DECIMO OCTAVO DOMINGO (B)
MONICIÓN
DE ENTRADA
La mesa de la Palabra de
este domingo nos revela el verdadero alimento espiritual del hombre: Jesucristo
enviado por Dios para que el mundo tenga vida eterna. Jesús nos alimenta con su
Humanidad santísima ungida por el Espíritu Santo. El maná que comió Israel en
el desierto era una figura del pan verdadero que es Jesucristo. A Jesucristo,
Pan de Vida, hemos de acogerlo por la fe y por el amor que adora al Señor en
espíritu y verdad.
ORACIÓN
COLECTA
Ven, Señor, en ayuda de
tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y
protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como
guía.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA
LECTURA
M. En el libro del Éxodo
el Señor ofrece a los israelitas, peregrinos en el desierto, pan en la mañana y
carne por la tarde, como una figura del verdadero pan del cielo.
Lectura
del libro del Éxodo 16,2-4.12-15
En aquellos días, toda la
comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto,
diciendo: Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos
sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes
nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.
Entonces dijo el Señor a
Moisés: Voy a hacer que llueva pan del cielo. Que el pueblo salga a recoger
cada día lo que necesita, pues quiero probar si guarda mi ley o no. He oído las
murmuraciones de los hijos de Israel. Diles de parte mía: Por la tarde comerán
carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que yo soy el Señor,
su Dios.
Aquella misma tarde, una
bandada de codornices cubrió el campamento. A la mañana siguiente había en
torno a él una capa de rocío que, al evaporarse, dejó el suelo cubierto con una
especie de polvo blanco semejante a la escarcha. Al ver eso, los israelitas se
dijeron unos a otros: ¿Qué es esto?, pues no sabían lo que era. Moisés les
dijo: Este es el pan que el Señor les da por alimento.
Palabra de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL Sal 77
M. El salmo 77 recuerda el don del Señor que alimentó a su pueblo con un
trigo celeste, con el maná, hasta saciarlos, conduciéndolos hasta el monte que
Él había decidido. Digamos: El Señor les dio pan del cielo.
Cuanto hemos escuchado y
conocemos del poder del Señor y de su gloria, cuanto nos han narrado nuestros
padres, nuestros hijos lo oirán de nuestra boca.
A las nubes mandó desde lo
alto que abrieran las compuertas de los cielos; hizo llover maná sobre su
pueblo, trigo celeste envió como alimento.
Así el hombre comió pan de
los ángeles; Dios le dio de comer en abundancia y luego los condujo hasta la
tierra y el monte que su diestra conquistara.
SEGUNDA
LECTURA
M. El apóstol invita a los
Efesios a vivir según el Espíritu de Cristo, renovándose en la mente y en el
espíritu, a vestirse de santidad y justicia, según la imagen del hombre nuevo.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
4,17.20-24
Hermanos: Declaro y doy
testimonio en el Señor, de que no deben ustedes vivir como los paganos, que
proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han
aprendido de Cristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados,
conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo
de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer.
Dejen que el Espíritu
renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la
justicia y en la santidad de la verdad.
Palabra de Dios.
M. El evangelista san Juan
continúa este domingo con el discurso del pan de la vida. Hoy el Señor nos
exhorta a trabajar por el alimento espiritual de vida eterna, nos llama a
superar el interés puramente temporal y material, nos invita a comer con amor
el pan vivo que es Él mismo.
Aleluya,
aleluya
No sólo de pan vive el
hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Aleluya.
Lectura
del Santo Evangelio según San Juan 6,24-35
En aquel tiempo cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco
sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al
encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no
porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis
saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que
permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es
a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos
de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios
es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal
haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a
comer.» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien
os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque
el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.» Entonces le
dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de
la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá
nunca sed.
Palabra del Señor
Oración de los fieles
Dejemos que el Espíritu renueve
nuestra mentalidad y, vestidos de su gracia, oremos con confianza al Padre
diciendo: Mira a tu Hijo y escúchanos.
