LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (C)



Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: _“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.”
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
—“En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tu, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.”
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: —“Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.”
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino (Lc 2,1-12).

CONTEXTO LITÚRGICO

Is 60,1-6; Sal 71,2.7-8.10-13; Ef 3,2-3.5-6

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 528, 724: la Epifanía del Señor
CEC 280, 529, 748, 1165, 2466, 2715: Cristo, luz de las naciones
CEC 60, 442, 674, 755, 767, 774-776, 781, 831: la Iglesia, el sacramento de la unidad del género humano

HERMENÉUTICA DE LA FE


El rey Herodes está “obsesionado por sus deseos de poder y riqueza” (Benedicto XVI). Su acceso al poder había sido así: “muerto Antípater, un decreto del senado concede, bajo Antonio, el reino de los judíos a su hijo Herodes; resultando que éste, sin afinidad ninguna con la raza judía, se alzó con el reino por la falsía y las intrigas” (San Ambrosio). Estamos ante un hombre lleno de maldad, como se verifica en la decisión que toma de mandar a quitar la vida a todos los niños de cierta edad, pretendiendo eliminar a su adversario político: el Rey de los judíos.

Los magos “muy probablemente eran astrónomos. Desde su punto de observación, situado al oriente con respecto a Palestina, tal vez en Mesopotamia, habían notado la aparición de un nuevo astro y habían interpretado este fenómeno celestial como anuncio del nacimiento de un rey, precisamente, según las Sagradas Escrituras, del rey de los judíos”. Los magos, a diferencia de Herodes, “los persuadió la señal de la estrella,… Pero tampoco habría bastado la estrella, si los Magos no hubieran sido personas íntimamente abiertas a la verdad”. (Benedicto XVI).

La estrella parece corresponder a un ángel por las características que tiene: “el camino que recorría, que nunca fue el de una estrella ordinaria, del norte al sur…; no era visible solamente de noche, sino en la mitad del día, lo cual no acontece con ninguna estrella, ni aun con la misma luna…; unas veces aparecía y otras desaparecía”; por esto se puede decir que se trata de “una voluntad inteligente,… no era simplemente una estrella, sino más bien una virtud invisible que había tomado esta forma”. (San Juan Crisóstomo).

Los magos no dudan ante la pobreza que rodea a Jesús, sino que lo adoran, tampoco dudan en volver a su destino por otra ruta para evitar la maldad de Herodes. Su respuesta de amor es fruto de su fe y de su apertura a la verdad, le ofrecen “el oro como a un gran rey, se quema el incienso en su presencia como delante de Dios, y se le ofrece la mirra como a aquél que había de morir por la salvación de todos” (San Agustín).

Los magos nos indican cuál es el camino para encontrar y adorar a Jesucristo: “Su camino es… sobre todo el camino en el Espíritu Santo… el hombre es conducido por la luz espiritual proveniente de Dios, prefigurada por aquella estrella… Los caminos del alma humana, que conducen hacia Dios, hacen que el hombre encuentre en sí un tesoro interior... El hombre toma conciencia de qué enormes dones de naturaleza y gracia lo ha colmado Dios, entonces nace en él la necesidad de ofrecerse, de restituir a Dios aquello que ha recibido” (San Juan Pablo II).


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