SOLEMNIDAD TODOS LOS SANTOS (B)
En
aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se
acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: Dichosos los
pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los
que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos
heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos
los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos.
Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por
mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en
el cielo
(Mt 5,1-12).
CONTEXTO LITÚRGICO
Ap 7,2-4.9-14; Sal
23,1-6; 1Jn 3,1-3
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC 61,
946-962, 1090, 1137-1139, 1370: la Iglesia, comunión de los santos
CEC 956,
2683: la intercesión de los santos
CEC 828, 867, 1173,
2030, 2683-2684: los santos, ejemplos de santidad
HERMENÉUTICA DE LA FE
Jesús sube al monte para
indicarnos su íntima comunión con Dios Padre y con Dios Espíritu Santo. Jesús
se sienta para indicarnos que él es el nuevo Moisés que legisla para su nuevo
pueblo: la Iglesia. Inmediatamente nos habla de las bienaventuranzas que nos
revelan “el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación
de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan
las acciones y las actitudes características de la vida cristiana” (CEC 1717), nos
conducen “a las buenas costumbres y al modo perfecto de vivir
cristianamente” (San Agustín).
Vive las
bienaventuranzas el que se humilla voluntariamente como Jesús, el que se deja
moldear por su acción redentora, “el misionero es el hombre de las
Bienaventuranzas…Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y
demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha
acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría
interior, que viene de la fe” (RM 91).
Tengamos en cuenta que “cada
bienaventuranza, desde su propia perspectiva, promete precisamente aquel bien
que abre al hombre a la vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna”
(VS 16). Bienaventurado es el pobre de espíritu que voluntariamente busca como
su única riqueza a Dios, “por obra del Espíritu Santo” (San Jerónimo), es “quien reconoce a
Dios como la verdadera riqueza, pone en Él la propia esperanza, y no en los
bienes de este mundo” (VD 191). Son bienaventurados
los que lloran “sus pecados, pues llorarlos cosa digna es”
(San Juan Crisóstomo), conscientes de su ingratitud para con Dios.
Son bienaventurados los
que viven la mansedumbre opuesta a la violencia, se trata de los verdaderamente
fuertes porque buscan “convencer con el amor y con la bondad”
(Benedicto XVI), esta bienaventuranza conduce a la magnanimidad o grandeza de
corazón. Son bienaventurados los limpios de corazón porque pueden ver a Dios “con el corazón,
según está escrito en el libro de la Sabiduría: "Buscadlo por medio de la
sencillez del corazón" (Sb 1,1). Lo mismo es corazón sencillo que
corazón limpio” (San Agustín); “la pureza de
corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede
ver según Dios” (CEC 2519).
Son bienaventurados los pacíficos,
“aquéllos
que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón,
tienen dominadas las concupiscencias de la carne y se constituyen en Reino de
Dios,… nada se encuentra en ellos que se oponga a Dios”
(San Agustín) y son felices si trabajan por esa paz, por ese nivel de
perfección, que se funda en Dios, “la paz sobre la tierra, nacida del amor al
prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre” (GS
78).
En estas bienaventuranzas
“conviene
observar la obra septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías (Is 11)”
(San Agustín), realizada en el bautizado que corresponde con amor al Dios que
nos revela su infinito Amor en Jesucristo. Es grandioso contemplar a la nueva
criatura en Cristo y lo más hermoso es glorificar a Dios por aquellos que ya lo
viven de modo pleno en la eternidad.
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