QUINTO DOMINGO PASCUA (B)



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Jn 15,1-8).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO
Hch 9,26-31; Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32 (R/.: 26a); 1Jn 3,18-24

“Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús” (Hch 9,27)

“Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor” (Sal 21,31-32)

“Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” (1Jn 3,22)

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 2746-2751: la oración de Cristo en la Última Cena
CEC 755, 736, 755, 787, 1108, 1988, 2074: Cristo es la vid, nosotros los sarmientos
CEC 953, 1822-1829: la caridad

HERMENÉUTICA DE LA FE



El que Jesucristo sea la Vid y nosotros los sarmientos indica la profunda comunión a que estamos llamados, capacitándonos para obrar según Dios y no según la medida humana. Vivir en Cristo requiere esencialmente producir frutos, hasta el punto que quien es estéril no permanece en la comunión. El crecimiento en la comunión con Cristo según la propia vocación se da con el ejercicio de las virtudes teologales (cfr. AA 4). La sabía que nutre los sarmientos es el Espíritu Santo, que en cada acción litúrgica tiene como fin mantener y hacer crecer la comunión con Cristo y con todos los seres humanos.

Participar de la vida de la Iglesia supone la comunión íntima en la vida de Cristo. De aquí que la verdadera fecundidad, sobrenatural, tanto de laicos como de sacerdotes, depende de su comunión con Cristo. Para el laico se trata de transformar el orden temporal y la vida familiar mediante la fidelidad a la gracia. “El concilio de Trento enseñó que, aunque es posible hacer obras buenas incluso sin hallarse en estado de gracia… sólo la gracia da un valor salvífico a las obras… el bien meritorio y salvífico brota del Espíritu Santo, que infunde la gracia en el corazón de los hijos adoptivos de Dios” (San Juan Pablo II).

De esta comunión teologal y eclesial se derivan la primacía de la gracia para que realicemos obras salvíficas y meritorias, no solamente buenas hechas sin la comunión, o el dejarnos llevar por la tentación de la autonomía pelagiana respecto a Cristo “Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano” (San Agustín).

Otro fruto es dejarnos purificar por Cristo-Verdad hasta que “llegamos a ser nosotros mismos, a partir de su pureza, personas puras y luego personas que aman con su amor, personas que introducen también a otros en su pureza y en su amor” (Benedicto XVI). Cuanto más purificados estamos de nuestro egoísmo más frutos producimos a nivel sobrenatural. El Señor constantemente nos purifica si lo escuchamos “consiste en no cesar de extirpar con su palabra todas las malas semillas que arraigan en nuestros corazones, abrirlos con el arado de la predicación” (San Agustín).

Un cristiano consciente de este preciosísimo don divino no solamente crece en la comunión, sino que también la comunica y manifiesta en la historia, anuncia con alegría esta gran novedad de vivir en Cristo, superando la tentación de la división y de la contraposición. “La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera… la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (CL 32).

La gloria de Dios Padre está en que demos muchos frutos salvíficos. He aquí cómo la vida cristiana parte de una dinámica de crecimiento, conversión y purificación constantes. El primero y más hermoso fruto es trabajar por la comunión eclesial y con los demás seres humanos, a través del empeño por la unidad, la reconciliación, el diálogo, la solidaridad. Este empeño nace del mismo Dios especialmente donde existen grandes conflictos que dividen a los hombres.

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