LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (A)
MONICIÓN DE ENTRADA
El 6 de agosto de cada año, celebramos la Fiesta de
la Transfiguración del Señor, recordando aquél momento en que Jesús concedió a
Pedro, Santiago y Juan la dicha de contemplar su gloria, el resplandor de su
divinidad. Con ello logró dar fuerza a sus discípulos, confundidos por el
escándalo de la cruz. Nosotros nos llenamos de esperanza, para sobrellevar el
peso de la cruz, confiados en que el premio, al final de nuestro peregrinar en
la fe, será muy grande al contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor.
Oración colecta
Oh Dios, que en la gloriosa
Transfiguración de tu Unigénito
confirmaste los misterios de la fe
con el testimonio de los profetas,
y prefiguraste maravillosamente
nuestra perfecta adopción como hijos
tuyos,
concédenos, te rogamos,
que, escuchando siempre la palabra de
tu Hijo, el Predilecto,
seamos un día coherederos de su
gloria.
Primera lectura
Daniel 7, 9-10.
13-14
Una
profecía de Daniel nos anticipa lo que sucederá en Cristo Jesús. Algo similar a
la visión del Profeta será la experiencia de los discípulos en el evangelio de
hoy.
Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y
un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana
limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso
de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a
sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en
las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se
presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos,
naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no
tendrá fin.
Palabra
de Dios.Salmo responsorial: Salmo 96
El salmo 96 nos lleva a contemplar también el
reinado y poderío de Dios. Responderemos:
R. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R.
SEGUNDA LECTURA
M. Cuando Pedro y los apóstoles hablan, lo hacen porque han conocido
primero a Aquél de quien hablan. Hoy Pedro recuerda esa experiencia en la
Montaña Sagrada.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19
Queridos hermanos:
Cuando os dimos a conocer el poder y la última
venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas,
sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la
Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto».
Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña
sagrada.
Esto nos confirma la palabra de los profetas, y
hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un
lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros
corazones.
Palabra de Dios.
M. A sus discípulos predilectos Jesús les permitirá hoy vivir una
experiencia inolvidable, que les reanimará en el camino hacia el Calvario.
Jesús les manifestará su gloria. Dejemos que también a nosotros se nos
manifieste, preparándonos a la escucha de esta Palabra, cantando el aleluya.
Aleluya Mt 17,5c
Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9
En
aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se
los llevó aparte a una montaña alta.
Se
transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la
palabra y dijo a Jesús:
—«Señor,
¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías».
Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz
desde la nube decía:
—«Éste
es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
Al
oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús
se acercó y, tocándolos, les dijo:
—«Levantaos,
no temáis».
Al
alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando
bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
—«No
contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos».
Palabra del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
444. Los Evangelios narran en dos
momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del
Padre lo designa como su "Hijo amado" (MT 3,17 MT 17,5). Jesús
se designa a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios" (JN 3,16) y
afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10,36). Pide
la fe en "el Nombre del Hijo Unico de Dios" (JN 3,18). Esta
confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús
en la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (MC
15,39), porque solamente en el misterio pascual donde el creyente puede
alcanzar el sentido pleno del título "Hijo de Dios").
554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que
él debía ir a Jerusalén, y sufrir... y ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día" (MT 16,21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt
16,22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17,23 LC 9,45).
En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús
(cf. Mt 17,1-8 par.: 2P 1,16-18), sobre una montaña, ante tres
testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de
Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le
"hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (LC
9,31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía:
"Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (LC 9,35).
555 Por un instante, Jesús
muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra
también que para "entrar en su gloria" (LC 24,26), es
necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria
de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos
del Mesías (cf. Lc 24,27). La Pasión de Jesús es la voluntad por
excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42,1).
La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota Trinitas apparuit:
Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara" ("Apareció
toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la
nube luminosa" (Santo Tomás, s.th. III 45,4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que
ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios, a
fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria
y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre
(Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida
pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo
de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración":
nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda
regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. III 45,4,
ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el
Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La
Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de
Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso
como el suyo" (PH 3,21). Pero ella nos recuerda también que
"es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino
de Dios" (AC 14,22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo
en la montaña (cf. Lc 9,33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después
de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra,
para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La
Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el
Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la
sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6).
HERMENÉUTICA DE LA FE
La Transfiguración tiene como contexto la incomprensión del
anuncio de su misterio pascual hecho por Jesucristo a sus discípulos. Solamente
en el misterio pascual es que el título mesiánico de “Hijo Único de Dios”,
afirmado por Jesús mismo, alcanza su pleno sentido, como exclamó el centurión
frente a Jesús crucificado (cf. Mc 15,39). Jesús lleva a los tres discípulos
predilectos: Pedro, Santiago y Juan para mostrarles anticipadamente un instante
de su gloria, para que ulteriormente ellos comprendieran que su muerte era
voluntaria y que el camino hacia la gloria pasa a través de la Cruz: “a fin de
que cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria y
anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre”
(Kontakion de la liturgia bizantina).
San Mateo relata que Jesús hablaba con Moisés y con Elías,
quienes vieron la gloria de Yavé en la Montaña. Ahora, a diferencia del AT,
Jesús es el único camino para alcanzar la gloria, “quien quiera conocer a Dios,
debe contemplar el rostro de Jesús, su rostro transfigurado: Jesús es la
perfecta revelación de la santidad y de la misericordia del Padre” (Benedicto
XVI). Además tanto la Ley como los profetas anunciaron en su momento los
sufrimientos del Mesías, que Jesús transformó en Amor redentor.
La nube nos manifiesta la presencia del Espíritu Santo, que
junto con la Voz del Padre nos revelan la aparición de toda la Trinidad. Lo que
Dios Padre nos pide es escuchar a su Hijo: “Es una invitación a dejar que la
luz de Cristo ilumine nuestra vida y nos comunique la fuerza para anunciar y
testimoniar el Evangelio a nuestros hermanos” (San Juan Pablo II). Dios Padre
revela a los discípulos del Señor la verdad sobre su Hijo: “Jesús quería que,
sobre la base de los signos y de las palabras, la fe en su misión y filiación
divinas naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación
interna, que les daba el mismo Padre” (San Juan Pablo II).
La Transfiguración de Jesucristo nos revela que su Resurrección
nos es comunicada ya desde el tiempo presente, “desde ahora nosotros
participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en
los sacramentos del Cuerpo de Cristo” (CEC 556), permitiéndonos fortalecer
nuestra esperanza, hasta alcanzar nuestra segunda regeneración post bautismal
en la Resurrección de los muertos.
El descender de la montaña, como lo hicieron los discípulos, nos
permite descubrir que el proyecto de Dios para nuestra vida, incluso en aquello
que no comprendemos, siempre tiene sentido, si lo asociamos a la misión
redentora de Cristo: “La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende
para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente
desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?” (S. Agustín,
serm. 78, 6).
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