SEGUNDO DOMINGO T O (C)



Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
"No les queda vino."
Jesús le contestó:
"Mujer, déjame, todavía
a no ha llegado mi hora."
Su madre dijo a los sirvientes:
"Haced lo que él diga."
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
"Llenad las tinajas de agua."
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
"Sacad ahora y llevádselo al mayordomo."
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venia (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
"Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él (Jn 2,1-11).

CONTEXTO LITÚRGICO

Is 62,1-5; Sal 95,1-2ª.2b-3.7-8ª.9-10ª y c (R.:3); 1Co 12,4-11

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 528: en Caná, Cristo se manifiesta como Mesías, Hijo de Dios, el Salvador
CEC 796: la Iglesia, esposa de Cristo
CEC 1612-1617: el matrimonio en el Señor
CEC 2618: la intercesión de María en Caná
CEC 799-801, 951, 2003: los carismas al servicio de la Iglesia

HERMENÉUTICA DE LA FE



Las bodas de Caná nos presentan el diálogo de la Virgen María con su Hijo Jesús durante la celebración de unas bodas. La Virgen María al percatarse que no tienen vino, nos descubre su preocupación e intercesión por las necesidades de los hombres, pero también sabe que los discípulos de Jesús deben aprender a tener fe en el Hijo de Dios. “De María aprendemos la bondad y la disposición a ayudar, pero también la humildad y la generosidad para aceptar la voluntad de Dios, confiando en él, convencidos de que su respuesta, sea cual sea, será lo mejor para nosotros” (Benedicto XVI).

En la aparente negativa de la respuesta de Jesús sobre que todavía no ha llegado su hora, realmente subyace su total Sí al proyecto de Dios, “Jesús nunca actúa solamente por sí mismo; nunca actúa para agradar a los otros. Actúa siempre partiendo del Padre, y esto es precisamente lo que lo une a María, porque ahí, en esa unidad de voluntad con el Padre, ha querido poner también ella su petición” (Benedicto XVI). De aquí se deriva una respuesta positiva, que anticipa su hora pascual y el banquete de bodas escatológico.

La hora de Jesús “se trata de la hora de la muerte (cf. Jn 2,4 7,30 8,20), la hora en la que Cristo debe pasar de este mundo al Padre (Jn 13,1). Pero, al mismo tiempo, es también la hora de su glorificación que se cumple por la cruz, y que el evangelista Juan llama «exaltación», es decir, ensalzamiento, elevación a la gloria: la hora de la muerte de Jesús, la hora del amor supremo, es la hora de su gloria más alta” (Benedicto XVI). Esta epifanía del Señor nos descubre también las bodas del Cordero en su Parusía. “La madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa” (CEC 2618).

Jesucristo como buen Hijo honra a su Madre y cumple la voluntad de Dios Padre. El sí de Jesús y de la Virgen María convergen en la obra de la redención. Jesús al realizar su primer milagro o signo “anuncia su hora, la hora de las bodas, la hora de la unión entre Dios y el hombre. Él no se limita a "producir" vino, sino que transforma las bodas humanas en una imagen de las bodas divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que da la plenitud del bien, representada por la abundancia del vino. Las bodas se convierten en imagen del momento en que Jesús lleva su amor hasta el extremo, permite que le desgarren el cuerpo, y así se entrega a nosotros para siempre, se hace uno con nosotros: bodas entre Dios y el hombre” (Benedicto XVI).

Para la Iglesia la presencia de Jesús en las bodas de Caná indica que “en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo” (CEC 1613). El banquete nupcial además de la unión de Dios con la humanidad, tiene un sentido metafórico sugerente “el símbolo del vino, unido al del banquete, vuelve a proponer el tema de la alegría y de la fiesta. Además, el vino, como las otras imágenes bíblicas de la viña y de la vid, alude metafóricamente al amor:… el vino es el fruto, es decir, el amor, porque precisamente el amor es lo que Dios espera de sus hijos” (Benedicto XVI).

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