LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (B)
Jesús
nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de
Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: — ¿Dónde está el Rey de los
Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él;
convocó a los sumos pontífices
y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos
le contestaron:—En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú,
Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de
Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.» Entonces
Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que
había aparecido la estrella, y
los mandó a Belén, diciéndoles: —Id y averiguad cuidadosamente qué hay del
niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían
visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba
el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la
casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron;
después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y
habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon
a su tierra por otro camino (Mt 2,1-12).
HERMENEÚTICA DE LA FE
La adoración de los reyes Magos a
Jesús Niño corresponde a la adoración por parte de los pueblos gentiles, ya que
en un primer momento lo adoraron los pastores de origen judío. Unos y otros coinciden
en su actitud de fe y de profunda humildad, características siempre
imprescindibles para poder acercarnos al misterio de la Navidad. La Epifanía nos
revela a Jesús como Mesías, “Hijo de Dios y Salvador del mundo” (CEC 528).
La estrella, tanto san Agustín como
san Juan Crisóstomo, sostienen que se trata de algo extraordinario. Éste último
santo Padre sostiene que se trata de “una voluntad inteligente” porque recorrió
un camino distinto al de las estrellas ordinarias, porque era visible incluso
al mediodía, también porque aparecía y se detenía al ritmo de la marcha de los
reyes Magos. Esta hermosa pedagogía de Dios con los pueblos gentiles la explica
del siguiente modo san Gregorio Magno “Los apóstoles predicaron a las naciones
a Jesucristo cuando había llegado a la plenitud de su edad, mientras que una
estrella se los había anunciado cuando era pequeño y no podía articular palabra”.
Jesús nace en Belén de Judá. Con esta
precisión geográfica el hagiógrafo pretende diferenciarla de la otra Belén de
Galilea, de tal modo que el lugar del Nacimiento quede reforzado por los
profetas. Mt 2,6 recoge la profecía de Mi 5,1 que afirma que Belén es la tierra
de donde saldrá el Mesías. Esta misma profecía la recoge Jn 7,42.
En cuanto a los dones ofrecidos por
los reyes Magos san Agustín dice “Se le ofrece el oro como a un gran rey, se
quema el incienso en su presencia como delante de Dios, y se le ofrece la mirra
como a aquél que había de morir por la salvación de todos”. Esto nos pone
frente al grandioso tema de la gratuidad, propio de la vida en Cristo del nuevo
pueblo de Dios.
El camino recorrido por los Magos de apertura a la verdad es
también un camino interior, el camino de la fe que responde a la llamada de
Dios. Ante el Señor que se nos revela en la Epifanía hemos de dar testimonio del
Dios hecho hombre, de un Dios poseedor de un poder muy superior al temporal: el
servicio que llega hasta el don extremo de sí mismo. Es también camino en el
Espíritu, que actuando en nuestro interior nos conduce a la luz divina, a
Jesucristo. Simultáneamente, encontramos el tesoro interior de los dones
naturales y sobrenaturales recibidos del Señor, que nos ha de conducir a
ofrecernos nosotros mismos como respuesta a tanto derroche de Amor (cfr. Juan
Pablo II, 1982.1985; Benedicto XVI, 2009).
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