-10.15; 1Co 12,12-30

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 714: la espera en el Antiguo Testamento del Mesías y del Espíritu
CEC 1965-1974: la nueva Ley y el Evangelio
CEC 106, 108, 515: Dios inspiró a los autores de las Escrituras y a los lectores
CEC 787-795: la Iglesia, el Cuerpo de Cristo

HERMENÉUTICA DE LA FE



El evangelio de este domingo recoge dos textos: Lc 1,1-4 recoge la verdad sobre la Persona de Jesucristo, testimoniada por los apóstoles, “el mayor motivo de credibilidad es haber aprendido de aquellos que vieron personalmente” (San Juan Crisóstomo). Tanto de Lucas como de los otros evangelios “emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Lc 1,3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial” (NMI 18).

El otro texto Lc 4,14-21 es el primer anuncio mesiánico de Jesús en su vida pública, es una proclamación de la fuerza del Espíritu de Dios que mora en plenitud en Jesús, “aquél que posee la plenitud de este Espíritu, aquél que marca el « nuevo inicio » del don que Dios hace a la humanidad con el Espíritu” (DEV 18), y que será el Protagonista de la misión de la Iglesia a la largo de la historia, que sigue anunciando el jubileo, el año de gracia del Señor. “En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica… toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34)” (CEC 1286).

Toda la vida de Jesucristo está orientada por el Espíritu Santo. “En Jesús, el vínculo Espíritu-Palabra llega al vértice; en efecto, él es la misma Palabra hecha carne «por obra del Espíritu Santo»”. Esta íntima y poderosa comunión del Hijo con la Tercera persona de la Trinidad “se manifiesta también en la actividad evangelizadora de Jesús. Él mismo lo subraya en su discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-30), aplicándose el pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (Is 61,1). En cierto sentido, se puede decir que Jesús es el «misionero del Espíritu», dado que el Padre lo envió para anunciar con la fuerza del Espíritu Santo el evangelio de la misericordia” (San Juan Pablo II).

Jesucristo proclama el año de gracia del Señor. Jesús hace “presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo mismo la prueba fundamental de su misión de Mesías” (DM 3). El Señor hace suyas la promesa mesiánica de Isaías que consistiría en “la revelación del amor misericordioso a los pobres, los que sufren, los prisioneros, los ciegos, los oprimidos y los pecadores” (DM 8), la misma resurrección de Jesús “constituye el signo final de la misión mesiánica, signo que corona la entera revelación del amor misericordioso en el mundo sujeto al mal. Esto constituye a la vez el signo que preanuncia "un cielo nuevo y una tierra nueva” (DM 8).

La acción del “Espíritu guía a la Iglesia para que, gracias a la obra de numerosas almas generosas, siga llevando la buena nueva… en las diferentes épocas de la historia, es siempre el Espíritu Santo el que, cumpliendo el proyecto del Padre, suscita diversos carismas al servicio de la Iglesia y de la humanidad entera” (San Juan Pablo II). “La fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos encamina hacia el futuro, hacia la venida del Reino de Dios… Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar la faz de la tierra»” (Benedicto XVI). La Iglesia fortalecida así y con una rica visión de fe puede edificar una nueva humanidad.

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