DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo
esto, les enseño las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos
y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
COMENTARIO
La
comunicación de Sí mismo, del amor, de Dios Padre a la humanidad, siempre
implica la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo. Jesucristo, en
continuidad con la misión recibida del Padre, envía a sus discípulos para que
continúen la redención: rescatar de la muerte y salvar al que está perdido,
repartir a todas las naciones los bienes mesiánicos. He aquí la universalidad
de la misión evangelizadora de la Iglesia, que el Vaticano II llama sacramento
universal de salvación y los apóstoles constituyen el origen de la Jerarquía.
Jesucristo
al darles el Espíritu Santo a sus discípulos cumplió la promesa de la efusión
de su Espíritu, de los “torrentes de agua viva” que saltarían desde las
entrañas de los cristianos. La fuerza divina del Espíritu Santo armoniza el
corazón del creyente con el de Jesús, mueve al fiel a amar a sus hermanos con
el mismo amor de su Señor. El Espíritu Santo transforma también el corazón de
la Iglesia para que sea testigo del amor de Dios Padre. La Iglesia movida por
el amor divino busca el bien integral de la humanidad evangelizando con la
Palabra y los sacramentos; también busca la promoción de los seres humanos.
Jesús
al insuflar sobre sus discípulos al Espíritu Santo produce en la humanidad algo
totalmente nuevo: el soplo de Dios, su vida divina habita en los creyentes, del
mismo modo su amor, su verdad y su bondad. Pasamos a pertenecer a Dios de un
modo nuevo a través del bautismo y de la confirmación, invitándonos Dios a
vivir de ese modo nuevo donde la muerte ya no tiene poder.
Jesús
da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados, insuflando sobre ellos el
Espíritu Santo, instituyó el sacramento de la penitencia. De este modo fue
comunicada a los apóstoles y sus sucesores la potestad de perdonar o retener
los pecados a los fieles caídos después del bautismo. Jesús da el perdón y el
poder de perdonar porque El mismo sufrió los efectos de la culpa y los purificó
en las llamas de su amor redentor. A través del corazón traspasado del
crucificado entró la gracia del perdón, la única que puede transformar el mundo
y construir la paz.
Comentarios
Publicar un comentario