SAGRADA FAMILIA (C)



Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A  los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
_“Hijo, ¿Por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscamos angustiados.”
Él les contesto:
_“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
(Lc 2,41-52)
 
CONTEXTO LITÚRGICO

Eclo 3,3-7.14-17; Sal 127,1-5; Col 3,12-21

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 531-534: la Sagrada Familia
CEC 1655-1658, 2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
CEC 2214-2233: las obligaciones de los miembros de la familia
CEC 534, 583, 2599: Jesús es hallado en el Templo
CEC 64, 489, 2578: Ana y Samuel
CEC 1, 104, 239, 1692, 1709, 2009, 2736: todos somos ahora hijos adoptivos de Dios
CEC 163, 1023, 1161, 2519, 2772: veremos a Dios “cara a cara” “así como Él es”

HERMENÉUTICA DE LA FE


Dios Hijo al encarnarse quiso vivir en una familia para enseñarnos la grandeza de la vocación y misión de un hogar, “El habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel” (San Juan Pablo II). Su obediencia de Hijo, su profunda piedad para con sus padres terrenales, de los cuales era consubstancial con la Virgen María en su naturaleza humana, no contrasta con la obediencia a su Padre del cielo, con el cual es consubstancial en su naturaleza divina. Jesucristo armoniza su obediencia como Hijo del hombre e Hijo de Dios: “Él es el obediente por excelencia” (VC 22).

Cuando san José y la Virgen se dan cuenta que Jesús no iba de regreso con ellos, su preocupación se asemeja a la de todos los padres que “nace del amor entrañable de los padres por sus hijos, y hace madurar este mismo amor uniendo más profundamente a los esposos. En esa misma preocupación se pone de manifiesto una responsabilidad salvífica que confiere a todo amor esponsal y familiar una dignidad y sublimidad particulares” (San Juan Pablo II).

Este episodio de Jesús “es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina” (CEC 534), además de revelarnos su profundo respeto por el templo como lo hicieron todos los profetas, “apenas con doce años, tiene ya la conciencia clara del significado de su propia vida, del sentido de su misión, dedicada enteramente desde el primer hasta el último momento "a la casa del Padre” (San Juan Pablo II). Este suceso destaca la primacía de la voluntad de Dios Padre y la total entrega del Hijo al proyecto divino, como será confirmado en su vida pública.

Jesús en el templo “manifestaba, pues, su lengua una sabiduría divina, pero su edad manifestaba la debilidad humana, por lo que los judíos, turbados y admirados, dudan entre la sublimidad de lo que oyen y la humildad de lo que ven” (San Beda). Inmediatamente, la respuesta dada por Jesús a san José y a la Virgen María nos revelan la conciencia que tenía Jesús de cumplir la voluntad de su Padre Dios, “esa conciencia se ahondaba y crecía en Jesús con el paso de los años, hasta que se manifestó con toda su fuerza cuando comenzó su predicación pública. El poder del Padre que actuaba en él se fue revelando poco a poco en sus palabras y sus obras. Y se reveló de modo definitivo cuando se entregó completamente al Padre en la cruz” (San Juan Pablo II).

Las palabras de Jesús revelan el verdadero sentido de la misión de san José, “nos ayudan a comprender el misterio de la "paternidad" de san José. Al recordar a sus padres el primado de Aquel a quien llama "mi Padre",… su esponsalidad y paternidad es totalmente relativa a la de Dios. José de Nazaret está llamado a convertirse, a su vez, en discípulo de Jesús” (San Juan Pablo II), “dedicando su existencia al servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en obediencia al Padre celestial” (Benedicto XVI).

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