TERCER DOMINGO PASCUA (A)




MONICIÓN AMBIENTAL
La liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Pascua destaca cómo en Jesucristo se cumplen las promesas del AT sobre el Mesías, cómo era necesario que sufriera y muriera en la cruz para salvarnos. El Evangelio establece una íntima conexión entre la luz de la Palabra y el alimento de la Eucaristía, percibido a través del gesto de la fracción del pan.

ORACIÓN COLECTA
Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente.
Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
M. El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge la primera predicación de Pedro a los judíos el día de Pentecostés. Jesucristo resucitado aun cuando fue crucificado por su propio pueblo, Dios no lo dejó conocer la corrupción y estableció que por medio de él la humanidad entera tenga acceso al Espíritu Santo.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: “Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Pero eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñando el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia”. Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que “no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo”.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal 15,1-2 y 5.7-8.9-10.11 (R.: 11a)
M. El salmo 15 invoca al Señor como refugio nuestro, como nuestra heredad y copa, digamos con esperanza: R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

SEGUNDA LECTURA
M. San Pedro recuerda a los cristianos el precio de su redención: la sangre de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos, glorificado por Dios Padre.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1,17-21

Queridos hermanos:
Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
Palabra de Dios.

M. San Lucas relata el encuentro de dos discípulos con Jesucristo, en la tarde del domingo de resurrección, camino de Emaús. El Señor les da la luz de la Palabra y realiza un gesto eucarístico con el que lo reconocen.

ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Cf. Lc 24,32
Señor Jesús, explícanos las Escrituras;
haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas.

EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: “¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?”. Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?”. Él les preguntó: “¿Qué?”. Ellos le contestaron: “Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”. Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 1346-1347: la Eucaristía y la experiencia de los discípulos en Emaús
CEC 642-644, 857, 995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección
CEC 102, 601, 426-429, 2763: Cristo, la llave para interpretar las Escrituras
CEC 519, 662, 1137: Cristo, nuestro abogado en el cielo

426 "En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar es... descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin de la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad". (ibid.).

427 "En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado' (JN 7,16)" (ibid., 6).

428 El que está llamado a "enseñar a Cristo" debe por tanto, ante todo, buscar esta "ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas las cosas... para ganar a Cristo, y ser hallado en él" y "conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (PH 3,8-11).

429 De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de "evangelizar", y de llevar a otros al "sí" de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo 2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de su encarnación (Artículo 3), los de su Pascua (Artículos 4 y 5), y, por último, los de su glorificación (Artículos 6 y 7).

HERMENÉUTICA DE LA FE
Cleofás y otro de los discípulos de Jesucristo caminaban hacia Emaús, distante a unas 7 millas y media de Jerusalén, desconsolados y frustrados por sus expectativas mesiánicas respecto a Jesús, pensaban que su muerte había sido un fracaso. Hablan de Jesús solamente como un profeta, aun cuando sabían que era el Hijo de Dios. Esa media milla san Beda la interpreta como lo que faltaba para creer el acontecimiento de la Resurrección del Señor, aun cuando si daban por descontada su muerte y su sepultura.

Jesús, movido por su infinito amor, se puso en su compañía y comienza a preparar su corazón con la luz de la sagrada Escritura: de Moisés, los Profetas y los Salmos. Jesús les enseña que su pasión y muerte, no eran un fracaso sino el precio de la redención. Misteriosamente todos nosotros aprendemos que la gloria de la salvación pasa por el dolor y la muerte. Desde entonces Jesús resucitado camina a nuestro lado, nos infunde su espíritu de amor y de fortaleza, abre nuestros corazones a un futuro de esperanza y de vida eterna.

Solamente hasta que los dos discípulos miran que Jesús realiza la fracción del pan, un gesto eucarístico para los primeros cristianos, lo reconocen. No hay duda que los discípulos de Emaús creyeron después de un laborioso camino del espíritu, de un camino de fe purificada y madura. Reconocieron al Señor por el gesto de fraccionar el pan aunque no lo conocieron en la explicación de las Escrituras. La Palabra divina hace desaparecer la pereza y eleva el espíritu a las cosas del cielo. 

Los discípulos de Emaús no descubrieron al Señor sino hasta el momento de la Fracción del Pan, lo cual indica que el rostro de Jesús resucitado solamente puede descubrirse mediante la fe. “A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo” (NMI 219). El Espíritu Santo nos conduce hasta la verdad plena, tanto sobre Jesucristo como sobre nuestra propia identidad.

Del mismo modo que los discípulos de Emaús, el bautizado descubre que la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda con nosotros, como un compañero fiel de camino. La Palabra y el Pan de vida son alimento y luz, son antídoto y viático en nuestro peregrinar. La Eucaristía hace desaparecer cualquier duda o ceguera que tengamos frente al Señor. La Eucaristía nos hace descubrir que Jesucristo resucitado, vencedor de la muerte, se hace nuestro contemporáneo en la Iglesia (cfr. San Juan Pablo II), en la comunidad eclesial y familiar.

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