DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO T. O. (B)



35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla». 36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. 37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. 38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. 39 Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. 40 Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?». 41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4,35-41).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO
Job 38, 1. 8-11; Sal 106, 23-24. 25-26. 28-29. 30-31 (R/.: 1); 2Co 5, 14-17

“Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas” (Job 38,11)

“Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto; subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo” (Sal 106,25-26)

“El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2Co 5,17)

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 423, 464-469: Jesús verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 1814-1816: la fe, don de Dios y la respuesta de los hombres
CEC 671-672: mantener la fe en las adversidades

HERMENÉUTICA DE LA FE



El Señor mientras duerme nos deja una gran lección de humildad y de sabiduría porque los discípulos “si hubiese estado despierto, no habrían temido ni rogado por la tempestad que se levantó, o no habrían creído que pudiera hacer tal milagro” (san Juan Crisóstomo). Jesús quiere que sus discípulos le pidan ayuda para mostrarles su infinita misericordia. Jesús espera que sus discípulos aprendan que las tormentas se pasaran en su compañía, no solo con sus propias fuerzas.

En nuestra vida tendremos momentos difíciles, de prueba, de crisis que hemos de saber afrontar apoyados en el Señor. “Mientras que Él se levanta en la popa de la cruz, se encrespan las olas de los perseguidores blasfemos, movidos por las tormentas infernales, que no alteran la paciencia del Señor, pero sí a sus ignorantes discípulos” (san Beda). El ser humano es el que necesita superar sus miedos y sus crisis. “Más si en medio de estas tormentas nos apresuramos a despertarle, bien pronto calmará la tempestad, restablecerá la tranquilidad y nos dará el puerto de salvación” (san Beda).

Jesús reprocha la fe aun imperfecta de sus discípulos, “Él hablaba de la fe perfecta, quizás como un grano de mostaza” (san Agustín). En los momentos donde se pruebe nuestra fe, Cristo nos pide a cada uno como Iglesia “que cultive la certeza de que el Señor, por el don de su Espíritu, está siempre presente y actúa en ella y en la historia de la humanidad… que sigan siendo transparencia real del Resucitado, viviendo en íntima comunión con Él” (San Juan Pablo II).

Este pasaje se puede aplicar a la iglesia doméstica, a la familia, “sabemos que el matrimonio y la familia se enfrentan ahora a verdaderas borrascas… las leyes han relativizado en diferentes países su naturaleza de célula primordial de la sociedad. A menudo, las leyes buscan acomodarse más a las costumbres y a las reivindicaciones de personas o de grupos particulares que a promover el bien común de la sociedad” (Benedicto XVI). Esto se superara cuanto mejor la familia cultive y fortalezca los valores evangélicos, facilitándole el vivir mejor su vocación y misión.

Una vez que Jesucristo calmó la tempestad sobrevino la calma “la gran bonanza es la paz de la Iglesia después de la persecución, o la vida contemplativa después de la activa” (San Jerónimo). La comunión con Jesucristo es determinante tanto para el cuerpo eclesial como para cada discípulo del Señor.

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