DECIMO SEPTIMO DOMINGO T O (A)
MONICIÓN AMBIENTAL
En la liturgia de la
Palabra de este domingo se nos presenta cómo la sabiduría sabe elegir lo mejor de
los bienes sobrenaturales respecto a los bienes temporales, hasta el punto de
vender todo por adquirir el tesoro o la perla preciosa. Del mismo modo el reino
de los cielos se nos presenta como una red que echada al mar recoge toda clase
de peces. En el juicio final los ángeles separarán los peces buenos de los
malos.
ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, protector de
los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni santo: multiplica sobre
nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, de
tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los
eternos.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El libro de los Reyes
nos transmite cómo Salomón le pide a Yavé un corazón sabio para gobernar a su
pueblo, lo cual fue del agrado de Yavé y se lo concedió.
Lectura del primer libro
de los Reyes 3,5.7-12
En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que
quieras”. Respondió Salomón: “Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo
suceda a David, mi padre, en el trono,
aunque yo soy un muchacho y no se desenvolverme. Tu siervo se encuentra en
medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo
un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien,
pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?” Al Señor le
agrado que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: “Por haber pedido
esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus
enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo
tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes
ni lo habrá después de ti”.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 118,57 y 72. 76-77
127-128.129-130 (R.: 97a)
M. El salmista alaba,
estima y admira los preceptos del Señor, cuya palabra al ser explicada da
inteligencia a los ignorantes. Digamos agradecidos: R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi
porción es el Señor;
he
resuelto guardar tus palabras.
Más
estimo yo los preceptos de tu boca
que
miles de monedas de oro y plata.
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Que tu bondad me
consuele,
según la promesa hecha a
tu siervo;
cuando me alcance tu
compasión, viviré,
y mis delicias serán tu
voluntad.
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus
decretos
y detesto el camino de
la mentira.
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Tus preceptos son
admirables,
por eso los guarda mi
alma;
la explicación de tus
palabras ilumina,
da inteligencia a los
ignorantes.
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo en la carta
a los Romanos establece una continuidad entre la predestinación, la llamada
divina, la justificación y la glorificación.
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Romanos 8,28-30
Hermanos:
Sabemos que a los que
aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su
designio. A los que había escogido, Dios los predestino a ser imagen de su
Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que
predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los
glorificó.
Palabra de Dios.
M. San Mateo recoge tres parábolas sobre el
reino de los cielos: el tesoro escondido, la perla preciosa y la red que se
echa al mar.
ACLAMACION ANTES DEL
EVANGELIO
Aleluya Cf. Mt 11,25
Bendito seas, Padre,
Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente
sencilla.
EVANGELIO
† Lectura del santo
evangelio según san Mateo 13,44-52
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El
reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al
encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El
reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y
reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final
del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los
echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?”. Ellos le contestaron: “Sí”. Él les dijo: “Ya veis,
un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que
va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo”.
Palabra del Señor
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 407: no se puede ignorar el
pecado original para discernir la situación humana
CEC 1777-1785: escoger según la
conciencia, en acuerdo con la voluntad de Dios
CEC 1786-1789: discernir la voluntad
de Dios expresada en la Ley en las situaciones difíciles
CEC 1038-1041: la separación del bien
y del mal en el juicio final
CEC
1037: Dios no predestina a nadie a ir al infierno
1777 Presente en el corazón de la
persona, la conciencia moral (cf RM 2,14-16) le ordena, en el momento
oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones
concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf RM
1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo
por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El
hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le
habla.
1778 La conciencia moral es un juicio de
la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto
concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y
hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y
recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las
prescripciones de la ley divina:
La conciencia es una ley de nuestro
espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad
y deber, temor y esperanza... La conciencia es la mensajera del que, tanto en
el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos
habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los
vicarios de Cristo (Newman, carta al duque de Norfolk 5).
