OCTAVO DOMINGO T O (A)
MONICIÓN AMBIENTAL
La fidelidad y la
Providencia del Señor son la garantía de nuestra comunión con El y de la
auténtica paz. El Señor jamás nos olvida, mientras vivamos Dios nos aguarda
para que volvamos y nos reconciliemos con El. Este cuidado amoroso y providente
del Señor siempre está pendiente de nuestro bien, lo que nos pide es el único
afán por el Reino de Dios y su justicia.
ORACIÓN COLECTA
Concédenos tu ayuda,
Señor, para que el mundo progrese, según tus designios, gocen las naciones de
una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder servirte con una entrega
confiada y pacífica.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El profeta Isaías
afirma la fidelidad del Señor con cada ser humano, hasta el punto de afirmar
que aunque la propia madre nos olvide el Señor no nos olvidará jamás.
Lectura del libro de Isaías 49,14-15
Sión decía:
“Me ha abandonado el
Señor, mi dueño me ha olvidado”. ¿Es que puede una madre olvidarse de su
criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se
olvide, yo no te olvidaré.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal
61,2-3.6-7.8-9ab (R.: 6a)
M. El salmista nos
invita a proceder con sabiduría buscando el descanso en Dios, en quien residen
todos los bienes, digamos con fe: R/.
Descansa sólo en Dios, alma mía.
Sólo en Dios descansa
mi alma,
porque de él viene mi
salvación;
sólo él es mi roca y
mi salvación;
mi alcázar: no
vacilaré.
R/. Descansa sólo en Dios, alma mía.
Descansa sólo en Dios,
alma mía,
porque él es mi
esperanza;
sólo él es mi roca y
mi salvación,
mi alcázar: no
vacilaré.
R/. Descansa sólo en Dios, alma mía.
De Dios viene mi
salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad
en él,
desahogad ante él
vuestro corazón.
R/. Descansa sólo en Dios, alma mía.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo invita a los apóstoles a ser
testigos ante los creyentes del servicio cualificado a Cristo y de la generosa
administración de los misterios de Dios.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los
Corintios 4,1-5
Hermanos:
Que la gente sólo vea
en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de
menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me
pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso
quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes del tiempo:
dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá
al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la
alabanza de Dios.
Palabra de Dios.
M. San Mateo recoge el
pasaje donde el Señor nos invita a servir a Dios y no al dinero. El Señor nos
invita a buscar el Reino de Dios y su justicia como lo realmente importante.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Hb 4,12
La palabra de Dios es viva y eficaz;
juzga los deseos e intenciones del corazón.
EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,24-34
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
“Nadie puede
estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al
contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir
a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando
qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?, ¿Quién de vosotros,
a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os
agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan
ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno
de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en
el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué
os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre
del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios
y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por
el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus
disgustos”.
Palabra del Señor
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 302-314:
la Divina Providencia y su papel en la historia
CEC
2113-2115: la idolatría altera los valores; creer en la Providencia en vez de
en la
adivinación
CEC 2632:
oración de los fieles, peticiones para la llegada del Reino
CEC 2830: creer en la Providencia no
significa estar ocioso
302 La creación
tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de
las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In statu
viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la
destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios
conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
Dios
guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con
fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura" (SG
8,1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos" (HE 4,13),
incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS
3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime: la
solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene
cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos
del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la
soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro
Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (PS
115,3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él
cierra, nadie puede abrir" (AP 3,7); "hay muchos proyectos en
el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (PR 19,21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal
de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar
causas segundas. Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un
modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la
historia y el mundo (cf IS 10,5-15 IS 45,5-7 DT 32,39 SI 11,14) y de
educar así para la confianza en El. La oración de los salmos es la gran escuela
de esta confianza (cf PS 22 PS 32 PS 35 PS 103 PS 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la
providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de
sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?
¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de
todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán
por añadidura" (MT 6,31-33 cf MT 10,29-31).
306 Dios es el
Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del
concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la
grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus
criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de
ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su
designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder
participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de
"someter'' la tierra y dominarla (cf GN 1,26-28). Dios da así a los
hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la
Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los
hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden
entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones,
sino también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser
plenamente "colaboradores de Dios" (1CO 3,9 1TH 3,2) y de su
Reino (cf COL 4,11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios
Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que
opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el
querer y el obrar, como bien le parece" (PH 2,13 cf 1CO 12,6).
Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada
de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si
está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se
diluye" (GS 36,3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin
la ayuda de la gracia (cf MT 19,26 JN 15,5 PH 4,13).
309 Si Dios Padre
Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus
criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como
inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El
conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad
de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al
encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo,
con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de
los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son
invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un
misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje
cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan
perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios
podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I 25,6). Sin
embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un
mundo "en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir
trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la
desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con
las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con
el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no
haya alcanzado su perfección (cf S. Tomás de A., s. gent. SCG 3,71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas
inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre
y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así
como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el
mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la
causa del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. I-II
79,1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y,
misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
Porque
el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en
sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno
para hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que
Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias
de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis
vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios...
aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer
sobrevivir... un pueblo numeroso" (GN 45,8 50 GN 20 cf TB
2,12-18 Vg. TB ). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el
rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los
hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf RM 5,20), sacó el
mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin
embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que aman a
Dios" (RM 8,28). E1 testimonio de los santos no cesa de confirmar
esta verdad:
Así
Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan por
lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está ordenado a la
salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin" (dial.4,
138).
Y
Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada
puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos
parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y
Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era
preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas
las cosas serán para bien..." "Thou shalt see thyself that all
MANNER of thing shall be well" (rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del
mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con
frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento
parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1CO 13,12), nos
serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los
dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo
de ese Sabbat (cf GN 2,2) definitivo, en vista del cual creó el
cielo y la tierra.
HERMENÉUTICA DE LA FE
La grandeza del ser humano está en lo más profundo y elevado de
su naturaleza, creada por Dios, “lo que da la medida y el valor del
hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, lo cual se refleja en
su naturaleza como persona, en su capacidad de conocer el bien y amarlo…
precisamente por eso, el hombre no puede aceptar que su ser espiritual se vea
sometido a lo que es inferior en la jerarquía de las criaturas… No puede
bajarse a servir a las cosas, como si estas fueran el único fin y el destino
último de su vida” (San Juan Pablo II), como sucede con la tentación del tener.
El discípulo del Señor no puede absolutizar al dinero o a Mammón
“en la lengua judía que también usan los samaritanos, quiere decir
"ávido", es decir "aquel que ansía tener más de lo que
conviene". En la lengua hebrea se dice Mamuel, que significa goloso, es
decir, "el que no puede contener la gula” (San Ireneo). La codicia por el
dinero excluye a Dios porque “llega a convertirse en objeto de un amor
superior y exclusivo por parte de las personas y de la sociedad, entonces nos
hallamos ante la tentación de despreciar a Dios” (San Juan Pablo II),
peor aún, “el riesgo… adorar, si, al Señor, pero absolutizar al mismo tiempo,
también la criatura. Este dualismo es evidentemente ofensivo para el Señor y
crea en nuestra vida incoherencias e hipocresías” (San Juan Pablo II).
Jesucristo para enseñarnos a confiar en Dios Padre nos presenta
en el evangelio el “misterio de su Padre: misterio de
Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas,
incluso la más insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por
tanto, ¡cuánto más al hombre! Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve
sobre todo. Si la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las
criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él” (San
Juan Pablo II).
Este pasaje evangélico nos invita también a cultivar la
esperanza teologal porque “Dios es un Padre que no abandona jamás a
sus hijos, un Padre amoroso que sostiene, ayuda, acoge, perdona, salva, con una
fidelidad que sobrepasa inmensamente la de los hombres, para abrirse a
dimensiones de eternidad” (Benedicto XVI). Esta seguridad en la fidelidad del Señor nos
debe conducir a “siempre, sin miedo y con total
confianza, entregarnos a su perdón de Padre cuando erramos el camino. Dios es
un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido”
(Benedicto XVI).
Conscientes de este amor providente y fiel, conscientes también
que “tras la resurrección es evidente que Jesús en persona,
el Resucitado, es el reino de Dios” (Benedicto XVI), el único afán del
corazón del discípulo debe estar en preocuparse por las Cosas del Señor, “el
hombre está llamado a buscar a Dios con todas sus fuerzas,… sólo en Dios el
hombre encuentra afirmada su propia libertad, su señorío y superioridad sobre
todas las demás criaturas” (San Juan Pablo II).
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