VIGESIMO CUARTO DOMINO T O (A)




MONICIÓN AMBIENTAL
Dios nos revela, este domingo, su infinita compasión, su infinito amor con todo ser humano. Dios nunca desoye al que se arrepiente y le suplica perdón. El Señor nos hace una fuerte llamada para que purifiquemos continuamente nuestra memoria ante las ofensas que recibimos, que estemos siempre dispuestos a perdonarlos de corazón, expandiendo así el amor y la reconciliación que recibimos constantemente de Él.

ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos, y para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón.
Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
M. El libro del Eclesiástico revela a través del género sapiencial que el perdón de los propios pecados depende del perdón que concedamos a las ofensas del prójimo. Desterremos todo rencor, ira, odio o venganza.
Lectura del libro del Eclesiástico 27,33 – 28,9
Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 102,1-2.3-49-10.11-12 (R.:8)
M. El salmo 102 destaca la compasión, la misericordia, la paciencia y clemencia de nuestro Dios. Por esto lo bendecimos y manifestamos nuestra confianza en Él. R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo subraya nuestra total pertenencia al Señor, gracias a su Pascua. Jesucristo ha redimido nuestro corazón, nos ha capacitado para vivir el don de nosotros mismos para con El y con los hermanos.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14,7-9

Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios.

M. El evangelio de san Mateo recoge una de las grandes verdades de Dios: su infinita Bondad y Misericordia para con todo ser humano. Dios tiene compasión de todo hombre que se arrepiente y le suplica, por esto también espera que siempre perdonemos las ofensas que sufrimos de los demás.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Jn 13,34
Os doy un mandamiento nuevo
– dice el Señor-:
que os améis unos a otros,
como yo os he amado.

EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagaran así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió a la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Palabra del Señor.
HOMILIA
Credo

ORACION DE LOS FIELES
Dios es compasivo y misericordioso y siempre está dispuesto a perdonar y a bendecir a sus hijos; por eso con fe oremos por nosotros y por el mundo entero. Digamos: Escúchanos, Señor.

Para que, viviendo para el Señor, la Iglesia sea signo de su fidelidad. Oremos. Escúchanos, Señor.

Para que la Iglesia sea el lugar de la misericordia, la acogida y el perdón incondicional   para los hombres y mujeres del tercer milenio. Oremos. Escúchanos, Señor.

Para que los países ricos perdonen las deudas de los países pobres. Oremos. Escúchanos, Señor.

Para que la gracia de Dios destierre de los corazones el odio, la venganza, la corrupción y el resentimiento. Oremos. Escúchanos, Señor.

Para que los que hoy morirán dejen este mundo en paz y entren en la gloria del cielo. Oremos. Escúchanos, Señor.

Para que el Señor nos dé un corazón como el suyo, siempre dispuesto a perdonar. Oremos. Escúchanos, Señor.

Escucha las súplicas de tus hijos, infúndenos tu misericordia, y haz que unidos a Ti demos testimonio del amor verdadero. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Sé propicio a nuestras súplicas, Señor, y recibe con bondad las ofrendas de tus siervos, para que la oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN              Sal 35,8
¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.

CATECISMO DE IGLESIA CATÓLICA
CEC 218-221: Dios es amor
CEC 294: Dios manifiesta su gloria por medio de su bondad
CEC 2838-2845: “perdónanos nuestras ofensas”

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, -"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf LC 15,11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf LC 18,13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (COL 1,14 EP 1,7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf MT 26,28 JN 20,23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1JN 4,20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf MT 6,14-15 MT 5,23-24 MC 11,25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios".

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (MT 5,48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (LC 6,36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (JN 13,34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (GA 5,25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf PH 2,1 PH 2,5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (EP 4,32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf JN 13,1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf MT 5,43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2CO 5,18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf MT 18,21-22 LC 17,3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según LC 11, 4, o de "deudas" según MT 6,12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (RM 13,8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1JN 3,19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf MT 5,23-24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).

HERMENÉUTICA DE LA FE

Jesucristo nos enseña que el perdón fraterno es un presupuesto de la salvación personal. “El cristiano… está llamado a amar y a perdonar según una medida que transciende toda medida humana de justicia y produce una reciprocidad entre los seres humanos… Quien se halla en grado de perdonar al prójimo demuestra haber comprendido la necesidad que personalmente tiene del perdón de Dios” (CDF).

El perdón fraterno supone un amor maduro y agradecido con Dios, “merced al amor recíproco de cuantos forman la comunidad, un amor alimentado por la Palabra y la Eucaristía, purificado en el Sacramento de la Reconciliación, sostenido por la súplica de la unidad, don especial del Espíritu para aquellos que se ponen a la escucha obediente del Evangelio” (VC 42).

El secreto del perdón está en limpiar desde la fe el propio corazón, “la deuda que el Señor nos ha condonado, siempre es infinitamente más grande que todas las deudas que los demás puedan tener con respecto a nosotros… no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un envenenamiento del alma… purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón” (Benedicto XVI).

La necesidad de la reconciliación supone “la necesidad de restablecer la alianza con Dios en Cristo redentor y reconciliador y, a la luz y como expansión de esta nueva comunión y amistad, sobre la necesidad de reconciliarse con el hermano, aun a costa de tener que interrumpir la ofrenda del sacrificio… inculca la ley del perdón que cada uno recibe en la medida en la que sabe perdonar; perdón que hay que ofrecer también a los enemigos” (REP 26).

La reconciliación también supone dos actitudes claves de la conversión “metánoia… significa cambiar radicalmente la actitud del espíritu para hacerlo volver a Dios… el «volver en sí» y la decisión de regresar al padre” (REP 26). Otro aspecto de la auténtica reconciliación es hacer penitencia que consiste en “restablecer el equilibrio y la armonía rotos por el pecado, cambiar dirección incluso a costa de sacrificio” (REP 26).

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