VIGESIMO CUARTO DOMINGO (B)



MONICIÓN AMBIENTAL

La liturgia de este domingo nos presenta, en el contexto de la primera confesión de fe en Jesucristo por parte de Pedro, la dimensión del dolor redentor, propia del Hijo de Dios. El Señor nos enseña a superar el miedo al dolor, transformándolo en un amor que redime a todos, que nos purifica a nosotros mismos y que expresa nuestra profunda comunión con Dios.

ORACIÓN COLECTA

Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos, y para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón.

Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

M. El profeta Isaías describe los sufrimientos del Siervo de Yavé pero también nos habla de su conciencia de estar protegido por su Padre Dios.

Lectura del libro del profeta Isaías 50,5-9

En aquel entonces, dijo Isaías: El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿quién es mi adversario? ¿quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Salmo 114

M. El salmista recoge la súplica de quien sabe que Dios lo escucha, que atiende a sus peticiones, de quien sabe que el Señor es justo y bondadoso. Digamos: Caminaré en la presencia del Señor.

Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba.

Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.

El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó y protege a los sencillos.

Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.

SEGUNDA LECTURA

M. El apóstol Santiago nos llama a todos a tener una fe operante, una fe con obras de bien, evitando engañarnos al no vivir la misericordia corporal y espiritual.

Lectura de la carta del apóstol Santiago 2,14-18

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: Que te vaya bien; abrígate y come, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe: si no se traduce en obras, está completamente muerta.

Quizá alguien podría decir: Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe.

Palabra de Dios.

M. San Marcos recoge la confesión de fe de san Pedro sobre el mesianismo de Jesucristo, pero también anuncia la dimensión del dolor redentor, expresión máxima del amor divino.

Aleluya, aleluya

No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Aleluya.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,27-35

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.» 29 Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» 30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. 31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. 33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» 34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Palabra del Señor.



Oración de los fieles



Invoquemos a Dios que nos ha dado a Cristo su Hijo como Redentor nuestro y digámosle: Ten piedad y escúchanos.



Por los cristianos del nuevo milenio: que nunca nos avergoncemos de nuestra fe y prediquemos con obras. Oremos al Señor.

Por el Papa Francisco: que en comunión con los obispos acompañe al Pueblo de Dios con solicitud pastoral. Oremos al Señor.

Por los que tienen poder para promover la paz: que dejen de lado los intereses de las minorías privilegiadas y promuevan la justicia y el bien común. Oremos al Señor.

Por los que sufren soledad, enfermedad o falta de amor: que sean consolados y encuentren ayuda. Oremos al Señor.

Por nosotros: que nuestra fe sea el fundamento de nuestro compromiso real con los más pobres. Oremos al Señor.

Ten piedad de tu pueblo, Señor, y escucha sus oraciones que surgen de un corazón que quiere amarte y servirte. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Sé propicio a nuestras súplicas, Señor, y recibe con bondad las ofrendas de tus siervos, para que la oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN Sal 35,8

¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida.

Por Jesucristo nuestro Señor.

CITAS DEL CEC SUGERIDAS



CEC 713-716: la descripción del Mesías viene revelada en los cantos del Siervo

CEC 440, 571-572, 601: Jesús sufrió y murió por nuestra salvación

CEC 618: nuestra participación en el sacrificio de Cristo

CEC 2044-2046: las obras buenas manifiestan la fe



713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42,1-9 cf. Mt 12,18-21 JN 1,32-34 después IS 49,1-6 cf. Mt 3,17 LC 2, 32, y en fin IS 50,4-10 y IS 52, 13-53, IS 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (PH 2,7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.



714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (LC 4,18-19 cf. Is 61,1-2):



El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido.

Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,

a proclamar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

para dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor.



715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. EZ 11,19 36,25-28 37,1-14 JR 31,31-34 y JL 3,1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Ac 2,17-21). Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.



716 El Pueblo de los "pobres" (cf.  So  SO 2,3 PS 22,27 PS 34,3 IS 49,13 IS 61,1 etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1,17).

HERMENÉUTICA DE LA FE

El Señor formula dos preguntas sobre su identidad mesiánica. La primera dirigida a la masa, la segunda interpela la opción personal de los discípulos. El Señor esperaba que sus contemporáneos fueran conscientes de su ser mesiánico “contemplando sus obras y escuchando su enseñanza” (San Juan Pablo II). A los Apóstoles, les pide algo más, los invita a purificar su fe, pretende “infundir en ellos una fe pura después de realizado el escándalo de la cruz” (San Juan Crisóstomo).


Nuestra “fe cristiana es una adhesión personal al Redentor… Es proclamación alegre de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte… es anuncio de un Mesías sufriente”. Sin embargo, los proyectos divinos aunque sean incomprensibles, siempre “nos conducen al cumplimiento del plan de misericordia y de salvación preparados para nosotros” (San Juan Pablo II), como sucedió con la Pascua de Jesús o como puede sucedernos en nuestra propia experiencia de fe.


“«¡Tú eres el Mesías!» es como el fruto de todas las enseñanzas de los ocho capítulos de San Marcos: todos los milagros, todas las enseñanzas, todo lo que han visto en Cristo ya les hace sospechar, si no, no lo hubieran seguido dejando todas las cosas: «¡Algo grande hay en este hombre!». Al ir viendo sus revelaciones, su amor, su cariño, su ternura, su potencia. Hay una gracia de Dios en el corazón de Pedro como lo dice el evangelio de San Mateo... Nadie conoce el verdadero sentido de Cristo si mi Padre no se lo revela” (Mons. Oscar Romero).


Pedro responde acertadamente respecto a la naturaleza divina de Jesús. En el evangelio san Marcos esta afirmación petrina tiene como objetivo “guiar a sus lectores a repetir la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo” (RM 23); “todo lo que podéis leer antes es un camino lento y progresivo hacia esta proclamación de que Jesús es el Mesías” (San Juan Pablo II). Pero ante el anuncio de la Cruz, Pedro desacierta, porque aún no había comprendido el sentido profundo del Mesías, el sentido del dolor redentor vaticinado en el Siervo sufriente de Isaías.


Pedro reacciona equivocadamente, “Pedro no quiere que Cristo hable de la pasión y de la muerte. No es capaz de aceptarlo con su corazón que ama de modo humano. Quien ama quiere preservar del mal a la persona amada, incluso en el pensamiento y en la imaginación” (San Juan Pablo II). Jesús, en cambio, habla desde el amor divino en su máxima expresión, pero esto aún no es perceptible por el Príncipe de los Apóstoles. Ciertamente el dolor puede causar miedo, pero “precisamente en el sufrimiento redentor de Cristo está la verdadera respuesta al desafío del dolor, que tanto influye en nuestra condición humana” (San Juan Pablo II).


Jesús no solamente desaprueba el rechazo de su sufrimiento como Mesías sino que nos invita a seguirlo: “Tú me reprochas que quiera sufrir la pasión, pero yo te digo que no sólo es perjudicial el impedir que yo la sufra, sino que tú mismo no podrás salvarte más que sufriendo” (San Juan Crisóstomo). Por esto, “sigue a Cristo quien va detrás de Él y se conforma con su muerte, despreciando a los príncipes y a las potestades, bajo las cuales pecaba antes de la venida de Cristo” (San Juan Crisóstomo).

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