DECIMO PRIMER DOMINGO T. O. (B)



En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: —«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Dijo también: —«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Mc 4,26-34).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO
Ez 17, 22-24; Sal 91, 2-3. 13-14. 15-16 (R/.: cf. 2a); 2Co 5, 6-10

“la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas” (Ez 17,23)

“El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios” (Sal 91,13-14)

“Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle” (2Co 5,9)

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 543-546: el anuncio del Reino de Dios
CEC 2653-2654, 2660, 2716: escuchar la Palabra acrecienta el Reino de Dios

HERMENÉUTICA DE LA FE



El Reino de Dios se manifiesta sobre todo en la persona de Jesucristo, en su Palabra y en sus obras. Tanto la parábola de la semilla sembrada en la tierra como del grano de mostaza nos hablan de vida y de crecimiento, quizás lento, pero constante. La palabra de Dios es la semilla depositada en los corazones de los que creen (la tierra buena), acogiendo el Reino de Dios, “la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo hasta el tiempo de la siega” (LG 5). 

El Reino de Dios nos es dado por Jesucristo como don y como tarea: “Todo cristiano está llamado a contribuir con su vida y con su trabajo al crecimiento del reino de Dios sobre la tierra” (San Juan Pablo II). El Reino de Dios como don requiere que se tenga la convicción de que la Palabra de Dios tiene su propia dinámica de crecimiento, una fuerza interior porque “la presencia de Dios permea el corazón humano y la totalidad de la realidad creada” (San Juan Pablo II).

Detrás de la actividad espontánea de la tierra que favorece el crecimiento y la vida, Dios ha dado a cada criatura una potencia vivificante. El Reino de Dios “tiene una fuerza íntima y secreta, que le permite crecer y llegar a madurar sin que el hombre lo sepa” (SaC 47). Dios es el que siembra, el que cosecha, y el que misteriosamente realiza el crecimiento. Por esto el Reino de Dios es la acción divino-humana donde mejor se unen el don divino y la tarea humana del que responde por la fe.

Toda vocación divina, especialmente la vocación sacerdotal como tarea específica del Reino de Dios “para que crezca, debe ser cultivada. El hombre debe sembrar, y también velar para que se desarrolle la semilla: Es preciso impedir que las fuerzas contrarias, personas malignas o calamidades naturales, destruyan las plantitas que están creciendo” (San Juan Pablo II).

El Reino de Dios crece a lo largo de la historia tanto por la siembra inicial de la evangelización como por el obrar misterioso del Señor “que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos. En la acción de Dios en relación con el Reino también está presente la «hoz» del sacrificio: el desarrollo del Reino no se realiza sin sufrimiento” (San Juan Pablo II), como lo atestiguan numerosos hombres de fe, santos y mártires, ininterrumpidamente. Jesucristo “nos hace capaces de fructificar por la benevolencia de su palabra con las armas de la justicia en la diestra, que significa el día, y en la izquierda, que significa la noche de las persecuciones: así es como germina y no se seca la semilla” (San Juan Crisóstomo).

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