QUINTO DOMINGO PASCUA (B)
MONICIÓN
DE ENTRADA
El banquete de la Palabra
de este domingo nos presenta la íntima comunión con Cristo, fuente y fin de la
misión. Todos estamos llamados a manifestar y comunicar la comunión misionera,
conscientes de esta gran novedad, según la propia vocación.
ORACIÓN
COLECTA
Señor, tú que te has
dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor
de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad
verdadera y la herencia eterna.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA
LECTURA
M. El libro de los Hechos
de los Apóstoles recoge el anuncio misionero de Pablo después de su conversión
y de su encuentro con los Apóstoles. La Iglesia naciente se iba construyendo y
crecía bajo la fuerza del Espíritu Santo.
Lectura
del libro de los Hechos de los Apóstoles 9,26-31
Cuando Pablo regresó a
Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque
no creían que se hubiera convertido en discípulo.
Entonces, Bernabé lo
presentó a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el
camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado, en Damasco,
con valentía, en el nombre de Jesús. Desde entonces, vivió con ellos en
Jerusalén, iba y venía, predicando abiertamente en el nombre del Señor, hablaba
y discutía con los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo. Al
enterarse de esto, los hermanos condujeron a Pablo a Cesarea y lo despacharon a
Tarso.
En aquellos días, las
comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo
cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se
multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo.
Palabra de Dios
Salmo
responsorial Sal 21
M. El salmista canta la alabanza tributada a Dios por parte de los que
buscan al Señor, procedentes de los confines del orbe, de los que bajan al
polvo y de todas las razas. Unámonos diciendo: Bendito sea el Señor, Aleluya
Le cumpliré mis promesas
al Señor delante de sus fieles. Los pobres comerán hasta saciarse y alabarán al
Señor los que lo buscan; su corazón ha de vivir para siempre.
Recordarán al Señor y
volverán a él desde los últimos lugares del mundo; en su presencia se postrarán
todas las familias de los pueblos. Sólo ante él se postrarán todos los que
mueren.
Mi descendencia lo servirá
y le contará a la siguiente generación, al pueblo que ha de nacer, la justicia
del Señor y todo lo que él ha hecho.
SEGUNDA
LECTURA
M. La primera carta del
Apóstol san Juan nos llama a responderle al Señor con un amor efectivo, de
verdad y con obras, a permanecer en el Señor cumpliendo sus mandamientos.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Juan 3,18-24
Hijos míos: No amemos
solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que
somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de
cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra
conciencia y todo lo conoce. Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces,
hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total.
Puesto que cumplimos los
mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de él
todo lo que le pidamos. Ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la
persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al
precepto que nos dio.
Quién cumple sus
mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu
que él nos ha dado, que él permanece en nosotros.
Palabra de Dios.
MONICIÓN DEL EVANGELIO
M. San Juan recoge la
grandiosa llamada del Señor a la comunión misionera de todos los bautizados,
fecunda en frutos sobrenaturales, manifestada y comunicada a todos los hombres.
Aleluya, aleluya
Permanezcan en mí y yo en
ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante. Aleluya
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que
no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más
fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado;
permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por
sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése
da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en
mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan
al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi
Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Palabra del Señor
Oración
de los fieles
Hermanos,
en este domingo el Señor nos exhorta a permanecer en el amor. A Jesús
Resucitado, que vive en nosotros pidámosle que nos ayude y digámosle: Te lo
pedimos Señor.
Por la Iglesia, que
progrese en fidelidad al Señor y su presencia sea significativa para todos los
hombres. Oremos.
Por nuestros gobernantes,
que se esfuercen por garantizar la justicia, promover la paz y trabajar por el
bienestar de todos. Oremos.
Por los que han muerto
confiando en la misericordia de Dios: que gocen de su vida eterna y de su amor.
Oremos.
Por nosotros, reunidos
para celebrar la Pascua de Jesús: que unidos a Él permanezcamos en el amor
mutuo. Oremos
Señor,
que amaste a los hombres hasta dar tu vida por nuestra salvación; escucha
nuestras oraciones y, por tu infinito amor, haznos permanecer unidos a Ti para
que un día podamos resucitar contigo en la gloria. Tú que vives y reinas…
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Oh Dios, que por el
admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad,
concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que
conocemos.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
ANTÍFONA
DE COMUNIÓN Jn
15,1.5
Yo soy la verdadera vid,
vosotros los sarmientos –dice el Señor–; el que permanece en mí y yo en él, ése
da fruto abundante. Aleluya.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Ven, Señor, en ayuda de tu
pueblo, y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que
abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la
novedad de la vida eterna.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 2746-2751: la oración de Cristo en la Última Cena
CEC 755, 736, 755, 787, 1108, 1988, 2074: Cristo es la vid,
nosotros los sarmientos
CEC
953, 1822-1829: la caridad
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al
Padre (cf JN 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio,
abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y
su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por
todas", permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la
"hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición
cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de Jesús.
Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su
"paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf JN 17,11 JN 17,13 JN 17,19).
2748 En esta oración
pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf EP 1,10):
Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que
se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que
creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la
unidad.
2749 Jesús ha
cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se
extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la "hora de
Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús,
el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al
mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf JN 17,11 JN 17,13 JN
17,19 JN 17,24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne.
El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios
que nos escucha.
2750 Si en el Santo
Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la
oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de
Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la
preocupación por el Nombre del Padre (cf JN 17,6 JN 17,11 JN 17,12 JN 17,26),
el deseo de su Reino (la Gloria; cf JN 17,1 JN 17,5 JN 17,10 JN 17,24 JN
17,23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de
salvación (cf JN 17,2 JN 17,4 JN 17,6 JN 17,9 JN 17,11 JN 17,12 JN 17,24)
y la liberación del mal (cf JN 17,15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos
revela y nos da el "conocimiento" indisociable del Padre y del Hijo
(cf JN 17,3 JN 17,6-10 JN 17,25) que es el misterio mismo de la vida de
oración.
HERMENÉUTICA
DE LA FE
El que
Jesucristo sea la Vid y nosotros los sarmientos indica la profunda comunión a
que estamos llamados, capacitándonos para obrar según Dios y no según la medida
humana. Vivir en Cristo requiere esencialmente producir frutos, hasta el punto
que quien es estéril no permanece en la comunión. El crecimiento en la comunión
con Cristo según la propia vocación se da con el ejercicio de las virtudes
teologales (cfr. AA 4). La sabía que nutre los sarmientos es el Espíritu Santo,
que en cada acción litúrgica tiene como fin mantener y hacer crecer la comunión
con Cristo y con todos los seres humanos.
Participar de
la vida de la Iglesia supone la comunión íntima en la vida de Cristo. De aquí
que la verdadera fecundidad, sobrenatural, tanto de laicos como de sacerdotes,
depende de su comunión con Cristo. Para el laico se trata de transformar el
orden temporal y la vida familiar mediante la fidelidad a la gracia. “El
concilio de Trento enseñó que, aunque es posible hacer obras buenas
incluso sin hallarse en estado de gracia… sólo la gracia da un valor salvífico
a las obras… el bien meritorio y salvífico brota del Espíritu Santo, que
infunde la gracia en el corazón de los hijos adoptivos de Dios” (San Juan Pablo
II).
De esta
comunión teologal y eclesial se derivan la primacía de la gracia para que
realicemos obras salvíficas y meritorias, no solamente obras buenas hechas sin
la comunión, o el dejarnos llevar por la tentación de la autonomía pelagiana
respecto a Cristo “Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo,
ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el
que no está en Cristo no es cristiano” (San Agustín).
El vino
significa el amor. El amor verdadero “no
es simplemente algo dulce. Conlleva en sí la carga de la paciencia, de la
humildad, de la maduración de nuestra voluntad en la formación e identificación
con la voluntad de Dios, la voluntad de Jesucristo, el Amigo. Sólo así, en el
hacerse todo nuestro ser verdadero y recto, también el amor es verdadero; sólo
así es un fruto maduro. Su exigencia intrínseca, la fidelidad a Cristo y a su
Iglesia, requiere que se cumpla siempre también en el sufrimiento” (Benedicto XVI). Cuanto más purificados estamos de
nuestro egoísmo más frutos producimos a nivel sobrenatural, igual que el buen
vino es mejor cuanto más se añeja.
Un
cristiano consciente de este preciosísimo don divino no solamente crece en la
comunión, sino que también la comunica y manifiesta en la historia, anuncia con
alegría esta gran novedad de vivir en Cristo, superando la tentación de la
división y de la contraposición. “La comunión genera comunión, y esencialmente
se configura como comunión misionera… la comunión representa a la vez la fuente
y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la
comunión” (CL 32).
La gloria de
Dios Padre está en que demos muchos frutos salvíficos. He aquí cómo la vida
cristiana parte de una dinámica de crecimiento, conversión y purificación
constantes. El primero y más hermoso fruto es trabajar por la comunión eclesial
y con los demás seres humanos, a través del empeño por la unidad, la
reconciliación, el diálogo, la solidaridad. Este empeño nace del mismo Dios
especialmente donde existen grandes conflictos que dividen a los hombres.
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