DOMINGO DÉCIMO PRIMERO T O (C)
MONICION
AMBIENTAL
Este décimo primer
domingo la Iglesia nos propone una Palabra en la que el hombre pecador reconoce
su pecado y se arrepiente. El Señor siempre perdona al pecador arrepentido. Tanto
el arrepentimiento sincero como la acogida del pecador por parte del sacerdote deben
ser parte de nuestra experiencia de encuentro con Jesús a través de la
confesión sacramental.
ORACION COLECTA
Oh Dios fuerza de los que en ti
esperan, escucha nuestras súplicas, y pues el hombre es frágil y sin ti nada
puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y
agradarte con nuestras acciones y deseos.
Por
nuestro Señor Jesucristo
PRIMERA LECTURA
M. En el libro de Samuel escuchamos cómo el profeta Natán
recrimina el pecado al rey David, quien reconoce su culpa. El Señor perdona su
vida pero desde entonces la espada no se apartó de la casa del rey.
Lectura
del segundo libro de Samuel 12,7-10.13
En
aquellos días, Natán dijo a David:
―”Así
dice el Señor, Dios de Israel:
“Yo
te ungí rey de Israel, te libre de las manos de Saúl, te entregue la casa de tu
Señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregue la casa de Israel y la de Judá,
y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto.
¿Por
qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece
mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues
bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado,
quedándote con la mujer de Urías.”
David
respondió a Natán:
―”
¡He pecado contra el Señor!”
Natán
le dijo:
―”El
Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.”
Palabra de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL Sal 31,1-2.5.7.11 (R.:cf.5c)
M. El salmista pone
en nuestros labios la conciencia de nuestro pecado y la petición a Dios del
perdón de nuestras culpas y de nuestros pecados.
R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Dichoso el que está
absuelto de su culpa, a quien le ha sepultado su pecado; dichoso el hombre a
quien el Señor no le apunta el delito. R/.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Había pecado, lo
reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “confesaré al Señor mi culpa”, y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de
corazón sincero. R/. Perdona, Señor, mi
culpa y mi pecado.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo nos
hace ver que el hombre se justifica por la fe en Jesucristo, no por cumplir la
Ley, ya que si la ley nos justificara la muerte de Jesús habría sido inútil.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a lo Gálatas 2,16.19-21
Hermanos:
Sabemos
que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo
Jesús.
Por
eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y
no por cumplir la Ley.
Porque
el hombre no se justifica por cumplir la Ley.
Para
la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para
Dios.
Estoy
crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Y
mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amo hasta
entregarse por mí.
Yo
no anulo la gracia de Dios.
Pero,
si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil.
Palabra
de Dios.
M. San Lucas relata
el encuentro de Jesús con un fariseo y con una pecadora. El primero aparece
lleno de sí mismo, la segunda reconoce su pecado y movida por el amor implora
perdón al Señor.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya 1Jn 4,10b
Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de
propiciación por nuestros pecados.
EVANGELIO
†
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,36-8,3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a
Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando a la casa del fariseo, se
recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse que
estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y,
colocándoselo detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba
con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver
esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
―”Si éste fuera profeta, sabría quién
es esta mujer que lo está
tocando y lo que es: una pecadora.”
Jesús tomó la palabra y le dijo
―”Simón,
tengo algo que decirte.”
Él respondió:
―”dímelo
maestro.”
Jesús le dijo:
―”un
prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los
dos lo amará más?”
Simón contestó:
―”Supongo
que aquel a quien le perdono más.”
Jesús le dijo:
―”Haz
juzgado rectamente.”
Y volviéndose a la mujer, dijo a
Simón:
―”
¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los
pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha
enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha
dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en
cambio me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados
están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco
ama.”
Y a ella le dijo:
―”Tus
pecados están perdonados.”
Los demás convidados empezaron a
decir entre sí:
―”
¿Quién es éste,
que hasta perdona pecados?”
Pero Jesús dijo a la mujer:
―”Tu
fe te ha salvado, vete en paz.”
Después de esto iba caminando de
ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de
Dios; lo acompañaban los doce y algunas mujeres que él había curado de malos
espíritus y enfermedades, María la Magdalena, de la que habían salido siete
demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas
que le ayudaban con sus bienes.
Palabra
del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 1441-1442: solo
Dios perdona el pecado
CEC 1987-1995: la
justificación
CEC 2517-1519: la
purificación del corazón
CEC 1481, 1736, 2538: David y Natán
1987 La
gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de
lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo’ (RM 3,22) y por el Bautismo (cf RM 6,3-4):
Y
si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la
muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una
vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros,
consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (RM
6,8-11).
