PRIMER DOMINGO ADVIENTO



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: —Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad! (Mt 13,33-37)

COMENTARIO
El irse de viaje por largo tiempo se refiere al momento que va desde la Ascensión del Señor hasta su Parusía. El Señor es coronado con la gloria pero no deja a la Iglesia desprovista, sino que le garantiza su continua asistencia. El Señor mediante la gracia de su Espíritu concede poder a sus discípulos para que le sirvan en el bien.

Velar es el mensaje central del Adviento, en la espera del Mesías que nos viene a revelar el Rostro de Dios Padre. Hemos de guardar las puertas de nuestros corazones para que no vuelva a dominar el pecado. El Señor nos insiste en vigilar y estar preparados para acoger al Señor que viene. Litúrgicamente es un tiempo de espera que nos invita a prepararnos interiormente para el encuentro con Jesús.


Dos características han de marcar el tiempo de adviento, conscientes que Dios quiere encontrarse con nosotros en la historia y en nuestro interior: la espera atenta, vigilante y la admiración, el asombro ante Dios que entra en la historia e introduce a los hombres en su propio misterio. Para descubrir la presencia del Señor hemos de ser puros y sencillos como los niños, capaces de maravillarnos con los gestos divinos de amor y con la cercanía del Redentor.

La mejor manera del velar es cuidar fielmente la propia familia, a cada uno, el ambiente en que vives, tu parroquia, para que reine la voluntad de Dios en cada uno de esos ámbitos en que nos toca relacionarnos.

De un modo positivo vela quien sigue al Señor, quien ama y elige lo que el Señor amó y eligió, quien conforma su vida con la de Jesucristo. Vela quien vive constantemente en el horizonte del amor, por encima de cualquier dificultad o problema. La Virgen María nos ayuda a hacer fructuosa esta espera orante y vigilante del Hijo de Dios.

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