DÉCIMO NOVENO DOMINTO T O (B)
MONICION AMBIENTAL
M. La liturgia
de la Palabra de este domingo nos invita a ser solidarios con los hermanos y a estar
preparados para el encuentro con el Señor, administrando bien los bienes que
nos ha confiado, tanto materiales como espirituales. La vida cristiana es
escatológica, por esto hemos de glorificar a Dios siendo fieles y sabios
administradores. Hemos de procurar un tesoro que no se corrompe con el tiempo
porque está anclado en la misma eternidad de Dios.
ORACION COLECTA
Dios todo
poderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones
el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El libro de la Sabiduría destaca la fe del pueblo de Israel
en su Señor, quien salva a los inocentes y pierde a los culpables.
Lectura del libro de la
Sabiduría 18,6-9
La noche de la liberación se les anuncio de ante mano a nuestros
padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se
fiaban.
Tu pueblo esperaba ya la
salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma
acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de su pueblo justo ofrecían sacrificios a
escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los
santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar
los himnos tradicionales.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 32,1 y 12.18-19.20 y 22 (R.:12b)
M. El salmo 32 exalta al pueblo que Dios ha elegido para darle
su Reino, digamos agradecidos: R/.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la
nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. R/. Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad.
Los ojos del
Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para
librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R/. Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad.
Nosotros
aguardamos al Señor: él es nuestro
auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como
lo esperamos de ti. R/. Dichoso el
pueblo que el Señor se escogió como heredad.
SEGUNDA LECTURA
M. En la carta a los Hebreos San Pablo destaca la fiel y
profunda fe de Abrahán en el Señor. Del mismo modo el Señor nos invita a
obedecerle movidos por la fe.
Lectura de la carta a los
Hebreos 11,1-2.8-19
Hermanos:
La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se
ve.
Por su fe, son recordados los antiguos.
Por fe,
obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en
heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando
en tiendas ―y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa―, mientras
esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser
Dios.
Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo
fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y así, de uno solo y, en
este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del
cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido;
pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y
peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues,
si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les
tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo
único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho
Dios:
“Isaac continuará tu descendencia.”
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer
resucitar muertos.
Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.
Palabra de Dios.
M. El evangelio de san Lucas nos invita a trabajar por un tesoro
en el cielo y a estar preparados para la venida del Señor.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Mt 24,42a y 44
Estad en vela y
preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del hombre.
EVANGELIO
† Lectura del santo
evangelio según san Lucas 12,32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
―
“No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna;
haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el
cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está
vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas
las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor,
al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a
la mesa y los irá sirviendo.
Y, si
llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de
casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados,
porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.”
Pedro le pregunto:
―
“Señor, ¿has
dicho esa parábola
por nosotros o por todos?”
El Señor le respondió:
―
“¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al
frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas?
Dichosos el criado a quien su amo, al
llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos
sus bienes.
Pero si el empleado piensa: “Mi amo
tarda en llegar”, y empieza a pegarle a los mozos y a las muchachas, a comer y
a beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que
menos lo espere y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo
quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no
lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le
exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.”
Palabra del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 144-149: la
obediencia de la fe
CEC 1817-1821: la
virtud de la esperanza
CEC 2729-2733: la
oración, humilde vigilancia del corazón
CEC 144-146, 165, 2572, 2676: Abrahán, modelo de
fe
1817 La
esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a
la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las
promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios
de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la
esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (HE 10,23). Este es ‘el
Espíritu Santo que El derramó sobre nosotros con largueza por medio de
Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos
constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’ (TT 3,6-7).
1818
La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en
el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de
los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del
desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera
de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y
conduce a la dicha de la caridad.
1819
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que
tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas
de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio.
‘Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones’ (RM
4,18).
1820
La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de
Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas
elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida;
trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los
discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios
nos guarda en ‘la esperanza que no falla’ (RM 5,5). La esperanza es ‘el
ancla del alma’, segura y firme, ‘que penetra... a donde entró por nosotros
como precursor Jesús’ (HE 6,19-20). Es también un arma que nos protege
en el combate de la salvación: ‘Revistamos la coraza de la fe y de la caridad,
con el yelmo de la esperanza de salvación’ (1TH 5,8). Nos procura el
gozo en la prueba misma: ‘Con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación’ (RM 12,12). Se expresa y se alimenta en la oración,
particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la
esperanza nos hace desear.
1821
Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le
aman (cf RM 8,28-30) y hacen su voluntad (cf MT 7,21). En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta
el fin’ (cf MT 10,22 cf Cc. Trento: DS 1541) y obtener el gozo
del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con
la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los hombres
se salven’ (1TM 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a
Cristo, su esposo:
Espera,
espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que
todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo
breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a
tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener
fin. (S. Teresa de Jesús, excl. 15, 3)
HERMENÉUTICA DE LA FE
El Señor invita a sus discípulos además de anunciar su Reino, a
ser aún más generosos, conscientes que hay una riqueza inmortal que se alcanza
con el don de sí tanto en lo material como en lo espiritual. Estamos ante la
virtud de la esperanza cristiana como lo prueban los símbolos bíblicos, “según
la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el
cristiano: el yelmo, que le protege del desaliento (cf. 1Ts 5,8), el
ancla segura y firme, que fija en Dios (cf.
Hb 6,19), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un
nuevo día” (Benedicto XVI).
El Señor instruye a sus discípulos: “no temáis que falten las
cosas necesarias a los que en esta vida trabajan por el reino de Dios” (Beda),
precisamente porque la pobreza evangélica, como la vivió el Señor, enriquece
sin medida de cara a la vida eterna. Jesucristo “no nos ha enseñado a arrojar
como malo lo que poseemos sino a distribuirlo, porque dice: "Y dad
limosna” (San Basilio).
El valor evangélico de la limosna es grande “no hay pecado que
no pueda borrar la limosna que es remedio contra toda llaga. Pero la limosna no
se hace sólo con dinero, sino también por las obras” (San Juan Crisóstomo). La
Sagrada Escritura nos recomienda practicar la limosna “debemos volver a
encontrar el significado verdadero de la limosna, y sobre todo la voluntad y la
alegría de dar limosna. Limosna, palabra griega, significa etimológicamente
compasión y misericordia… actitud del hombre que advierte la necesidad de los
otros, que quiere hacer partícipes a los otros del propio bien” (San Juan Pablo
II).
La espera vigilante nace de la respuesta de amor hacia el Señor,
“le abrimos inmediatamente si lo recibimos con amor… aquel que está seguro por
su esperanza y buenas obras, abre inmediatamente al que llama porque cuando
conoce que se aproxima el tiempo de la muerte, se alegra por la gloria del
premio… Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto
de la luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí
las tinieblas de la pereza y de la negligencia” (San Gregorio Nacianceno).
Uno de los frutos de la espera vigilante es que preserva de la
ceguera de la necedad, “si con esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no
cometeremos pecado, no codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no
acumularemos tesoros en la tierra; sino que como quien cada día espera morirse,
seremos pobres y perdonaremos todo a todos” (San Atanasio). En este mismo
sentido de vigilante espera el Señor bendice al buen administrador, al que es
fiel y sabio para administrar con esmero y responsabilidad lo que Dios le ha
confiado.
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