LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)



En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: —«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acampanarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban (Mc 16,15-20).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO
Hch 1,1-11; Sal 46,2-3.6-9; Ef 4,1-13

Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista” (Hch 1,8-9).

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad” (Sal 46,6-7).

El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo” (Ef 4,9-10).

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 659-672, 697, 792, 965, 2795: la Ascensión

HERMENÉUTICA DE LA FE



La Iglesia, cuerpo de Cristo, es necesaria para la salvación de toda la humanidad. El Señor envió a sus apóstoles, confiriéndoles una potestad, para que hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos santificándolos y gobernándolos, comenzando por Israel. Desde la Ascensión de Jesucristo la Iglesia nos invita a ser discípulos y misioneros del Señor, a buscar la Vida plena en Él, “esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio” (Benedicto XVI).

Tenemos que estar convencidos que la evangelización sin la comunión misionera del bautizado no es auténtica evangelización. “El misionero es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a saber, la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado” (RM 23).

“La evangelización es una acción global y dinámica, que compromete a la Iglesia a participar en la misión profética, sacerdotal y real del Señor Jesús. Por tanto, conlleva inseparablemente las dimensiones del anuncio, de la celebración y del servicio de la caridad” (EV 78). El oficio profético o munus docendi, oficio de enseñar es esencial para la fe y la salvación de los hombres. Hemos de comunicar la Verdad, que es la Persona de Cristo, a quien el misionero ha de anunciar y hacer comprensible. Esta conciencia de Cristo-Verdad es la que justifica el mandato misionero, pues la Verdad “no es una imposición de algo, sino la apertura del corazón a aquello por lo que ha sido creado” (Benedicto XVI).

La misión de la Iglesia dirigida a los hombres de todos los tiempos y culturas “se hace plena y actualmente presente… para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo” (AG 5).
Hoy la Iglesia nos llama a una nueva evangelización, cuyos grandes desafíos son “la pérdida de la fe o su falta de relevancia para la vida,… y… una decadencia u oscurecimiento del sentido moral: y esto ya sea por la disolución de la conciencia de la originalidad de la moral evangélica, ya sea por el eclipse de los mismos principios y valores éticos fundamentales” (VS 106).

Jesús asciende para enviarnos al “otro Paráclito”, al Espíritu Santo. Jesús se sienta a la derecha de Dios Padre, “estar sentado es lo mismo en latín que habitar… está Cristo a la derecha de Dios Padre; porque es bienaventurado y habita en la bienaventuranza, que es la derecha del Padre, con quien todo es derecha, porque no hay nada allí que sea miserable” (San Agustín).

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