DOMINGO XXIII T O (B)



En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: —«Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. É1 les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: —«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,31-37).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO

Is 35, 4-7ª; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10 (R/.:1); Sant 2,1-5

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 1503-1505: Cristo, el médico
CEC 1151-1152: los signos asumidos por Cristo, signos sacramentales
CEC 270-271: la misericordia de Dios

HERMENÉUTICA DE LA FE



“Decápolis es el país de las diez ciudades al otro lado del Jordán, al oriente, frente a Galilea” (San Beda). La Decápolis, “territorio multi-étnico y plurirreligioso” (Benedicto XVI), no obstante que Jesús subraya que debía irse primero a los israelitas, indica cómo en ciertos momentos el Señor se acerca a los paganos. La “Decápolis, es decir, "la región de los gerasenos", a la otra orilla del lago de Galilea… Estas alusiones prueban que Jesús salía, a veces, fuera de los límites de Israel (en sentido étnico)” (San Juan Pablo II).

Le presentaron a Jesús un sordo que apenas podía hablar. La reacción sencilla, amorosa y compasiva del Señor es evidente: “lo aparta del alboroto de la multitud, le hace sentir su cercanía y comprensión mediante gestos densos de significado. Le pone los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. Después lo invita a dirigir junto con él la mirada interior, la del corazón, hacia el Padre celestial. Por último, lo cura y lo devuelve a su familia, a su gente” (Benedicto XVI).

La palabra aramea Effetá, “Ábrete” cura la sordera física porque el cuerpo es también imagen de Dios, pero mira también a la sordera del alma porque Jesucristo viene a redimir al hombre integral. La “sordera del espíritu, que levanta barreras cada vez más altas ante la voz de Dios y del prójimo, especialmente ante el grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y aprisiona al hombre en un egoísmo profundo y destructor” (Benedicto XVI). Effetá es una llamada a la escucha y al testimonio, a salir de esa falsa autonomía que nos aísla “respecto a Dios y, a menudo, también con respecto a(l) prójimo. Jesús se dirige a este hombre para restituirle la capacidad de abrirse al Otro y a los demás, con una actitud de confianza y de amor gratuito” (San Juan Pablo II).

En este milagro que cura una discapacidad relacional del hombre “podemos ver el ardiente deseo de Jesús de vencer en el hombre la soledad y la incomunicabilidad creadas por el egoísmo, a fin de dar rostro a una "nueva humanidad", la humanidad de la escucha y de la palabra, del diálogo, de la comunicación, de la comunión con Dios” (Benedicto XVI).

Finalmente “el comentario de admiración de quienes habían asistido refuerza la predicación de Isaías para la llegada del Mesías: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Benedicto XVI).

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