DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO T O (C)
MONICION AMBIENTAL
La liturgia de
la Palabra de este décimo segundo domingo nos presenta el misterio pascual de
Jesús: su Pasión, Muerte y Resurrección. Este misterio pascual es la cumbre del
Don de Sí de Dios para la justificación de todos, a la cual todos estamos
llamados si queremos alcanzar la resurrección. El Señor nos invita a seguirlo
en la entrega voluntaria de nuestra propia vida para poderla ganar para la
eternidad.
ORACION COLECTA
Concédenos
vivir siempre, Señor, con el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás
dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El profeta
Zacarías vaticina sobre David y Jerusalén el espíritu de gracia y clemencia,
que en virtud de la muerte del hijo primogénito se transformará en un manantial
para todos.
Lectura de la profecía de Zacarías 12,10-11; 13,1
Así dice el Señor:
“Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de
Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia.
Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto
por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.
Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de
Hadad-Rimón en el valle de Meguido.”
Aquel día, se alumbrará un manantial, a la
dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.
Palabra de Dios
SALMO RESPONSORIAL Sal 62,2.3-4.5-6.8-9 (R.:2b)
M. El salmo 62
expresa la sed de Dios del creyente, el contemplarlo en su santuario y alabarlo
durante toda su vida. Digamos también nosotros:
R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca,
agostada, sin agua. R/. Mi alma está
sedienta de ti, Señor, Dios mío.
¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo
tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabaran mis labios. R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor,
Dios mío.
Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca, y
mis labios te alabarán jubilosos. R/. Mi
alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus
alas canto con júbilo; mi alma está unida a
ti, y tu diestra me sostiene. R/.
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo
en la carta a los Gálatas nos hace ver que somos hijos de Dios por la fe en
Jesucristo, de quien nos hemos revestido gracias al bautismo.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 3,26-29
Hermanos:
Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis
revestido de Cristo.
Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres,
hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos
de la promesa.
Palabra de Dios.
M. San Lucas
nos presenta el momento cuando Jesús pregunta a sus discípulos sobre quién era
el Hijo del hombre. Pedro le responde que es el Mesías. E inmediatamente el
Señor hace el anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Aleluya Jn 10,27
Mis ovejas escuchan mi voz
―dice el Señor―,
Y yo las conozco, y ellas me siguen.
EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-24
Una vez que Jesús estaba orando solo,
en presencia de sus discípulos, les preguntó:
―
“¿Quién dice la gente que soy yo?”
Ellos contestaron:
―
“Unos que Juan el Bautista, otros que
Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.”
Él les preguntó:
―
“Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”
Pedro tomo la palabra y dijo:
―
“El Mesías de Dios.”
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y añadió:
―
“El Hijo del hombre tiene que padecer
mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día.”
Y dirigiéndose a todos, dijo:
―
“El que quiera seguirme, que se niegue
a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo. Pues el que quiera
salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.”
Palabra de Dios.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 599-605: la muerte redentora de Cristo en el
diseño divino de la salvación
CEC 1435: tomar la propia cruz, cada día, y seguir
a Jesús
CEC 787-791: la Iglesia en comunión con Cristo
CEC 1425, 1227, 1243,
2348: “revestirse de Cristo”; el Bautismo, la castidad
599
La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada
constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios,
como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de
Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo
conocimiento de Dios" (AC 2,23). Este lenguaje bíblico no significa
que los que han "entregado a Jesús" (AC 3,13) fuesen solamente
ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
600
Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por
tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en
él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se
han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido,
Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Ps
2,1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu
sabiduría, habías predestinado" (AC 4,27-28). Dios ha permitido los
actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26,54 JN 18,36 JN 19,11) para
realizar su designio de salvación (cf. Ac 3,17-18).
601
Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (IS 53,11 ; cf Ac 3,14) había sido anunciado antes en
la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que
libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53,11-12 JN 8,34-36).
S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1CO
15,3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las
Escrituras" (ibidem: cf. también AC 3,18 AC 7,52 AC 13,29 AC
26,22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía
del Siervo doliente (cf. Is 53,7-8 y AC 8,32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf.
Mt 20,28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las
Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,25-27), luego a los
propios apóstoles (cf. Lc 24,44-45).
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En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada
de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes
de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1P 1,18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia
del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,12 1CO 15,56).
Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp PH
2,7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado
(cf. Rm 8,3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2CO 5,21).
603
Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8,46).
Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,29),
nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el
punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?" (MC 15,34 PS 22,2). Al haberle hecho
así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio
Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (RM 8,32) para que
fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (RM
5,10).
604 Al entregar a su Hijo por
nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio
de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1JN
4,10 cf. 1JN 4,19). "La prueba de que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (RM 5,8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja
perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es
voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (MT
18,14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (MT
20,28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la
humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm
5,18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2CO 5,15 1JN 2,2),
enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay,
ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc
Quiercy en el año 853: DS 624).
HERMENÉUTICA DE LA FE
El Maestro pregunta a todos los discípulos sobre su identidad,
Pedro afirma que Jesús es el Mesías, movido por la gracia de revelación de Dios
Padre, “como hijo del hombre, Cristo revela aquella plenitud de Espíritu Santo,
que es esencial para su misión de Redentor del mundo… Solo por obra de este
sacrificio pascual se debían cumplir las profecías. Solamente entonces la
plenitud del Espíritu, mediante la cual había sido ‘ungido’ el Mesías-Hijo del
hombre, debía llegar a ser don para los apóstoles, para la Iglesia y, mediante
la Iglesia, para el mundo” (San Juan Pablo II).
Jesús les ordena que guarden el secreto de su ser mesiánico “para
engañar al príncipe del mundo, declinar la jactancia y enseñar la humildad.
Luego Cristo no quiso ser glorificado… Les prohíbe, pues, anunciarlo Hijo de
Dios, a fin de que lo anuncien después crucificado. Acaso porque sabía el Señor
que el misterio de la pasión y de la resurrección era difícil de creer, aun
para sus discípulos, quiso El mismo ser el anunciador de su pasión y
resurrección” (San Ambrosio).
En cuanto a tomar la cruz de cada día y seguir al Señor “la
perfección consiste, pues, en tener el afecto en la indiferencia -aun de la
vida-, y en estar siempre dispuesto a sufrir la muerte, no confiando en sus
propias fuerzas… la renuncia de lo que se posee y de la vanagloria. También la
renuncia de las afecciones a las cosas inútiles” (San Basilio).
Lo grande del ser humano está en ser hijo de Dios y participar
en la vida del Señor, compartiendo también su dolor. “El sufrimiento se
transforma y sublima cuando se es consciente de la cercanía y solidaridad de
Dios en esos momentos. Es esa la certeza que da la paz interior y la alegría
espiritual propias del hombre que sufre generosamente y ofrece su dolor
"como hostia viva, consagrada y agradable a Dios” (San Juan Pablo II).
El dolor, el sufrimiento moral o cualquier oscuridad de nuestra
vida adquieren otra dimensión y esperanza en comunión con Cristo. “Nunca se
está solo frente al misterio del sufrimiento: se está con Cristo, que da
sentido a toda la vida: a los momentos de alegría y paz, igual que a los
momentos de aflicción y pena. Con Cristo todo tiene sentido, incluso el
sufrimiento y la muerte; sin Él, nada se explica plenamente, ni siquiera los
legítimos placeres que Dios ha unido a los diversos momentos de la vida humana”
(San Juan Pablo II).
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