CUARTO DOMINGO T O (C)



En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían  de sus labios.
Y decían:
"¿No es éste el hijo de José?"
Y Jesús les dijo:
"Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún."
Y añadió:
"Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio."
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba (Lc 4,21-30).

CONTEXTO LITÚRGICO

Jr 1,4-5.17-19; Sal 70,1-6.15.17; 1Co 12,31—13,13

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 436, 1241, 1546: Cristo el Profeta
CEC 904-907: nuestra participación en el oficio profético de Cristo
CEC 103-104: la fe, el principio de la vida eterna
CEC 1822-1829: la caridad
CEC 772-773, 953: la comunión en la Iglesia
CEC 314, 1023, 2519: los que están en el cielo verán a Dios “cara a cara”

HERMENÉUTICA DE LA FE

Inmediatamente después que Jesús proclamó que el pasaje mesiánico de Isaías se cumplía en él, produjo en los oyentes primero admiración, después incredulidad y finalmente cólera hasta el punto de quererlo despeñar, pero Jesús no permitió que lo hicieran porque aún no había llegado su hora, sobre esto último dice San Beda “el Salvador, mudando la intención de ellos, o aturdiéndolos, bajó, porque aún les reservaba ocasión de arrepentirse”, por su parte San Ambrosio dice “quería más bien salvar a los judíos que perderlos para siempre, y por eso cuidaba de que ellos no pudiesen cumplir lo que querían, dejando frustrado su furor”. 

Jesús es consciente del rechazo del profeta en su propia tierra y no realizó ningún milagro en Nazaret para evitar la envidia, “en vano se debe esperar la ayuda de la Misericordia divina, cuando se tiene envidia al mérito de la virtud de otro. El Señor desprecia a los envidiosos, y aleja los milagros de su poder, de aquellos que persiguen en otros los divinos beneficios… la patria de Jesús, la cual fue digna de que el Hijo de Dios fuese en ella concebido, es juzgada indigna de sus obras por la envidia” (San Ambrosio), sin embargo, “les expone una doctrina no menos admirable que los milagros” (San Juan Crisóstomo). Este conflicto “es la primera señal de las sucesivas hostilidades” (San Juan Pablo II) de los judíos, que culminarán con la resurrección de Lázaro.

La Palabra proclamada por Jesús tiene toda la fuerza del Espíritu Santo por esto no tiene comparación alguna, goza de una autoridad única, “sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino” (EN 11). Desde entonces la evangelización de la Iglesia es auténtica si tiene la acción del Paráclito, “el Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar,… "Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece". Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El” (EN 75).

Jesucristo es el Mesías, el Cristo, precisamente porque “él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa… Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey” (CEC 436). “Habiendo sido concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida” (CEC 1286). El Espíritu Santo es “el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean” (Benedicto XVI).

Ese nuevo comienzo salvífico, “el "hoy" del que habla Jesús indica el tiempo de la Iglesia, precisamente porque pertenece a la "plenitud del tiempo", o sea, el tiempo de la salvación plena y definitiva. La consagración y la misión de Cristo… son la raíz viva de la que brotan la consagración y la misión de la Iglesia "plenitud" de Cristo” (PDV 18). Los fieles que asumen su consagración-misión en el mismo Amor de Cristo, éste Amor los conduce a la eternidad. “Jesús ha venido sobre todo para enseñarnos el amor… El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez "desde fuera" (San Juan Pablo II).

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