DOMINGO XXIX T O (B)
15 Y les dijo:
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. 16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se
condenará. 17 Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi
nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, 18 agarrarán serpientes
en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y se pondrán bien.» 19 Con esto, el Señor Jesús, después de
hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. 20 Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc
16,15-20).
CONTEXTO LITÚRGICO
Zac 8,20-23; Sal 66,2-8; Rm 10,9-18
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC
599-609: la muerte redentora de Cristo en el diseño de la salvación
CEC 520:
la humillación de Cristo es para nosotros un modelo a imitar
CEC 467,
540, 1137: Cristo, el Sumo Sacerdote
HERMENÉUTICA DE LA FE
La vocación de la Iglesia es evangelizar. No se entiende la
Iglesia sin esta misión evangelizadora. Sobre esto decía el Papa Pablo VI “constituye
la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar”. Toda la comunidad de creyentes –obispos, sacerdotes y
laicos– ha de hacerlo según su vocación y carisma. La Iglesia está llamada a
propagar la fe y la salvación para todos los hombres, “por exigencias intimas
de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los
hombres” (AG 1). Para alcanzar la salvación deben darse como tres escalones:
fe, bautismo y cumplimiento de los mandamientos divinos.
La Iglesia por su íntima unión con Cristo es “como un
sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano” (LG 1). Por esto, la mejor definición de la
Iglesia es: un misterio de comunión. Esta íntima comunión le permite participar
de la mediación de su Señor, “el sagrado Concilio pone ante todo su atención en
los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que
esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación” (LG 14).
“La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad
por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del
Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos
para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la
vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de
forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación
del misterio de Cristo” (AG 5). Por esto se habla hoy en día de comunión
misionera.
Además de la universalidad de la misión evangelizadora de la
Iglesia, los evangelios plantean “la certeza dada por el Señor de que en esa
tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para
desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la
asistencia de Jesús” (RM 22). Todo misionero a partir de su comunión con Cristo
“es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo
que tan bien describe Lucas, a saber, la conversión al amor y a la misericordia
de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el
pecado” (RM 23).
Los milagros que anuncian los Evangelios son parte de la
irrupción del cristianismo porque “ha sido preciso, para que creciera la fe de
los creyentes, que fuese nutrida por los milagros. Porque cuando plantamos un
arbusto lo regamos hasta que crece suficientemente, y suspendemos el riego
cuando conocemos que ha arraigado bien” (San Gregorio Magno). He aquí por qué
la nueva evangelización de nuestros días no pretende tener como primer criterio
de eficacia los milagros, siendo consciente de la acción sobrenatural del
Señor, especialmente en los sacramentos.
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