DOMINGO XXXIII T O (B)
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—“En
aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna
no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se
tambalearán.
Entonces
verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad;
enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de
horizonte a horizonte.
Aprended
de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano
está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a
la puerta. Os aseguro que no pasará esta
generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras
no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni
el Hijo, sólo el Padre” (Mt 13,24-32).
CONTEXTO LITÚRGICO
Dn 12,1-3; Sal 15,8-11;
Heb 10,11-14.18
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC 1038-1050: el juicio final, la esperanza de
los cielos nuevos y de la tierra nueva
CEC 613-614, 1365-1367: la muerte de Cristo es el
sacrificio único y definitivo; la Eucaristía
HERMENÉUTICA DE LA FE
San Marcos nos plantea
el momento de la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo como Juez. Será un
momento visible para todos, “la vista del Hijo del hombre se da también a los malos, mientras
que la vista de la forma divina no se da sino a los limpios de corazón”
(San Agustín). Ese día solamente lo conoce el Señor en su Providencia,
cualquier intento de precisar la fecha es engañoso y falso. “Sabemos que las
imágenes apocalípticas del discurso escatológico, a propósito del final de
todas las cosas, se han de interpretar en su intensidad simbólica. Expresan la
precariedad del mundo y el poder soberano de Cristo, en cuyas manos está el
destino de la humanidad. La historia camina hacia su meta, pero Cristo no
señaló ninguna fecha concreta” (San Juan Pablo II).
La Iglesia vive
escatológicamente su peregrinar, “como un proceso histórico ya iniciado y en
camino hacia su plenitud” (San Juan Pablo II), sabe de la presencia redentora
de su Señor especialmente en los sacramentos, en la oración y espera su Parusía
movida por el amor en su condición de Esposa mística. Por esto inculca a sus
hijos que vivan en una actitud de vela. “Velar significa seguir al Señor, elegir lo que
Cristo eligió, amar lo que él amó, conformar la propia vida a la suya. Velar
implica pasar cada instante de nuestro tiempo en el horizonte de su amor, sin
dejarse abatir por las dificultades inevitables y los problemas diarios”
(Benedicto XVI).
La Esposa mística de
Cristo movida por el amor verdadero sabe que el Juicio de su Esposo aunque “incluye la
posibilidad de condena, está encomendado al «Hijo del hombre», es decir, a una
persona llena de comprensión y solidaria con la condición humana. Cristo es un
juez divino con un corazón humano, un juez que desea dar la vida. Sólo el
empecinamiento impenitente en el mal puede impedirle hacer este don, por el
cual él no dudó en afrontar la muerte” (San Juan Pablo II).
La experiencia de la
Iglesia de las constantes venidas de Jesucristo a través de los sacramentos y
su asistencia infalible en momentos de prueba, permite saber que el dolor o la
tribulación se transforman en amor redentor, porque “la verdadera prueba del
sufrimiento puede llegar a ser una fuente de bien. A través del dolor,
participamos realmente en la obra redentora de Cristo en favor de la Iglesia y
de la humanidad” (San Juan Pablo II).
El final de la historia,
a nosotros los católicos, nos impulsa a ser corresponsables de la Redención,
solidarios con Jesucristo en su empeño por la salvación de todos, “la obra
evangelizadora del mundo conlleva la profunda transformación de las personas
humanas por influjo de la gracia de Cristo. San Pablo afirmó que la finalidad
de la historia es el plan del Padre de «recapitular todas las cosas en Cristo,
las del cielo y las de la tierra» (EP 1,10). Cristo es el centro del
universo, que atrae hacia sí a todos para comunicarles la abundancia de las
gracias y la vida eterna” (San Juan Pablo II).
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