CORPUS CHRISTI
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el
que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el
de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá
para siempre”. (Jn 6,51-58)
COMENTARIO
La promesa de darnos el pan de vida Jesucristo la instituyó el
jueves santo en la última Cena, derramó su sangre el viernes santo y nos
comunicó el poder vivificante de su Humanidad a través de la resurrección. El
Verbo es la vida eterna, la luz de los hombres. La Vida asumió nuestra muerte
para que la muerte fuera destruida por la Vida eterna. La Eucaristía es así Sacramento-Sacrificio,
Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia.
Los sufrimientos y la muerte de Cristo se han transformado en amor,
el Señor se hace alimento de verdad y de amor. Por esto quien comulga debe
hacerse cuerpo de Cristo para vivir según el espíritu de Jesucristo. Estamos
ante un sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad. Quien quiera
ser vivificado ha de hacerlo por medio de la eucaristía.
Al afirmar Jesucristo que quien come su carne tiene vida eterna
indica que al asumir nuestra naturaleza humana no menoscabó en nada su
naturaleza divina. Su Humanidad santísima nos comunica la vida eterna porque Él
es el Viviente y porque ha resucitado, su sacrificio supone la pasión, muerte y
resurrección como coronación del don total de Cristo. En cuanto a tener la vida
eterna por medio de la eucaristía, la Iglesia sostiene que quien muere bien
dispuesto sin poder comulgar Cristo le suministra la eucaristía en el mismo
momento de su muerte para que el que muere sea apto para la visión de Dios.
Jesucristo es pan de la vida porque encierra nuestra vida presente y
la venidera. La eucaristía es tensión hacia la meta, nos permite pregustar el
gozo pleno en esta vida, la anticipación del Paraíso, es también prenda de la
gloria futura. Al comulgar la Eucaristía estamos comiendo el secreto de la
resurrección de Jesucristo.
El pan de vida expresa el sentido verdadero del Don de la vida de
Jesucristo, que movido por la compasión, quiere la salvación de todos. Por esto
la Eucaristía nos conduce al servicio de la caridad con el prójimo, amando en
Cristo incluso a la persona que no me agrada o que ni siquiera conozco. Esto
solamente acontece en un verdadero encuentro íntimo con la voluntad del Señor y
con sus sentimientos, superando lo que mis ojos pueden contemplar o lo que yo
puedo sentir. Tener la vida eterna en Cristo supone caminar en el Espíritu y
producir sus frutos, encontrar la fuerza del don total de nosotros mismos.
Jesucristo se entrega a nosotros con una confianza ilimitada, sin
tomar en cuenta nuestra debilidad, indignidad, los hábitos, las rutinas o
incluso el posible ultraje, por esto debemos devolverle amor con amor, para que
el Señor sea vida de nuestras almas. El Sacrificio de Cristo ofrecido por todos
impulsa a que quien comulgue se haga pan partido para sus hermanos, trabajando
por un mundo más justo y fraterno. Nuestra vocación es ser pan partido para la
vida del mundo.
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