1988
Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo
al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de
su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1CO 12), sarmientos unidos a la Vid que
es él mismo (cf JN 15,1-4)
Por
el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu
venimos a ser partícipes de la naturaleza divina... Por eso, aquellos en
quienes habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24).
1989
La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que
obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio:
‘Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca’ (MT 4,17). Movido
por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así
el perdón y la justicia de lo alto. ‘La justificación entraña, por tanto, el
perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre
interior’(Cc. de Trento: DS 1528).
1990
La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de
Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa
misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera
de la servidumbre del pecado y sana.
1991
La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por
la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con
la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la
caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992
La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se
ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre
vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La
justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a
la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su
misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida
eterna (cf Cc de Trento: DS 1529)
Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don
de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios
exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe,
para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente,
en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el
tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (RM
3,21-26).
1993
La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la
libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de
la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación
de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:
Cuando
Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el
hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte
puede rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse,
por su voluntad libre, hacia la justicia delante de El. [Cc. de Trento: DS
1525).
1994
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la
justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de
la tierra’, porque ‘el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la
justificación de los elegidos permanecerán’ (S. Agustín, ev. Jo 72, 3). Dice
incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los
ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
1995
El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al ‘hombre interior’ (RM
7,22 EP 3,16), la justificación implica la santificación de
todo el ser:
Si en
otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al
desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la
santidad... al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis
para la santidad; y el fin, la vida eterna (RM 6,19 RM 6,22).
HERMENÉUTICA DE LA FE
El
evangelio de este domingo valora la dignidad de la persona humana, “«hay que
reconocer, afirmar y defender la misma dignidad del hombre y la mujer: ambos
son personas, diferentes de cualquier otro ser viviente del mundo que les
rodea»” (Benedicto XVI). Jesús al perdonar a una mujer que da muestras de un
amor verdadero renueva su dignidad, “Jesús de Nazaret confirma esta dignidad,
la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la
redención” (MD 13) para todo pecador arrepentido.
Pero
sucede que frente a la gracia podemos tomar dos actitudes, que se pueden
resumir así: “¿Ves? Esta mujer sabe que es pecadora e, impulsada por el amor,
pide comprensión y perdón. Tú, en cambio, presumes de ser justo y tal vez estás
convencido de que no tienes nada grave de lo cual pedir perdón” (Benedicto
XVI). ¡Qué importante es evitar la presunción! porque “tanto el ingreso
al reino de Dios como la justificación requieren de una actitud de gran
humildad y disponibilidad, libre de presunciones, para acoger la gracia de
Dios” (Benedicto XVI).
El Hijo de Dios
sabe que todo ser humano está herido en su naturaleza por el pecado, “era también plenamente consciente de las consecuencias del
pecado, de aquel «misterio de iniquidad» que actúa en los corazones humanos
como fruto amargo del ofuscamiento de la imagen divina”
(San Juan Pablo II), hasta el punto de encerrarse en sí mismo o de endurecerse
en su corazón, “siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8,33-36),
los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí
mismos” (CEC 588).
Jesucristo, “el Médico se encontraba entre dos enfermos: …Aquella mujer lloraba
lo que había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia,
exageraba la fuerza de su salud” (San Ambrosio). Lo grandioso de esta mujer
es que conociendo “las manchas de su mala
vida, corrió a lavarlas a la fuente de la misericordia, sin avergonzarse de que
estaban presentes los invitados. Como se avergonzaba mucho interiormente no
estimó en nada el rubor exterior. Ved cuánto es un dolor cuando no se
avergüenza de llorar en medio de las alegrías del convite”
(San Gregorio).
La actitud arrepentida
manifestada con tantos gestos de amor es clave para participar de la
misericordia divina, como nos enseña esta mujer dolida por sus pecados, “a quien ama mucho Dios le perdona todo. Quien confía en sí mismo
y en sus propios méritos está como cegado por su yo y su corazón se endurece en
el pecado. En cambio, quien se reconoce débil y pecador se encomienda a Dios y
obtiene de él gracia y perdón” (Benedicto XVI). Este encuentro de la mujer
arrepentida con Jesús subraya que “no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo
del perdón, sin apertura de corazón al perdón” (Benedicto XVI), tan necesarios
cada vez que acudimos a la confesión sacramental.
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