CUARTO DOMINGO ADVIENTO (C)
En aquellos días, María se puso en
camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a
Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—“¡Bendita tu entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy
para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llego a mis
oídos, la criatura salto de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,39-45).
CONTEXTO
LITÚRGICO
Miq 5,2-5; Sal
79,2-3.15-16.18-19; Hb 10,5-10
CITAS DEL CEC
SUGERIDAS
CEC 148,
495, 717, 2676: la “Visitación”
CEC 462,
606-607, 2568, 2824: el Hijo se ha encarnado para cumplir la voluntad del Padre
HERMENÉUTICA DE
LA FE
Después de la Anunciación del arcángel, la
Virgen María, movida por el Espíritu Santo, va a servir a su prima Isabel. Su
visita consagra al Precursor en el seno de su madre. Isabel, llena del Espíritu
Santo, reconoce a la Virgen María como Madre de Dios, “sabe que por gracia y
operación del Espíritu Santo, la Madre del Señor saluda a la madre del profeta
para provecho de su hijo” (San Ambrosio). Además, Isabel bajo la acción del
Espíritu Santo mira hacia el futuro de la Madre y su Hijo, “llamándola Madre,
comprendió que llevaba en su vientre al Redentor del género humano. Y
prediciendo las cosas que habían de suceder, vio también lo que se seguiría en
lo futuro” (San Gregorio Magno).
La profunda experiencia de la gracia divina en
la Virgen María se comunica inmediatamente a su prima, pero no solamente a ella
sino a todos nosotros: “la gracia de la Encarnación, después de haber inundado
a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel…, podemos suponer que
Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a
María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador” (San
Juan Pablo II).
La Virgen María es redimida anticipadamente, “
no debe llamar la atención que el Señor -que había de redimir al mundo-
empezase su obra por su propia Madre, a fin de que aquella, por la que se
preparaba la salvación a todos, recibiese en prenda -la primera- el fruto de
salvación” (San Beda). “Ninguna fue jamás tan colmada de gracia, ni podía
serlo, porque sólo ella es Madre de un fruto divino” (Orígenes). La Virgen
María quedó así tan íntimamente unida a la Misión de su Hijo Jesucristo en
todos los momentos de su vida. “La unión de la Madre con el Hijo en la obra de
la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo
hasta su muerte” (LG 57).
Una de las grandes afirmaciones de Isabel es
que la Virgen María es feliz por su perfecta obediencia en la fe, del mismo
modo que pasa con todo verdadero creyente: “Ved que María no dudó sino que
creyó, por lo cual consiguió el fruto de la fe… Cualquier alma que cree,
concibe y engendra al Verbo de Dios y conoce sus obras” (San Ambrosio). Creer
en Jesucristo es engendrarlo en el corazón porque “todo el que concibe al Verbo
de Dios en su inteligencia, sube al punto por la senda del amor a la más alta
cumbre de las virtudes” (San Beda).
La Virgen María es Maestra de la fe y de
esperanza para todos los cristianos: “es la primera en acoger, y de modo
perfecto, el misterio de la encarnación…, cree lo humanamente imposible, y, en
Caná impulsa a Jesús a realizar su primer milagro…, vivan la fe como un camino
que compromete e implica, y que en todas las edades y situaciones de la vida
requiere audacia y perseverancia constante…, docilidad a la voluntad
divina…, mire al futuro con pleno abandono en Dios. En la experiencia personal
de la Virgen, la esperanza se enriquece con motivaciones siempre nuevas”
(San Juan Pablo II).
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