DOMINGO XXXII T O (B)
En aquel tiempo, entre lo que
enseñaba Jesús a la gente, dijo:
—“¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio
ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en
las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de
las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más
rigurosa.”
Estando Jesús sentado enfrente del
arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a
sus discípulos, les dijo:
—Os aseguro que esa pobre viuda ha
echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de
lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía
para vivir”
(Mc 12,38-44).
CONTEXTO LITÚRGICO
1Re 17,10-16; Sal
145,7-10; Heb 9,24-28
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC 519-521: Cristo ha entregado su vida por nosotros
CEC 2544-2547: la pobreza de corazón
CEC 1434, 1438, 1753, 1969, 2447: la limosna
CEC 2581-2584: Elías y la conversión del corazón
CEC 1021-1022: el juicio particular
HERMENÉUTICA DE LA FE
El gesto de la viuda del evangelio de este
domingo es una gran enseñanza para todos los católicos: “expresa la
característica fundamental de quienes son las "piedras vivas" de este
nuevo Templo, es decir, la entrega completa de sí al Señor y al prójimo; la
viuda del Evangelio… lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de
Dios, por el bien de los demás” (Benedicto XVI).
La viuda pobre lo da todo porque es rica en el espíritu.
Encuentra “en la fe la fuerza de una caridad heroica”. Su generosidad de
corazón manifiesta su total confianza en Dios, posee un corazón bueno,
“precisamente sólo aquel que es rico en espíritu puede enriquecer a los otros”
(San Juan Pablo II). Para Dios no es cuestión de cantidad sino “la intención
del que la hace…, la parte que de todo lo poseído se separa” (San Beda). Por
contraste, el Señor censura a quien busca la vanagloria, el honor y se
aprovecha de la bondad de su prójimo, como sucede con los escribas que se
aprovechaban de los bienes materiales de las viudas.
Jesús se coloca frente al arca del tesoro del
templo porque tiene autoridad para juzgar tanto lo externo como especialmente
el corazón humano, tiene poder para penetrar el corazón y para transformarlo.
“Sólo Dios sabe aquello que se esconde en el corazón del hombre, que sólo Dios
es juez de las acciones humanas, que la rectitud y la generosidad de la vida
tienen raíz en el corazón, en lo íntimo de la conciencia, y que aquello que
vale frente a Dios es la sinceridad y la verdad, no las apariencias” (San Juan
Pablo II).
Jesús nos revela que la bondad de nuestro
actuar moral depende no solamente de nuestras acciones sino “y sobre todo de
las intenciones y de la pureza del corazón” (San Juan Pablo II). El corazón o
la conciencia es la fuente moral de nuestro actuar humano, tanto de su bondad
como de su maldad o injusticia, por esto “el corazón… debe ser purificado y
formado” (San Juan Pablo II).
La conciencia es dinámica, “camina hacia un
conocimiento siempre más perfecto de los valores. Cristo anima a sus discípulos
a avanzar sobre este camino. Y poco a poco revela a ellos que existe un valor
que supera e integra todos los otros: el amor” (San Juan Pablo II). Por esto
invita a que sus discípulos tengan como ley del corazón la ley del amor, el don
sincero de sí mismos a Dios y a sus hermanos.
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