TERCER DOMINGO ADVIENTO (C)
En
aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
—“¿Entonces,
qué hacemos?”
Él
contestó:
—“El
que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo.”
Vinieron
también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
—“Maestro,
¿qué hacemos nosotros?”
Él
les contestó:
—“No
exijáis más de lo establecido.”
Unos
militares le preguntaron:
—“¿Qué
hacemos nosotros?”
Él
les contestó:
—“No
hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.”
El
pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el
Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
—“Yo
os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene
en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el grano y
quemar la paja en una hoguera que no se apaga.”
Añadiendo
otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio (Lc
3,10-18).
CONTEXTO LITÚRGICO
Sof 3,14-18; Sal Is
12,2-6; Flp 4,4-7
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 523-524, 535: Juan prepara el camino al Mesías
CEC 430-435: Jesús, el Salvador
HERMENÉUTICA DE LA FE
Muchos
seres humanos acudían a Juan el Bautista para escucharlo y pedirle su consejo.
Eran tres clases de personas: “Una a quien la Escritura llama turba, otra a quien llama
publicanos, y la tercera la comprendida bajo el nombre de soldados”
(Orígenes). En Juan destaca la fuerza de sus virtudes, “grande es el poder de la
virtud, cuando los ricos buscan en el pobre el camino de la felicidad” (San Juan
Crisóstomo), el Precursor “había llegado a una altura tal por los méritos de sus virtudes,
que muchos lo tuvieron por Cristo” (Orígenes). “San Juan Bautista es el hombre que vive en una soledad llena
de la presencia de Dios y se convierte en la voz que anuncia la venida del
Cordero salvador” (San Juan Pablo II).
El
mensaje de la conversión del Bautista se materializaba en su bautismo de
penitencia, como preparación para el bautismo con fuego del Mesías, “así como Jesucristo
llama agua a la gracia del Espíritu, manifestando por la palabra agua la pureza
que produce a la vez que el inmenso consuelo que introduce en nuestras almas… San
Juan con la palabra fuego expresa el fervor y la rectitud de la gracia, como
también el fin de los pecados” (San Juan Crisóstomo).
El
bautismo penitencial nace del hombre, “era el esfuerzo humano por dirigirse a Dios para
pedirle el perdón de los pecados y la posibilidad de comenzar una nueva vida.
Era sólo un deseo humano, un ir hacia Dios con las propias fuerzas”
(Benedicto XVI), en el bautismo sacramental de Jesús “actúa Dios mismo, actúa
Jesús mediante el Espíritu Santo. En el bautismo cristiano está presente el
fuego del Espíritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está presente hoy
aquí. Él asume y hace hijos suyos a vuestros niños”
(Benedicto XVI). Hay una gran diferencia entre ambos bautismos, “una cosa fue el bautismo
de la penitencia y otra el de la gracia” (San Ambrosio). En el orden de la gracia “mientras que el agua
significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo,
el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo” (CEC
696).
Jesucristo es el Mesías
prometido en la tradición del AT porque “posee la plenitud del Espíritu de
Dios” (DV 16), el Bautista nos presenta “su misión mesiánica por el Espíritu
Santo” (DV 19) y porque Jesús mismo en su discurso de despedida “se manifiesta como el
que « trae » el Espíritu, como el que debe llevarlo y « darlo
» a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su « partida » a través de la cruz…
es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae como don propio de su
misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad”
(DV 76).
Jesucristo trajo este
fuego sobrenatural a la tierra, el Apocalipsis mismo describe los ojos de
Cristo Cordero como llamas de fuego, el mismo acontecimiento de Pentecostés
tiene las formas como de lenguas de fuego, finalmente “todo esto sucede en el
misterio pascual, cuando Cristo en el sacrificio de la cruz recibe el bautismo
con el que Él mismo debía ser bautizado (cf. Mc 10,38) y en el misterio
de Pentecostés, cuando Cristo resucitado y glorificado comunica su Espíritu a
los Apóstoles y a la Iglesia” (San Juan Pablo II).
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