1779 Es preciso que cada uno preste mucha
atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia
de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa
con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización:
Retorna a tu conciencia,
interrógala... retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad
al Testigo, Dios (S. Agustín, ep. Jo. 8, 9).
1780 La dignidad de la persona humana
implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral
comprende la percepción de los principios de la moralidad (‘sindéresis’), su
aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico
de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los
actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el
bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y
concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama
prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.
1781 La conciencia hace posible asumir la
responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el
justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal
del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El
veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de
misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha
de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de
cultivar sin cesar con la gracia de Dios:
Tranquilizaremos nuestra conciencia
ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que
nuestra conciencia y conoce todo (1JN 3,19-20).
1782 “El hombre tiene el
derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las
decisiones morales. ‘No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se
le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa’
(DH 3)
1783 Hay que formar la conciencia, y
esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz.
Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la
sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres
humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir
su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas.
1784 La educación de la conciencia es una
tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al
conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia
moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del
egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los
movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas.
La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del
corazón.
1785 En la formación de la
conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la
asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es necesario
también examinar nuestra conciencia en relación con la Cruz del Señor. Estamos
asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los
consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cf DH
14).
HERMENÉUTICA DE LA FE
Las parábolas del tesoro escondido y la perla de gran valor
indican que el Reino de Dios es un bien sobrenatural por el cual el creyente es
capaz de renunciar a todo para adquirirlo. El tesoro y la perla se refieren a
Jesucristo, ante quien cualquier criatura o bien temporal queda empalidecido;
también se refieren a la Palabra de Dios, a la vida divina dentro del creyente,
a la vocación consagrada o laical, a la fe sobrenatural, que como tesoro
inestimable ha de transmitirse a través de la obras de justicia, de paz, de la
catequesis y de la vida de oración.
El reino de Dios posee
hermosura, tiene brillo, reporta una gran ganancia y es precioso. Quien
encuentra el tesoro y la perla la guarda en secreto, del mismo modo sucede con
el creyente que toma conciencia de la riqueza del Reino en su vida, aunque el
mundo ignore su gran valor.
La riqueza invaluable de
los bienes sobrenaturales ha de conducir al creyente a testimoniar la alegría
propia del que renuncia a lo temporal, invitándonos a la conversión y a la
lucha ascética. A través de la gratuidad del amor y del servicio se testimonia
que por Cristo se está dispuesto a renunciar a todo, incluyendo los afectos y
las seguridades terrenas.
La elección de los
bienes superiores, sobrenaturales, son concedidos a los que proceden con
sabiduría. Esta elección sabia tiene como premio el ciento por uno en la vida
presente y después la vida eterna, como le respondió Jesús a Pedro en su
oportunidad.
La parábola de la red
que se echa al mar se refiere a la Iglesia, a quien ha sido confiada la
predicación de la Palabra de Dios, que al ser acogida descubre la bondad del
corazón que la acoge o la dureza del que se cierra a la salvación. El mar
significa al mundo, donde la humanidad peregrina hacia la eternidad, esperando
ser salvada por Cristo. La Iglesia llama a todos los hombres para perdonarlos:
a los sabios y a los necios, a los ricos y a los pobres, a los fuertes y a los
débiles. La red estará completamente llena hasta el final de los tiempos, donde
los ángeles separarán a los peces buenos de los malos.
El trabajo del pescador
supone esfuerzo constante y paciencia, fe en el poder de Dios. El sacerdote es
el pescador de hombres que pesca a través de la Palabra de Dios, por esto debe
ser consciente de que la Palabra encierra
una fuerza y dinamismo intrínseco.
Los escribas que entienden el Reino de Dios son los Apóstoles, y
sus sucesores los obispos, sacan del tesoro de su ciencia cosas nuevas y
antiguas cuando interpretan la Palabra de Dios. Por esto los obispos son los
maestros auténticos de la fe, la predican, la custodian y la hacen fructificar.
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