SEGUNDO DOMINGO CUARESMA (B)



En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: —Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: —Este es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos (Mc 9,1-9).

CONTEXTO LITÚRGICO DEL EVANGELIO
Gn 22,1-2.9-13; Sal 115,10.15-19; Rom 8,31-34

Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moría y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré” (Gn 22,2)

Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. —Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor” (Sal 115,16-17)

El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?” (Rom 8,32)

CITAS DEL CEC SUGERIDAS

CEC 554-556, 568: la Transfiguración
CEC 59, 145-146, 2570-2572: la obediencia de Abrahán
CEC 153-159: las características de la fe
CEC 2059: Dios manifiesta su Gloria para revelarnos su voluntad
CEC 603, 1373, 2634, 2852: Cristo es para todos nosotros

HERMENÉUTICA DE LA FE

Este segundo domingo de Cuaresma nos plantea el misterio de la resurrección de Jesús, “transfigurado el Salvador, no perdió su sustancia corporal, sino que mostró la gloria de la futura resurrección suya o nuestra. El que así apareció a los Apóstoles, así aparecerá después del juicio a todos los elegidos” (San Beda). De este misterio los apóstoles serán testigos auténticos y autorizados ante todos los pueblos de la tierra.

En Cristo encuentran su cumplimiento la Ley y los Profetas. Moisés y Elías hablan con el Señor para destacar su centralidad en toda la historia de la salvación, “convenía que se mostrasen unidos a Él, Moisés como legislador y Elías como celoso defensor de la gloria de Dios” (San Juan Crisóstomo).



La teofanía del monte de la Transfiguración, a diferencia de la teofanía del río Jordán, revela el momento inminente donde el Cordero de Dios quitará efectivamente el pecado del mundo. Paradójicamente también es el momento de la humillación más profunda del Hijo del hombre, su kénosis en la cruz.

La presente teofanía también nos revela el misterio de la paternidad de Dios y de nuestra filiación adoptiva. En el monte de la Transfiguración Dios nos revela que su nombre propio es Padre y que nuestro propio nombre es hijos suyos en Cristo, el predilecto. Dios Padre nos amó hasta tal punto de darnos lo más amado suyo: a Jesús, quien voluntariamente se ofreció a Sí mismo por nosotros. De este ofrecimiento de amor sin límites, sin parangones, del Padre y del Hijo por nosotros nace la Iglesia, nace la Eucaristía y otros sacramentos, nace el Sacerdocio, irrumpe la vida eterna.

Los apóstoles no se imaginaron que la Resurrección del Señor debía acontecer al precio de su Cruz y de su Muerte. “La vida del cielo no es otra cosa que la fruición perfecta, indefectible, intensa del amor de Dios –Padre, Hijo y Espíritu–; no es otra cosa que la revelación total del ser íntimo de Cristo, y la comunicación plena de la vida y del amor, que brotan de su Corazón” (San Juan Pablo II).
Dios Padre nos ordena ahora escuchar a su Hijo, obedecerle en la fe. Escuchamos al Señor cuando asumimos su llamada a la conversión como transformación profunda del modo de pensar y de vivir, cuando creemos en la novedad de su Reino, tal como nos lo mandó al comienzo de su vida pública; escuchamos a Jesús cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre en el sacramento del altar, cuando escuchamos las palabras eucarísticas de la Transfiguración, pues Jesús mismo nos hace presente el acontecimiento del Monte Tabor.

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