LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (B)



Monición ambiental
El nacimiento de Jesucristo nos revela el don de su Luz para toda la humanidad. El Señor se abaja para elevar nuestra naturaleza herida por el pecado, asumiendo la pobreza y los valores de la familia de Nazareth.

Oración colecta
Señor Dios, que hiciste resplandecer esta noche santísima con la claridad de Cristo, luz verdadera, concede a quienes hemos conocido los misterios de esa luz en la tierra, que podamos disfrutar también de su gloria en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El profeta Isaías profetiza sobre una luz grande vista por el pueblo que camina en tinieblas. Se trata de un niño que nace, el príncipe de la paz.
Lectura del libro de Isaías 9, 1-3. 5-6
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierras de sombras,y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre
serán combustible, pasto del fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y es su nombre:
Maravilla de Consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz.
Para dilatar el principado con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho,
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 95
M. El salmista nos invita a cantar de gozo por el nacimiento del Salvador, unámonos a esta glorificación diciendo: R. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R.

SEGUNDA LECTURA
M. Con Jesucristo la gracia de Dios ha irrumpido en la historia, entregándose a Sí mismo para purificarnos y conducirnos a vivir y crecer en el bien.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras
Palabra de Dios.

M. San Lucas relata el traslado de San José y la Virgen María desde Nazaret a Belén para empadronarse. Estando en un pesebre de Belén la Virgen concibe a Jesucristo y lo envuelve en pañales.

Aleluya, aleluya
Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor. Aleluya.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
«No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

Palabra del Señor. 

Oración de los fieles
Presentemos hermanos, en esta noche luminosa, nuestras esperanzas y anhelos a Jesucristo, Palabra cumplida del Padre, el Dios con nosotros, y con espíritu de adoración, supliquémosle con confianza diciendo: Te rogamos, óyenos.
Para que la celebración del misterio del Amor infinito de Dios, hecho cercanía en su Hijo que ha nacido, haga renacer a la Iglesia y a cada uno de sus Pastores al Evangelio vivido, proclamado y compartido con todos los hombres de buena voluntad. Roguemos al Señor.
Para que esta noche de paz y de luz, Cristo transforme nuestras tinieblas en bondad, nuestros odios en perdón, y nuestras desesperanzas en posesión del único tesoro. Roguemos al Señor.
Para que aprendamos de la Virgen Madre a recibir a Jesús, para que sepamos entregarlo sin egoísmos, y para que lo hagamos nacer en otras vidas. Roguemos al Señor.
Para que al acoger en nuestros corazones al que quiso asumir nuestra debilidad para transformarla en gracia, nos hagamos amor, alegría, comprensión y paz para cuantos nos rodean. Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, que la ofrenda de esta festividad sea de tu agrado, para que, mediante este sagrado intercambio, lleguemos a ser semejantes a aquel por quien nuestra naturaleza quedó unida a la tuya.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Antífona de la comunión
El Verbo se hizo hombre y hemos visto su gloria.

Oración después de la comunión
Señor, Dios nuestro, que nos has concedido el gozo de celebrar el nacimiento de nuestro Redentor, haz que después de una vida santa, merezcamos alcanzar la perfecta comunión con él.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

CEC 456-460, 566: “¿Por qué el Verbo se hizo carne?”

CEC 461-463, 470-478: la Encarnación

CEC 437, 525-526: el misterio de la Navidad

CEC 439, 496, 559, 2616: Jesús es el Hijo de David

CEC 65, 102: Dios ha dicho todo en su Verbo

CEC 333: Cristo encarnado es adorado por los ángeles

CEC 1159-1162, 2131, 2502: la Encarnación y las imágenes de Cristo

470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22,2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14,9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (GS 22,2).
471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (LC 2,52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6,38 MC 8,27 JN 11,34 etc. JN ). Eso... correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (PH 2,7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. S. Gregorio Magno, EP 10,39, DS 475). "La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella m isma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66 ). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14,36 MT 11,27 JN 1,18 JN 8,55 etc. JN ). El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf MC 2,8 JN 2,25 JN 6,61 etc. JN ).

474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31 MC 9,31 MC 10,33-34 MC 14,18-20 MC 14,26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Ac 1,7).

475 De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de Constantinopla III en el año 681) que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (DS 556).

476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar la faz humana de Jesús (GA 3,2). El séptimo Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en el año 787: DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, "venera a la persona representada en ella" (Cc. Nicea II: DS 601).
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (GA 2,20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19,34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924 cf. DS 3812).

HERMENÉUTICA DE LA FE
Al llegar la plenitud de los tiempos, “llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio… Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11)” (Benedicto XVI). Pero aquel que lo recibe, recibe el gran don de ser hijo adoptivo de Dios, hijos de la Luz.
El hombre tiene acceso a la luz porque es un ser racional, creado a imagen y semejanza de Dios. La venida de la luz al mundo destruyó el imperio de la muerte, de las tinieblas. Las tinieblas no recibieron la luz por su propia ceguera y su malicia, privándose a sí mismas de la gracia. “Ciertamente, en el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor.” (Benedicto XVI).
El que realiza las obras de la muerte, el que permanece en los vicios, permanece en las tinieblas. En cambio, los que recibieron libremente la luz, recibieron la potestad de ser hijos de Dios por medio del bautismo sacramental, tal filiación adoptiva requiere acercarnos por amor al mundo de las virtudes para permanecer en la luz. Esta maravilla sobrenatural de participar en la filiación divina de Jesucristo se da gracias a la Encarnación del Verbo, a la asunción de nuestra naturaleza humana por parte del Verbo, mediante la cual ha sido glorificado el hombre en Dios, por la unión del Verbo con la humanidad.
Otra nota muy hermosa de este acontecimiento es la pobreza libremente elegida por Dios: “Quiso nacer así, pero podríamos añadir en seguida: quiso vivir y también morir así. ¿Por qué? Lo explica con palabras sencillas san Alfonso María de Ligorio, en un villancico conocido por todos en Italia: "A ti, que eres el Creador del mundo, te faltan vestidos y fuego, oh Señor mío. Querido niño predilecto, esta pobreza me enamora mucho más porque el amor te hizo pobre". Esta es la respuesta: el amor a nosotros no sólo impulsó a Jesús a hacerse hombre, sino también a hacerse pobre” (Benedicto XVI).
En cuanto a ser el primogénito nacido de la Virgen María: “Él es ahora el primero de más hermanos, es decir, el primero que inaugura para nosotros el estar en comunión con Dios. Crea la verdadera hermandad: no la hermandad deteriorada por el pecado, la de Caín y Abel, de Rómulo y Remo, sino la hermandad nueva en la que somos de la misma familia de Dios. Esta nueva familia de Dios comienza en el momento en el que María envuelve en pañales al «primogénito» y lo acuesta en el pesebre.” (Benedicto XVI).


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