EL BAUTISMO DEL SEÑOR (C)



En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: –– "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego."
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tu eres mi Hijo, el amado, el predilecto" (Lc 3,15-16.21-22).

CONTEXTO LITÚRGICO

Is 42,1-4.6-7; Sal  28,1ª y 2.3ac-4.3b y 9b-10 (R.:11b); Hch 10,34-38

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 1217-1228 El Bautismo en la Economía de la salvación
CEC 1262-1274 La gracia del Bautismo

HERMENÉUTICA DE LA FE



El Bautismo de Jesús en el Jordán lo manifiesta como “Mesías de Israel e Hijo de Dios”, san Lucas nos presenta a Jesús como “principal protagonista del acontecimiento, confundido con los pecadores y en oración: es Él la respuesta a las expectativas de la gente, el Cordero sin pecado que quita el pecado del mundo”. Cordero de Dios equivale a Siervo de Dios del profeta Isaías. Inmediatamente vemos una acción de la Trinidad “se abre el cielo que el pecado de Adán había cerrado, desciende sobre Jesús el Espíritu…, y viene escuchada la Palabra de amor del Padre” (San Juan Pablo II).

La manifestación Trinitaria es un testimonio superior al de Juan el Bautista sobre el ser mesiánico de Jesús, quien “fue bautizado, no para purificarse, sino para purificar las aguas, a fin de que, purificadas por la carne de Jesucristo, que no conoció el pecado, tuviesen virtud para bautizar a los demás” (San Ambrosio). Palpamos en este misterio, un paso del deseo humano de ser lavados del pecado a la acción divina de purificarnos con la sangre del Cordero y comunicarnos su gracia. Se habla de fuego del Espíritu Santo porque “abrasa por el amor y por la sabiduría, ilumina los corazones que llena” (San Beda).

Jesús no solamente posee el Espíritu Santo, ya que toda su actividad evangelizadora es conducida por el Espíritu de Dios, sino que la da como don mesiánico, como fuente de vida plena y eterna, a su nuevo pueblo, “este mismo Espíritu sostendrá la misión evangelizadora de la iglesia… San Lucas considera a los Apóstoles como representantes del pueblo de Dios de los tiempos finales, y subraya con razón que este Espíritu de profecía se derrama en todo el pueblo de Dios” (San Juan Pablo II).

El Espíritu Santo, igual que el fuego, quema y destruye el pecado original, “restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina,… transforma el hijo de las tinieblas en hijo de la luz… obra el retorno a la adopción filial…”. La acción sanante de la gracia en nuestra alma “la purifica de las malas inclinaciones, y de los vicios,… Una tal purificación a veces cuesta al hombre; está vinculada con el dolor y con el sufrimiento, pero es indispensable, dado que el alma debe conservar en sí aquello que es noble, honesto y puro” (San Juan Pablo II).

El Espíritu Santo “abre los ojos del corazón a la Verdad, a toda la Verdad. Es él, el Espíritu Santo, que empuja nuestra vida sobre el sendero renovado de la caridad… que nos reconcilia con la ternura del perdón divino y nos penetra totalmente con la fuerza de la verdad y del amor” (San Juan Pablo II). Este nuevo ser en Cristo y bajo la acción de su Espíritu necesita un nuevo alimento: la eucaristía, “en el que Cristo mismo, incesantemente y siempre de una manera nueva, «certifica» en el Espíritu Santo a nuestro espíritu que cada uno de nosotros, como partícipe del misterio de la Redención, tiene acceso a los frutos de la filial reconciliación con Dios” (San Juan Pablo II).

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