Para que a nadie falte el pan de la Palabra de Dios y el alimento de su
Cuerpo y Sangre. Oremos con fe.
Para que el Pueblo de Dios se vea siempre acompañado por pastores que
encarnen la misericordia y la bondad de Dios. Oremos con fe.
Para que todos los esfuerzos por garantizar un orden de justicia, paz y
convivencia lleguen a buen fin. Oremos con fe.
Para que los que son esclavos del vicio y del pecado se dejen
transformar por la gracia y Cristo viva en sus corazones. Oremos con fe.
Para que Jesús, el Pan de la Vida, sea el alimento de nuestra fe y la
fuerza que nos impulse a ser solidarios, generosos y desinteresados. Oremos con
fe.
Mira a tu Hijo, que dio su
vida por amor, y escucha las oraciones que en su nombre te hemos dirigido, Él
que vive y reina por los siglos de los siglos.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Santifica, Señor, estos
dones, acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros
transfórmanos en oblación perenne.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
ANTÍFONA
DE COMUNIÓN
Sb 16,20
Nos has dado pan del
cielo, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
A quienes has renovado con
el pan del cielo, protégelos siempre con tu auxilio, Señor, y, ya que no cesas
de reconfortarlos, haz que sean dignos de la redención eterna.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 1333-1336: los signos eucarísticos del pan y del vino
CEC
1691-1696: la vida en Cristo
1691 “Cristiano,
reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no
degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza
perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado
del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (San
León Magno).
1692 El Símbolo de
la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre por la obra de su
creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa la
fe, los sacramentos lo comunican: por “los sacramentos que les han hecho
renacer”, los cristianos han llegado a ser “hijos de Dios” (JN 1,12 1 JN 3,1),
“partícipes de la naturaleza divina” (2P 1,4). Los cristianos,
reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una
“vida digna del Evangelio de Cristo” (PH 1,27). Por los sacramentos y la
oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les
capacitan para ello.
1693 Cristo Jesús
hizo siempre lo que agradaba al Padre (cf JN 8,29). Vivió siempre
en perfecta comunión con El. De igual modo sus discípulos son invitados a vivir
bajo la mirada del Padre ‘que ve en lo secreto’ (MT 6,6) para ser
‘perfectos como el Padre celestial es perfecto’ (MT 5,48).
1694 Incorporados a Cristo
por el bautismo (cf RM 6,5), los cristianos están ‘muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús’ (RM 6,11), participando así en la vida
del Resucitado (cf COL 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf JN
15,5), los cristianos pueden ser ‘imitadores de Dios, como hijos queridos y
vivir en el amor’ (EP 5,1 EP 5,), conformando sus pensamientos, sus
palabras y sus acciones con ‘los sentimientos que tuvo Cristo’ (PH 2,5 PH 2,)
y siguiendo sus ejemplos (cf JN 13,12-16).
1695 “Justificados
en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1CO
6,11 1CO 6,), “santificados y llamados a ser santos” (1CO 1,2 1CO 1,),
los cristianos se convierten en ‘el templo del Espíritu Santo’ (cf 1CO
6,19). Este ‘Espíritu del Hijo’ les enseña a orar al Padre (GA 4,6)
y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf GA 5,25) para dar ‘los
frutos del Espíritu’ (GA 5,22 GA 5,) por la caridad operante. Sanando
las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante
una transformación espiritual (cf. EP 4,23 EP 4,), nos ilumina y
nos fortalece para vivir como ‘hijos de la luz’ (EP 5,8 EP 5,), ‘por la
bondad, la justicia y la verdad’ en todo (EP 5,9 EP 5,).
1696 El camino de Cristo ‘lleva a la vida’,
un camino contrario ‘lleva a la perdición’ (MT 7,13 cf DT 30,15-20).
