DOMINGO XXVII T O (B)



2. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» 3. El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» 4. Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» 5. Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. 6. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. 7. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, 8. y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» 10. Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. 11. El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; 12. y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.» 13. Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. 14. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. 15. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» 16. Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos (Mc 10,2-16).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO

Gn 2,18-24; Sal 127,1-6; Heb 2,8-11

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 1602-1617, 1643-1651, 2331-2336: la fidelidad conyugal
CEC 2331-2336: el divorcio
CEC 1832: la fidelidad, fruto del Espíritu
CEC 2044, 2147, 2156, 2223, 2787: la fidelidad de los bautizados

HERMENÉUTICA DE LA FE



La cuestión del divorcio tolerada en Israel por la dureza del corazón de los judíos es planteada por los fariseos a Jesús, quien responde desde el proyecto originario de Dios sobre el matrimonio, afirmando su unidad e indisolubilidad. “Jesucristo… ha confirmado y renovado el sacramento primordial del matrimonio y de la familia,… para que, llegando a ser «una sola carne» (cf.  Mc 10,6-8), trasmitieran la vida a nuevos seres humanos… Cristo, testigo del Padre y de su amor, construye la familia humana sobre un matrimonio indisoluble” (San Juan Pablo II).

Esta profunda unidad interpersonal se da gracias a la corporeidad que “indica, desde el principio, no sólo el "cuerpo", sino también la comunión "encarnada" de las personas —communio personarum— y exige esta comunión desde el principio. La masculinidad y la feminidad expresan el doble aspecto de la constitución somática del hombre,… e indican, además,… la nueva conciencia del sentido del propio cuerpo: sentido, que se puede decir consiste en un enriquecimiento recíproco” (San Juan Pablo II).

Este proyecto divino del don de sí y de la comunión de personas se vio alterado por el pecado, manifestado a través de la concupiscencia que atenta contra el amor verdadero y la comunión interpersonal. “Cristo se refiere al "principio", a la dimensión originaria del misterio de la creación, en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto modo, a través del corazón mismo de esa unidad” (San Juan Pablo II). El divorcio conduce a conflictos y confusiones especialmente en los hijos, les crea una idea deformada del matrimonio. Esta herida y otras se superan viviendo el proyecto divino de unidad indisoluble mediante la redención obrada por Jesús y mediante la respuesta a la vocación divina de vivir según el Espíritu, la vida resucitada.

“Jesús alude a la resurrección, descubriendo así una dimensión completamente nueva del misterio del hombre” (San Juan Pablo II). He aquí la importancia de la vida sacramental para poder vivir según el Espíritu de Dios, para sanar al hombre herido y para hacer posible la vocación y misión del matrimonio. “Cristo…confirma el matrimonio como sacramento instituido por el Creador «al principio»…, con esto mismo abre el matrimonio a la acción salvífica de Dios, a las fuerzas que brotan «de la redención del cuerpo» y que ayudan a superar las consecuencias del pecado y a construir la unidad del hombre y de la mujer según el designio eterno del Creador” (San Juan Pablo II).

Una verdadera comunión de personas ha de cuidar también del niño, imagen de Dios, especialmente del no nacido y de los más débiles y necesitados. “En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos” (FC 26). Las cualidades propias del niño son el gran modelo para que el creyente alcance el Reino de los cielos, tanto en su conciencia como en su disposición para obedecer en la fe. Se trata de “condiciones morales y espirituales, que son esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir la lógica del total abandono en el Señor” (CL 47).

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