DOMINGO XXI T O (B)



En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: —«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: —«¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: —«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: — «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: —«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios» (Jn 6,60-69).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO

Jos24,1-2a.15-17.18b; Sal 33, 2-3.16-17.18-19. 20-21.22-23 (R/.: 9a); 
Ef 5,21-32

CITAS PROPUESTAS DEL CEC

CEC 796: la Iglesia, esposa de Cristo
CEC 1061-1065: la fidelidad y el amor absoluto de Dios
CEC 1612-1617, 2360-2365: el matrimonio en el Señor

HERMENÉUTICA DE LA FE


 
Muchos de los discípulos murmuraban sobre el desbordante realismo del lenguaje de Jesús, “"muchos" de los que oían, no de sus enemigos sino "de sus discípulos", dijeron: duro es este razonamiento” (San Agustín). Lamentablemente, se movían según la carne, no según el espíritu, “se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro. El número de la muchedumbre se reduce progresivamente” (San Juan Pablo II). Jesucristo no se echa para atrás sino que pide a los Doce una adhesión de fe más libre aún.

El discurso del Pan de vida alcanza la cumbre del orden de lo espiritual-sobrenatural, no solamente de la razón humana, trasciende “los límites de la existencia terrena”; las palabras del Señor “nos hablan de vida eterna y de resurrección; miran hacia una relación misteriosa entre Cristo y el creyente, que se configura como compenetración recíproca de pensamiento, de sentimiento y de vida” (San Juan Pablo II).

La pregunta formulada por Jesús también nos interpela a nosotros y nos pide nuestra adhesión de fe. “Jesús es la Palabra eterna de salvación, pan bajado del cielo que se hace don supremo para la salvación de toda la humanidad, don confirmado con el sacrificio de la cruz… entramos en la intimidad del gran misterio de la fe. Subimos místicamente al Gólgota, donde triunfa la verdad que libera y el amor que transforma el mundo. Cristo crucificado y resucitado nos acoge hoy en su mesa y nos da nuevamente su Espíritu” (San Juan Pablo II). Esta comunión sacramental requiere una fe cada vez más adulta y consciente.

Jesús al dar la doctrina sobre la Eucaristía de modo integral, “al transmitir a sus oyentes la integralidad de su mensaje contaba con la acción iluminadora del Espíritu Santo que iba a hacer comprender más tarde lo que no podía entenderse inmediatamente” (San Juan Pablo II). El amor esponsal, la comunión con Jesús y con los hermanos humanamente no es posible, “sino mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas del espíritu humano” (San Juan Pablo II).

La comunión del hombre con Cristo “es la fuerza y la fuente de la fuerza… Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que dura hasta la vida eterna” (RH 18). Jesús requiere de sus Apóstoles un acto de libertad movido por la gracia, un acto maduro de fe, “Pedro, amante de sus hermanos, conservador de la amistad, respondió a nombre de todo el grupo” (San Juan Crisóstomo). Jesús al acoger la confesión de fe de Pedro, reveló su realeza mesiánica como Hijo del Hombre –que solamente después de su Resurrección será revelada por Pedro al pueblo de Dios–; Jesús también reveló su misión redentora como Siervo de Yavé (cfr. CEC 440).

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