SÉPTIMO DOMINGO T O (A)
MONICIÓN AMBIENTAL
El
banquete de la Palabra de este domingo nos invita a imitar la perfección del
amor de Dios: hacer el bien a todos, especialmente a los enemigos, no guardando
odios ni rencores, ni buscando la venganza, practicando la generosidad incluso
en grado heroico como lo hizo Jesucristo en la Cruz.
ORACIÓN COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu
doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra lo que a ti complace.
Por
nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M.
El libro del Levítico nos invita a vivir la misma santidad de Dios evitando el
odio, la venganza y amando al prójimo como a uno mismo.
Lectura del libro del Levítico 19,1-2.17-18
El
Señor habló a Moisés:
“Habla
a la asamblea de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos, porque yo, el
Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás
a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás
rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el
Señor”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 102,1-2.3-4.8 y 10.12-13 (R.:
8a)
M.
Con el salmo 102 reconozcamos la compasión y la misericordia de Dios con todos
diciendo: R/. El Señor es compasivo y
misericordioso.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y
todo mi ser a su santo nombre.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y
no olvides sus beneficios.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Él
perdona todas tus culpas
y
cura todas tus enfermedades;
él
rescata tu vida de la fosa
y
te colma de gracia y de ternura.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
El
Señor es compasivo y misericordioso,
lento
a la ira y rico en clemencia;
no
nos trata como merecen nuestros pecados
ni
nos paga según nuestras culpas.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Como
dista el oriente del ocaso,
así
aleja de nosotros nuestros delitos.
Como
un padre siente ternura por sus hijos,
siente
el Señor ternura por sus fieles.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
SEGUNDA LECTURA
M.
San Pablo nos llama a conservar la sacralidad de nuestro propio cuerpo,
conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y buscando la gloria
de Dios.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a
los Corintios 3,16-23
Hermanos:
¿No
sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si
alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de
Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree
sabio en este mundo, que se haga necio
para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad
ante Dios, como está escrito: “Él caza a los sabios en su astucia”. Y también:
“El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos”. Así,
pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo,
Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro,
vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Palabra de Dios.
M.
Jesucristo nos plantea el heroísmo del amor verdadero: amar a los enemigos,
devolver bien por mal, imitando la infinita bondad de Dios mismo.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya 1Jn 2,5
Quien guarda la palabra de Cristo,
ciertamente el amor de Dios ha llegado a él
a su plenitud.
EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
“Habéis oído que se dijo: “Ojo
por ojo, diente por diente”. Yo en cambio, os digo: No hagáis frente al que os
agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la
otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la
capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te
pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”.
Habéis oído que se dijo: “Amarás
a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si
saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es prefecto”.
Palabra del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 1933,
2303: el amor hacia el prójimo es incompatible con el odio al enemigo
CEC
2262-2267: la prohibición de hacer mal al prójimo, con la excepción de la
legítima defensa
CEC
2842-2845: oración y perdón de los enemigos
CEC
2012-2016: la perfección del Padre celeste nos llama a la santidad
CEC 1265: nos
convertimos en templo del Espíritu Santo por medio del Bautismo
CEC 2684: los
santos son el templo del Espíritu Santo
2842 Este "como" no es el único en la
enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre
celestial" (MT 5,48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro
Padre es misericordioso" (LC 6,36); "Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os
améis también vosotros los unos a los otros" (JN 13,34). Observar
el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el
modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo
del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro
Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (GA 5,25) puede
hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf PH 2,1
PH 2,5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos
mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (EP 4,32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor
sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf JN 13,1).
La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre
la comunión eclesial (cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: "Esto
mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón
a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón"
donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y
olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en
compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón
de los enemigos (cf MT 5,43-44). Transfigura al discípulo
configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el
don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la
compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el
amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este
testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación
(cf 2CO 5,18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres
entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón,
esencialmente divino (cf MT 18,21-22 LC 17,3-4). Si se trata de ofensas
(de "pecados" según LC 11, 4, o de "deudas" según MT
6,12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis
otra deuda que la del mutuo amor" (RM 13,8). La comunión de la
Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1JN
3,19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf MT
5,23-24):
Dios no
acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar
para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con
oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra
concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo
fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
COMENTARIO
La
llamada a la perfección, semejante a la de Dios Padre, va en el orden de la
gracia, “sed perfectos por perfección de la gracia, como vuestro Padre
celestial es perfecto por perfección de naturaleza” (Dz 806). Esta vocación y
capacidad para la perfección se recibe en la consagración bautismal “la señal y
el don de tan grande vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, a
pesar de la debilidad humana, a seguir la perfección” (PO 12). Esta santidad de
vida consiste en la “plenitud de la vida cristiana y… la perfección de la
caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena,
un nivel de vida más humano” (LG 40).
Este
estilo de vida del bautizado no contradice en absoluto la verdad y el bien
porque no se trata de una comunión con el error o con el mal, sino que es una
actitud que supera el propio egoísmo conduciendo a la comprensión del que yerra
aunque no se comparta su error, normalmente basado en la propia subjetividad,
pues el servicio a la verdad supone respeto por la objetividad de la misma.
Para
alcanzar esta perfección o santidad de vida Jesucristo “envió a todos el
Espíritu Santo, que los moviera interiormente, para que amen a Dios con todo el
corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (Mc
12,30), y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó” (LG 40).
Este
nivel de caridad o de ágape supone superar cualquier tipo de sentimiento o modo
de actuación diferente al nuestro, “quienes sienten u obran de modo distinto al
nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también
objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra
comprensión intima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para
establecer con ellos el dialogo” (GS 28).
Por
otra parte, el ejercicio de la caridad o ágape supone el perdón ante las
injurias recibidas, que normalmente suscitan impulsos o deseos de ira u otro
sentimiento contra el agresor. Es aquí donde se pone en evidencia lo heroico y
la madurez del ejercicio de la caridad pues supone fortaleza y magnanimidad.
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