DECIMO CUARTO DOMINGO T O (A)




MONICIÓN AMBIENTAL
La liturgia de este domingo destaca el valor de la humildad para penetrar los misterios de Dios. Hemos de peregrinar en la fe imitando a la Virgen María, la primera de los humildes que descubrió el misterio de Jesucristo. La Iglesia ha de seguir el ejemplo de su Maestro, manso y humilde de corazón, para evangelizar con la fecundidad divina del Señor.

ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
M. En la profecía de Zacarías se anuncia la venida del Mesías en un pollino de borrica, justo y victorioso.
Lectura de la profecía de Zacarías 9,9-10

Así dice el Señor: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra”.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14 (R.: cf. 1)
M. Glorifiquemos el nombre de Dios bendiciéndolo y dándolo gracias por todo: R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo nos exhorta a vivir según el Espíritu de Dios para alcanzar la vida eterna en plenitud.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,9.11-13

Hermanos:
Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Así, pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Palabra de Dios.

M. San Mateo relata la acción de gracias de Jesús por la gente sencilla a quien Dios Padre ha revelado los misterios de su vida divina.

ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Cf. Mt 11,25
Bendito seas, Padre, Señor del cielo y tierra,
porque has revelado los secretos del reino
a la gente sencilla.

EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
Palabra del Señor.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 514-521: el conocimiento de los misterios de Cristo, nuestra comunión con sus misterios
CEC 238-242: el Padre viene revelado por el Hijo
CEC 989-990: la resurrección de la carne

514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20,30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (JN 20,31).

515 Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1,1 JN 21,24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (LC 2,7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27,48) y el sudario de su resurrección (cf. Jn 20,7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente" (COL 2,9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

516 Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (JN 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (LC 9,35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. He 10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1JN 4,9) con los menores rasgos de sus misterios.

517 Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. EP 1,7 COL 1,13-14 1P 1,18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2CO 8,9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2,51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (MT 8,17 cf. Is 53,4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4,25).

518 Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4).

519 Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1CO 15,3) y en su Resurrección para nuestra justificación (RM 4,25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1JN 2,1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (HE 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (HE 9,24).

520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5 PH 2,5): él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13,15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11,1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5,11-12).

521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros."El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22,2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:

Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia... Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.).

HERMENÉUTICA DE LA FE
El Señor se llena de gozo por la gracia que concede Dios Padre a los sencillos de corazón para creer en Él, por contraste con los soberbios, duros de corazón para abrirse al acto de fe en el Hijo de Dios. Jesús “da las gracias a Dios de haber revelado su venida a los Apóstoles, cosa que no supieron los escribas y los fariseos, que se tenían por sagaces y prudentes” (San Jerónimo).

No es que Dios rechace al que pregunta honestamente por los misterios de nuestra fe, sino al que se enorgullece, cerrándose a la verdad y a la novedad evangélica, “por eso los escribas y los fariseos, teniéndose por sabios y prudentes, cayeron por efecto de su orgullo. De donde resulta que si por su orgullo no les fue revelado nada, también nosotros debemos tener miedo y ser siempre pequeños: pues esto hizo que vosotros gozaseis de la revelación.” (San Juan Crisóstomo).

Jesús tiene la misma naturaleza divina del Padre, por eso su conocimiento es superior a todo lo que los hombres podemos imaginar, “nos demuestra también que está El tan identificado con el Padre, que es imposible llegar al Padre, sino mediante el Hijo y esto era lo que principalmente escandalizaba a los judíos” (San Juan Crisóstomo). La discípula que mejor entendió esto fue la Madre de Dios, “desde el momento de la anunciación, la mente de la Virgen-Madre ha sido introducida en la radical « novedad » de la autorrevelación de Dios y ha tomado conciencia del misterio. Es la primera de aquellos « pequeños” (RM 17).

La primera discípula que descubre y cree en la naturaleza divina de Jesús es su Madre, “aquella, a la cual había sido revelado más profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del hijo, bajo un mismo techo y « manteniendo fielmente la unión con su Hijo », « avanzaba en la peregrinación de la fe” (RM 17).

Mediante la comunión de fe y amor el discípulo de Jesús encuentra la paz verdadera y la serenidad, “el cansancio y el desánimo de quien se siente oprimido, débil e indefenso, encuentran alivio en el encuentro de fe con el Señor, porque Él carga con nuestras penas y miserias más profundas, haciendo renacer el vigor y la esperanza para seguir viviendo” (San Juan Pablo II).

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