La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la
catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales
para nuestra salvación. ‘Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la
muerte; pero entre los dos, una gran diferencia’ (Didaché, 1, 1).
EXTRACTO
HOMILÍA DE MONSEÑOR ROMERO 5 Agosto 1979
CRISTO EL VERDADERO PAN
Por eso,
hermanos, Cristo dice: no basta el pan de la tierra para ser libres, es
necesario descubrir en el pan lo que Dios te quiere dar y de lo cual el pan no
es más que un signo.
Yo soy
El
signo del pan, del que hoy se habla en el santo evangelio, termina revelándose
cuando Cristo dice: «Yo soy». Fíjense cómo suena esta palabra, como cuando Dios
le habla a Moisés en la zarza ardiente: «Yo soy el que soy». Cristo es, sólo él
es la liberación. «Yo soy el pan que baja del cielo para la vida verdadera de
los hombres».
Creer en Él es nuestro trabajo
Lo ha dicho el
evangelio de hoy cuando los judíos le preguntaron: «¿Cuál es, pues, nuestro
trabajo para tener ese pan?» Cristo dijo: «Éste es el trabajo: que creáis en
Aquel que es el único que puede dar la salvación». Nadie puede construir con
fuerzas de la tierra una liberación que llegue hasta la cumbre de situarlo en
comunión con Dios.
Los hombres
podrán hacer aquí más fácil el cambio de estructuras, botar gobiernos, dar de
comer, romper rejas, todo eso hay que hacerlo, pero ¡no basta! Lo que Cristo
puede hacer, no lo pueden hacer los hombres todo eso y elevarlos hasta Dios. El
Divino Salvador del Mundo, tal como lo veremos esta tarde en la imagen
tradicional, es una invitación a elevarnos de las necesidades de la tierra a
comprenderlo a él como única solución que baja del cielo, aprehenderlo por la
esperanza, por la oración, por el amor. No para esperarlo todo de él; hay
que trabajar como si todo dependiera de nosotros, pero hay que esperar de
Cristo como si todo dependiera de él. Ése es el equilibrio del verdadero
desarrollo.
Y por eso
Cristo termina, pues, su evangelio con esa confesión: «Yo soy». ¡Él es!
Hermanos, ¡qué bella oportunidad nos ofrece el evangelio para conocer más de
cerca al Divino Salvador!
¿Que nos dará
como fruto esta aprehensión de Cristo para hacerlo nuestro? Lo tenemos en la
segunda lectura de hoy. San Pablo nos describe la situación del hombre
esclavizado todavía en el paganismo. Lo llama el hombre viejo, el hombre del
odio, el hombre de la violencia, el hombre del robo,
el hombre de las intrigas, el hombre de los asesinatos y de los secuestros, el
hombre rudo, el hombre bruto.
Eso que está
causando tanta peste entre nosotros: hombres sin razón, hombres animales,
hombres lobos para el lobo... «Esto fuisteis...» dice San Pablo, a los que ya
se convirtieron de esa vida; y en este 5 de agosto, yo quisiera decirles
también a los que se han manchado de sangre; sobre todo las manos con sangre de
sacerdotes y con sangre de hombre,
cualquiera que sea, ¡que se conviertan! A los que quieran mantener situaciones
injustas y pagan para matar a los que quieren cambiarlas, ¡qué se conviertan! Y
a todos los que luchan por esos cambios: que se eleven a esta altura que nos
ofrece hoy la segunda lectura, cuando dice: «Vosotros no es así como habéis
aprendido a Cristo».
Cristo os ha
enseñado a abandonar el anterior modo de venir del hombre viejo corrompido por
los deseos del placer, el hombre viejo que no es el Espíritu. Renovaos en el
Espíritu, dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, vestíos de la nueva
condición humana creada a imagen de Dios, justicia y santidad. Éste es el
hombre nuevo. De nada servirían, dice Medellín, los cambios de estructuras
nuevas, si no tenemos hombres
nuevos. El continente de América será nuevo, gracias a este Cristo que renovará
a hombres, revistiéndolos de su justicia y de
santidad.
HERMENÉUTICA DE LA FE
El Señor
invita a la multitud que lo sigue a trabajar no solamente por el alimento
material sino por el alimento de vida eterna, “yo he alimentado vuestros
cuerpos para que por medio de esta comida busquéis… la eterna… procurar la
comida que se pierde es lo mismo que aficionarse a los cuidados del mundo” (San
Juan Crisóstomo). El sentido definitivo del hombre no es lo temporal sino la
eternidad. Hemos de aprender a ver todo en la perspectiva de la eternidad,
viviendo de la Palabra y del Espíritu. Jesús alimenta al hombre no solo con su
Palabra revelada sino con su Persona. “La Eucaristía es el sacramento de
este amor redentor, estrechamente vinculado a la presencia del Espíritu
Santo y a su acción” (San Juan Pablo II).
“Los
hombres podrán hacer aquí más fácil el cambio de estructuras, botar gobiernos,
dar de comer, romper rejas, todo eso hay que hacerlo, pero ¡no basta! Lo que
Cristo puede hacer no lo pueden hacer los hombres, todo eso y elevarlos hasta
Dios. El Divino Salvador del Mundo, tal como lo veremos esta tarde en la imagen
tradicional, es una invitación a elevarnos de las necesidades de la tierra a
comprenderlo a él como única solución que baja del cielo, aprehenderlo por la
esperanza, por la oración, por el amor. No para esperarlo todo de él; hay que
trabajar como si todo dependiera de nosotros, pero hay que esperar de Cristo
como si todo dependiera de él. Ése es el equilibrio del verdadero desarrollo”
(Mons. Oscar A. Romero).
Al
revelársenos Cristo como el verdadero maná del cielo “habla de su divinidad,
porque su carne es pan por la Palabra de Dios, que se convierte en pan
celestial para todo aquél que recibe su mismo espíritu” (San Juan Crisóstomo).
Para podernos saciar de este alimento eterno hemos de hacerlo por la fe “el que
viene a mí, esto es, el que cree en mí… significa aquella saciedad eterna en
donde nunca hay hambre. Vosotros pues deseáis el pan del cielo, el mismo que
tenéis a la vista, pero no lo coméis” (San Agustín). Solamente la fe permite
abrirnos al encuentro eucarístico.
La obra de
Dios en nosotros es creer en la Persona de Jesús, “apenas si se busca a Jesús
por Jesús. Y no dijo, para que le creáis a Él, sino para que creáis en El. Pues
el que le cree a Él, no cree en El en seguida. Porque los demonios le creían,
pero no creían en El y nosotros creemos a Pablo, pero no creemos en Pablo. Por
lo tanto, creer en Él es amarlo creyendo, y creyendo adorarle, y creyendo ir a
El e incorporarse con sus miembros (Ga 3,25). Esta es la fe que el Señor
exige de nosotros y que obra por medio del amor” (San Agustín).
En Cristo,
Dios se humilló hasta la Cruz para abrirnos el acceso a la intimidad de su vida
divina, insertándonos en Cristo mediante su Espíritu. Creer en Jesús es creer
que en el encuentro eucarístico Jesús nos alimenta con el Dios vivo, con el
Logos de Dios hecho carne, entregado por nosotros en su Muerte y Resurrección
(cfr. VD 54). De hecho, sabemos que los sacramentos presuponen,
nutren, robustecen y expresan la fe.
El Señor ha
sido marcado con el sello del Dios. El sello “indica el carácter indeleble de
la Unción del Espíritu Santo…, expresa el carácter imborrable impreso” (CEC
698) en los sacramentos del bautismo, confirmación y Orden sacerdotal; este
sello “marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para
siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la gran
prueba escatológica” (CEC 1296).
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